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La expansión de BiciMAD sin personal explota en verano: misión imposible encontrar bicicletas

Imagen de un estación de BiciMad con baja ocupación en el barrio de Tetuán.

Víctor Honorato

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En las motorizadas calles de Madrid fue consolidándose en los últimos años, con muchos matices, un avance cívico insólito: los coches se estaban empezando a acostumbrar a la presencia de bicicletas. Los bocinazos y la sensación de conflicto inminente en cada cruce iban dejando paso, muy lentamente, a la costumbre europeísta de ceder el paso. En esto tuvo mucho que ver la implantación de las bicicletas eléctricas del servicio público BiciMAD, que lograron poco a poco integrarse en el paisaje urbano. Vicente León, de 64 años y ciclista en su juventud, se convirtió en usuario fiel y renunció al metro. “Por primera vez ibas sin la conciencia de estar vendido”, explica tras destrabar una bici en la calle Alcalá, al lado de Sol.

Vicente cuenta esto sin alegría, porque siente que el logro puede irse al garete pronto, visto el deterioro progresivo de BiciMAD. Es martes, pasadas las 10 de la mañana, y esta es la tercera base en la que prueba suerte, por fin con éxito. En la calle Desengaño, al otro lado de la Gran Vía, no había bicicletas y en la Plaza del Carmen, solo una, pero con la rueda pinchada. “Es un desastre”, se queja. Opina que el servicio es “totalmente necesario”, pero que desde que cambió el gobierno en el Ayuntamiento de Madrid, cada vez va a peor. 

Las quejas de los usuarios en redes sociales se suceden, y una mañana de paseo cicloturístico por la ciudad demuestra que no son pataletas circunstanciales. Hay menos bicicletas, muchas están estropeadas y si no se es militante de las dos ruedas es lógico renunciar y optar por el metro o el autobús. Borja Mosquera, de 43 años, salió de una de las estaciones de Retiro (la segunda; la primera “estaba rota”) para ir a Vallecas. Al llegar le saltó un error en la aplicación auxiliar del móvil, donde se ve el mapa y se recarga el saldo. Tuvo que llamar al teléfono municipal 010 y pasarse un buen rato antes de poder seguir el camino. “Desde hace un año está fallando. Hay menos y están peor mantenidas”, lamenta.

También tuvo problemas María Hernández, de 42 años, que llega a la Calle del Empecinado, entre Delicias y Atocha. Ella también ha sido terca. “Hasta cuatro estaciones he tenido que recorrer”, cuenta, de vuelta del trabajo. En los últimos dos meses ha visto averías de todo tipo. “Fallos eléctricos. Castañazos y siniestro total”, enumera. 

El delegado de Movilidad del Ayuntamiento, Borja Carabante, achacó el deterioro a un aumento del vandalismo. Algo de eso hay. En Tetuán, a ambos lados de la calle Bravo Murillo, solo hay una de seis estaciones funcionando el martes a mediodía. “Sí, roban mucho. Yo lo he visto, dan unos golpes, salta de la base y se la llevan”, relata Daniel Núñez, de 33 años, tras aparcar en la única estación que sigue operativa. Pero el de los aprovechados no es un fenómeno nuevo y los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) señalan un factor más relevante, a su entender: el servicio se ha ampliado y la plantilla no solo no ha aumentado, sino que se ha reducido.

Más infraestructura, menos manos

Según los datos de Plataforma Sindical EMT, aguerrida central de la empresa de transportes, en febrero de 2019 había 172 bases y 2029 bicis, de las que se ocupan 105 trabajadores. Tras las elecciones y el acceso a la alcaldía de José Luis Martínez-Almeida, se instalaron otras 42 bases y 468 velocípedos. En 2020, el gobierno local de PP y Ciudadanos anunció por todo lo alto el estreno de BiciMAD Go, con otras 452 bicis sin base fija (10 veces más caras para los usuarios), a las que se sumó una nueva ampliación del servicio clásico con 50 bases y 468 vehículos. La plantilla, en cambio, ha pasado en estos dos años de 105 a 100 trabajadores.

Este crecimiento de la infraestructura sin aumento del personal ha supuesto que donde antes había 11 personas dedicadas a trasladar las bicicletas de las estaciones más sobrecargadas a las vacías en cada turno laboral ahora solo haya una. El solitario empleado conduce uno de los camiones (antes había seis, pero la mitad están estropeados), carga las bicis, atiende a la aplicación del móvil para revisar dónde hay que rellenar huecos y está pendiente de los avisos de la base para ir a recoger las que van arreglando a destajo los compañeros del taller. No da abasto.

El atasco es tal que el domingo pasado había en el almacén de Fuencarral de la EMT, adonde van a parar las bicicletas averiadas, 1.475 unidades, según Antonio Blanco, trabajador y miembro del sindicato. Se amontonan, ordenadas según un triaje que recuerda al sanitario, entre averías leves (léase un pinchazo), graves (una batería estropeada) y muy graves (el cuadro roto, por ejemplo). Como la plantilla disponible está dedicada casi exclusivamente a labores de reparación, la redistribución queda descuidada. Así, las estaciones más aisladas se quedan sin huecos y quienes van con prisa dejan la bici sin trabar. Cuando esto sucede repetidamente, aparecen los pillos. Para paliar este desajuste, el Ayuntamiento subcontrató a una empresa privada la recogida de las bicicletas más alejadas del perímetro del servicio durante los meses de verano, a razón de 70.000 euros, pero no se ha podido recuperar el ritmo habitual.

Ante el descontento general, el Ayuntamiento anunció que los candados de las bicicletas sin base se instalarán también en las clásicas y ha activado un concurso para aumentar la plantilla en 25 plazas. Se anunció en abril, pero el proceso sigue todavía en tramitación. Plataforma Sindical señala que este refuerzo no servirá de mucho porque hay unos 15 trabajadores a punto de salir de BiciMAD rumbo a otras divisiones de la EMT, y calcula que con menos de 150 efectivos el servicio no recuperará el funcionamiento normal.

En la base operativa de Tetuán, María -no es su nombre, pero desconfía de las preguntas- ancla la bicicleta. Dice que no se mete en política, pero que con Carmena BiciMAD “estaba súper” y que no se puede culpar a los trabajadores. “He coincidido con los chavales y hacen lo que pueden”, defiende. Un rato antes, a unos 13 kilómetros de allí, una madre pasea con los hijos pequeños por Pavones. Es Moratalaz, uno de los últimos barrios a los que ha llegado el servicio. La niña menor, colgada de la mano de la madre, mira a la base. Hay 24 anclajes y siete bicis. “¿Dónde están las bicis, mamá? ¡Se las han llevado!”, exclama. La madre no se inmuta y sigue caminando.

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