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La dimisión de Mariano Rajoy

El cartel de propaganda del PP con la cara de Soraya Sáenz de Santamaría, frente de la sede del partido en la calle Génova / Marta Jara

Carlos Elordi

La inasistencia de Mariano Rajoy al debate de Atresmedia es un hecho extraordinario, que no tiene precedentes en la política española ni en la occidental. También es el acto más relevante de lo que llevamos de campaña electoral y puede que de toda ella. Habrá que esperar a sus consecuencias electorales, que pueden ser importantes, pero desde hoy mismo significa que el líder del partido mejor colocado en las encuestas, y el que gobierna, se reconoce incapaz de sostener de cara al público un debate con sus principales rivales. Un debate que responde a la demanda de mejores prácticas democráticas que surge de todos los ámbitos de la ciudadanía y que expresa el momento de cambio que vive la sociedad española. Aunque puede que no se haya dado cuenta, este lunes Rajoy ha reconocido que no está a la altura de los nuevos tiempos, lo cual es casi como decir que ha presentado su dimisión.

Su sustitución por Soraya Sáenz de Santamaría solo puede interpretarse a partir de esa renuncia. Ninguna maquinación política puede ocultar ese dato. La vicepresidenta del Gobierno no puede sustituir a Rajoy mientras un congreso del PP no lo apruebe. Este puede llegar tras una derrota electoral o tras una victoria tan pírrica que no permita formar gobierno o que le haga caer al poco tiempo de haber sido nombrado. En todas esas circunstancias, cualquier otro candidato tendría muchas más posibilidades de ser elegido que el brazo derecho del líder fracasado. Y la hipótesis de que Ciudadanos pueda imponer el relevo de Rajoy por Soraya a cambio de permitir que el PP siga gobernando no se sostiene.

Esas cosas no ocurren en política. Si el PP aceptara que desde fuera le dijeran quien tiene que mandar en su partido es que se encontraría en una situación tan mala que nadie querría gobernar con él, salvo que quisiera pagar un precio inasumible. Soraya va a la tele porque Rajoy no se atreve. Nada más. Y si sale en los carteles es para distraer a la gente de la imagen de un personaje acabado.

Cabe imaginar que si la dirección del PP ha aceptado esa solución es porque ha pensado que “mejor una vez morado que ciento colorado”. Que Rajoy podía hundir al partido si se sometía a lo que inevitablemente iba a ser el bombardeo impenitente y coral de sus rivales. Que un hombre como él, con sus tantas limitaciones, no vale para eso. O puede que haya sido el propio Rajoy quien ha impuesto ese razonamiento. Sea como sea, la decisión es la asunción de un fracaso formidable. Queda por saber cómo un partido que lo manipula todo, desde las estadísticas a los tribunales, se ha dejado colar un gol tan importante como ha sido ese debate.

Quienes ya han decidido que no van a votar al PP –entre el 70 % y el 75 % del electorado- se habrán regodeado con tan inaudito espectáculo.  Y muy pocos de los que se inscriben en el 25 % restante, seguros o dudosos, estarán satisfechos de cómo se ha comportado el líder de su opción. Algunos mirarán para otro lado o se conformarán con las explicaciones oficiales. Pero otros se preguntarán adónde va el PP con un tipo así. Y más en los tiempos políticos complejos que se avecinan. Rajoy se acaba de desautorizar a sí mismo. Puede que su renuncia le cueste las elecciones.

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