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“Soraya, la del PP,” deja la política: la todopoderosa vicepresidenta aguantó 51 días sin Rajoy

La candidata a Presidencia del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, escucha la intervención de Pablo Casado

José Precedo

Soraya Sáenz de Santamaría se hizo abogada del Estado “para trabajar por el país”. Lo confesó en el último de sus discursos del congreso de la sucesión ante el auditorio, 3.082 compromisarios que iban a decidirlo todo en el PP, dentro de un gigantesco salón de un hotel a las afueras de Madrid. No duró mucho como alta funcionaria en la Administración. A los 29 años buscó trabajo más arriba, en el primer Gobierno de José María Aznar. Corría 1999 y la entrevista se la hizo uno de los hombres de Mariano Rajoy, el que era su jefe de gabinete en la vicepresidencia, Francisco Villar.

Empezó haciendo papeles –cuentan en el PP que al principio ayudó mucho en la gestión del Prestige que coordinó Rajoy– y 19 años después rozó la cima del partido. “He estado donde me habéis pedido siempre, trabajando en la sede, haciendo oposición y haciendo España, de la mano de Mariano Rajoy”, se confesó aquel sábado ante los compromisarios que tenían que votarle.

Primero fue asesora; después, diputada –cuando logró su escaño en el Congreso por Madrid tras la marcha de Rodrigo Rato al Fondo Monetario Internacional–; y de ahí ascendió a portavoz en el Congreso, después de que Rajoy acabase de romper con el aznarismo y jubilase a Eduardo Zaplana tras el congreso de Valencia de 2008, una de las muchas veces en que pudo acabar la carrera política del expresidente del PP. 

Por el camino, en estos 19 años, Santamaría fue acumulando una ingente capacidad de poder, siempre por delegación de Rajoy. Pero a medida que aumentaba su poder iba engordando la lista de enemigos internos, de compañeros y rivales –si es que no fueran lo mismo– que la consideraban una arribista a la que nunca se le había visto pegando carteles del partido.

La oposición interna incluso se constituyó en grupo propio, el famoso G-8 de ministros que montaban comidas para limitar la influencia de la vicepresidenta en Mariano Rajoy. Ese contrapoder sobre el que habían corrido ríos de tinta durante el último mandato de Rajoy salió del armario en vísperas de la votación definitiva de las primarias. Dos días antes de la votación en la que el PP elegía nuevo líder, siete miembros del Consejo de Ministros facilitaron la foto de ese grupo sobre el que tanto se había escrito. Quedaron en un restaurante para evidenciar su apoyo a Casado, que era tanto como decir, su rechazo a Santamaría. En esa mesa, por supuesto, se sentó su enemiga de siempre en la secretaria general, María Dolores de Cospedal, con la que llevaba años enfrentada y que a esas alturas ya ni siquiera se esforzaba en disimular. La gélida convivencia entre las números dos, en el PP y en el Gobierno, fue primero guerra fría y desde que Rajoy anunció su dimisión derivó ya en una batalla sin cuartel.

La animadversión hacia Santamaría se multiplicó durante ocho años dentro del Consejo de Ministros, hasta el punto de que uno de sus rivales llegó a bautizarla como “bolita de azufre”. En la sede nacional del PP en la calle Génova 13 de Madrid se le acusaba de tratar con desdén al partido y de escabullirse cuando venían mal dadas metida en el traje institucional de vicepresidenta. Todo eso pasaba en el PP puertas adentro, mientras sus principales dirigentes alardeaban de unidad en mítines y actos políticos.

La sobreprotección de un sector de la prensa mientras otros compañeros ejercían de payasos de las bofetadas en los escándalos que sacudieron al PP contribuyó a alimentar esa desconfianza general hacia la número dos de Rajoy. El respeto en algunos despachos de grandes grupos de comunicación a Santamaría era reverencial. “Se puede zurrar a todos menos a Soraya”, se quejaba hace años uno de los principales azotes mediáticos del Partido Popular.

Cuando por fin se lanzó a la carretera para competir por la presidencia del PP el pasado junio, intentó durante seis semanas humanizar el perfil de burócrata que se había instalado en el partido. Posó de todas las maneras posibles e incluso protagonizó un vídeo en el que prometía convertirse en el dolor de de cabeza de Pedro Sánchez.   

Santamaría, a quienes muchos dentro de la línea dura del PP culpan del fracaso de la Operación Diálogo en Catalunya –y el primero Casado, que ha hizo equilibrios durante toda la campaña para responsabilizar a la número dos mientras intentaba salvar la cara de Rajoy– esgrimió dentro de su hoja de servicios una querella del presidente catalán, Quim Torra: “Dice mi marido que lo ponga en el currículum. Querellada por defender la unidad de España”. Antes había sacado su abanico con la bandera rojigualda, lanzado unas cuantas pullas a Casado y lamentado ante Rajoy, sentado en la primera fila del congreso, no haber logrado la integración.

“Soy Soraya, la del PP”, dijo en su último intento para convencer a los compromisarios. Pero su suerte estaba echada. Tras perder la votación –Casado con su discurso de que vuelve el PP sacó el 57% de los votos–, se refugió en su pequeño núcleo de colaboradores y se apartó de los focos. Intentó negociar una integración entre candidaturas que nunca se produjo y empezó a enviar señales de que estaba de retirada mientras el partido se perdía en quinielas sobre si su futuro estaba en las municipales de Madrid o encabezando la lista de las europeas. Este lunes, 51 días después de su dolorosa derrota en las primarias, “Soraya, la del PP”, anunció su retirada política tras reunirse con Casado a través un frío comunicado que agradece a Rajoy su confianza y olvida a todos sus enemigos: los del Consejo de Ministros y los del partido.

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