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La escultura urbana: un feliz reencuentro en las calles y plazas

Escultura de Tomás Luis de Victoria en la plaza del Teniente Arévalo de Ávila, firmada por Óscar Alvariño.

EFE

Valladolid —

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El sometimiento de la pandemia a cotas de tolerancia sanitaria y social ha propiciado en numerosos lugares de Castilla y León el reencuentro de los ciudadanos con las esculturas urbanas: guardianes de espacios públicos durante el confinamiento y de nuevo ahora fieles compañeros callejeros.

Santa Teresa y Tomás Luis de Victoria en Ávila; San Lesmes en Burgos; Unamuno, Nebrija y Alfonso XIII en Salamanca; el caballero templario y Pepe El Barquillero en Ponferrada (León); los cofrades en Palencia; y el venerable Hermano Antonio en Nava del Rey (Valladolid) son algunos de los ilustres vecinos de bronce que han vuelto a convivir con sus paisanos.

Sin necesidad de hadas azules, como la marioneta de Geppetto, el corazón de todos esos personajes ha mantenido el pálpito que en su día imprimió el escultor Óscar Alvariño (Madrid, 1962), su creador y artífice, quien en perfecta alquimia con la materia aplicó su máxima de “la captación espontánea del movimiento detenido”.

“Para mí la escultura es pensamiento, técnica y acción. Siempre me he sentido fascinado por la liturgia del modelado. Desde los primeros encuentros hasta las sesiones incansables de trabajo en mi taller, lo he construido con tesón y búsqueda”, ha explicado este miércoles en una entrevista con la Agencia Efe.

La obsesiva búsqueda de la composición y el ritmo “son para mí tan importantes como el espacio, la estructura y la propia imagen”, ha añadido Alvariño acerca de un impulso creativo que desde hace años también transmite a sus alumnos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, de la que es profesor titular de Escultura.

Detrás de un cúmulo de volúmenes, masas y vacíos, en ritual peregrinaje desde el dibujo y el modelado iniciales hasta la fundición y el emplazamiento final en el espacio urbano, las esculturas “tienen que penetrar el espacio vital” para lograr esa identificación y comunicación plenas con quienes las contemplan.

Así ocurre con su Santa Teresa en Ávila (2015), icono e imagen turística de la ciudad y coetánea del polifonista Tomás de Luis de Victoria (2020), también salido del taller de Alvariño y a quien la pandemia ha hurtado una inauguración oficial pese a lo cual ya se puede contemplar no lejos del emplazamiento de la monja andariega.

Si al músico renacentista le echaron a las calles de Ávila sin más boato que quitarle la arpilla, debido al estado de alarma, menos suerte ha tenido el monumento a la Semana Santa de Valladolid (2020) que Alvariño ha modelado pero al que el virus no ha permitido ni su emplazamiento ni descubrimiento previsto para esta primavera.

Compañía, consuelo, goce estético, información y conocimiento procuran las esculturas públicas donde, en el caso de Óscar Alvariño, intenta conciliar “el racionalismo y la lírica sensual con exacto equilibrio, empujando a la conquista de la realidad y a la efusión contenida”, ha reflexionado.

Es el mismo axioma que ha aplicado a los cinco medallones que llevan su firma en el coro de piedra de la Plaza Mayor de Salamanca, donde ha tallado los laberintos interiores de Unamuno; cincelado la efigie numismática de Juan de Borbón; retenido el eco de Nebrija; modelado la doblez del deseado y luego felón Fernando VII; esculpido el prognatismo de Alfonso XIII y apresado la fugacidad de la I República.

“Estudio cuidadosamente mis materias y mis motivos. Los exploro hasta el fondo, espío sus comportamientos y reacciones, los interrogo para poderlos dominar, les obedezco para poderles someter”, ha añadido este creador con taller en Manzanares el Real (Madrid) desde donde contempla las caprichosas esculturas que la naturaleza obró hace 300 millones de años en el roquedal de La Pedriza.

De su laboratorio han salido también, con destino a Castilla y León, señas de identidad como el Toro de la Vega en Tordesillas (Valladolid); el milagro de San Lesmes en la iglesia donde se venera al patrón de Burgos; y el monumento al 750 aniversario del Fuero de Soria.

Una de las imágenes más difundidas durante esta pandemia ha sido la estatua de Cervantes en Toledo, fundida por Alvariño en 2005, a quien una mano anónima, tan piadosa como irónica, colocó una mascarilla quirúrgica contra el virus como símbolo de vida y actualidad, ejes recurrentes de toda la obra de este escultor madrileño.

Roberto Jiménez

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