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Siete españoles viajan a los gulags soviéticos en busca del pasado

Siete españoles viajan a los gulags soviéticos en busca del pasado

EFE

Astana —

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Siete españoles llegaron hoy a Kazajistán para encontrarse con su pasado, anclado en el centro del país, en la estepa de Karaganda, donde se situaban varios de los campos de trabajos forzosos de Stalin, conocidos como los gulag soviéticos.

José María Bañuelos, de 84 años, uno de los “niños de la guerra” que fue trasladado a Moscú, es el único superviviente de los campos de Karaganda que está en condiciones físicas para afrontar un largo viaje en avión y autobús.

Bañuelos llegará el domingo, junto con el resto de los viajeros, a Spassk, uno de los campos donde fue confinado. Allí asistirá a la inauguración de un monolito, en recuerdo de los españoles que estuvieron confinados en los gulags.

El resto de los integrantes del grupo son hijos de divisionarios, españoles que lucharon junto a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial; descendientes de los “niños de la guerra”, historiadores y miembros de fundaciones afines al tema.

Todos, de alguna forma, quieren recuperar sus raíces en un país donde kazajos y españoles compartieron frío, hambruna y necesidad bajo el régimen de Stalin.

José María Bañuelos, delgado, enjuto, se apoya en un bastón pero su paso es firme y decidido. Viaja solo “porque quería ver a algunos amigos que hice en los gulag o encontrarme con sus descendientes”, señala.

El peregrinar de Bañuelos comenzó a los nueve años. Viajó desde Santurce (Bilbao) en el buque “Habana” a Francia y posteriormente a Leningrado, San Petersburgo, en la actualidad.

“Nos trataron bien, vivíamos en las llamadas casas para niños, que en realidad eran internados. Nos dieron una educación y durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las necesidades siguieron ocupándose de nosotros”, recuerda.

Cuenta Bañuelos que la sequía que sufrió La Unión Soviética en 1947 causó más penurias que la Segunda Guerra Mundial. “La necesidad hizo que robara un mono y 200 gramos de pan. Me descubrieron y fui condenado a ocho años de trabajos forzados”, comenta.

Bañuelos trabajó en los gulags próximos a los Urales, en una mina de sal subterránea. “Llegamos 3.000 presos. En la primavera quedábamos 600. Es ahí donde conocí a otros españoles, combatientes de la División Azul y pilotos españoles que se habían formado en la Unión Soviética, quienes por distintas razones se encontraban presos”, rememora.

Bañuelos recorrió los gulags que había desde los Urales hasta Karaganda. “Cada seis meses los rusos te movían. No querían que hicieras amistades. En Karaganda estuve dos veces y conocí a divisionarios, republicanos, falangistas; todos nos llevábamos bien, éramos españoles, nos uníamos para sobrevivir, respetábamos la ideología del otro, aunque en esas circunstancias no era lo más importante”, dice.

Inmaculada Rodríguez es hija de un miembro de la División Azul; Elías y Ana Cepeda, autora de “Harina de otros costal”, libro que narra el intento de fuga de su padre de la Unión Soviética, y Luis Montejano son hijos de niños de la guerra igual que Natash Ramos, quien conoció a su padre cuando tenía 10 años.

Javier Madrid es nieto de Antonio Echurren, marinero del “Cabo Quilates”, un barco de transporte de mercancías cuya tripulación fue detenida en 1941.

Echurren fue trasladado a varios gulags y en Spassk perdió la vida. Sus restos mortales se encuentran enterrados en una fosa común junto a los de otros 4.000 prisioneros.

Todos ellos, con distintas circunstancias, pero con un denominador común: acercarse a su pasado, tratar de comprender el horror y honrar a sus familiares en la inauguración de un monolito.

Los expedicionarios fueron recibidos hoy por el embajador de España en Kazajistán, Manuel Larrotcha, quien ha contribuido a que el deseo de visitar Karaganda se haga realidad.

El director general de archivos kazako, Marat Abcemeton, y la directora de archivos de la región de Karaganda, Janagul Tursinova, mostraron a los españoles los documentos donde figuran los datos de 152 españoles que fueron confinados en los gulags soviéticos.

Una copia de las fichas, escritas en cirílico, con los datos de los familiares de estos nueve españoles y de Bañuelos fue otro de los obsequios.

Inmaculada Rodríguez, hija de un divisionario, al recoger la documentación comentó: “treinta años hasta que he podido tener la foto de mi padre”.

Ana Cepeda, asegura que tiene sentimientos encontrados: “es un viaje al interior, a tu pasado y es doloroso; sí me alegra que se haga justicia”.

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