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Los obreros toman las calles de Tailandia con una muestra fotográfica

Los obreros toman las calles de Tailandia con una muestra fotográfica

EFE

Ratchaburi (Tailandia) —

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Los retratos de obreros de la construcción de tamaño mural, obra del alemán Ralf Tooten, han cambiado la estética de calles, fachadas y puentes de una pequeña ciudad de Tailandia en la que al igual que en otras su pintoresca presencia pasó antes inadvertida.

Por la mañana al salir de sus casas, lo primero que ven muchos habitantes de Ratchaburi, localidad situada a 118 kilómetros al suroeste de Bangkok, son los retratos de los albañiles vistiendo con las coloridas prendas que portan mientras faenan, incluidas las curiosas capuchas que algunos llevan para protegerse del sol.

“Me considero un fotógrafo en la tradición de August Sander y Richar Avedon, realizo un trabajo de documentación, algo que desaparecerá con la modernización y la globalización”, explica a Efe Ralf Tooten, quien reside en Tailandia desde hace 9 años.

La exposición “RCA: Ratchaburi Construction Workers Open Air Portraits”, que será visible hasta el próximo 18 de agosto, consta de cerca de una veinte fotografías murales que se exhiben en las calles de la ciudad y de otra decena que están en la galería D-Kunst.

“No me entiendo a mí ni a este proyecto como una voz para los obreros de la construcción”, advierte Tooten, aunque no oculta su afinidad hacia la clase trabajadora.

“Si después de esta exhibición la gente toma más conciencia y entiende mejor a este grupo de la sociedad, que construye sus casas, hospitales y oficinas, entonces hicimos un buen trabajo”, apostilla el autor.

Tooten ha reconocido que su motivación fue sobre todo estética: “Ningún diseñador de París pudo haber intentado una combinación más excitante de camisetas viejas, máscaras de esquí y sombreros”.

No obstante, el resultado de su proyecto son retratos que también transmiten la dignidad y vitalidad de los obreros.

En una valla publicitaria de las que normalmente son empleadas para colocar anuncios de detergentes o teléfonos móviles de manos de una modelo, se exhibe ahora una serie fotográfica que muestran en varias poses a Chot, un obrero de la construcción ataviado con una gorra azul y una gran sonrisa

“Mi familia me pregunta por qué hay fotos mías en la ciudad, y yo la verdad es que no sé por qué”, asegura con buen humor este tailandés de 66 años.

“Llevo 20 años trabajando en la obra. Hago de todo, desde cemento hasta puentes. La vida es muy cara ahora, pero nadie puede hacer nada, ni los primeros ministros, porque todo depende del precio del petróleo”, dice a Efe este trabajador con el rostro curtido.

Chot gana diariamente 330 bat (unos 11 dólares u 8 euros), 30 bat más por encima del salario mínimo que fijó el Gobierno central el pasado enero, y que complementa con el dinero que le da la venta del arroz que cultiva en unos terrenos de las afueras.

La mayoría de los trabajadores que hacen la mezcla del cemento y ponen ladrillos junto a Chot son inmigrantes birmanos, que representan el 80 por ciento de los 2,5 millones de extranjeros que trabajan en sectores como el de la pesca, la construcción o en las plantaciones de caucho.

Una porción importante de estos inmigrantes están en situación irregular, aunque no es el caso de los que trabajan en la empresa que da faena a Chot, según subraya uno de los gerentes.

“Cuando no tenía papeles tenía que irme a la selva para escapar de la Policía. Ahora tengo permiso de trabajo y estoy más tranquila. La vida es muy difícil en Birmania, en Tailandia todo es más fácil”, señala la birmana Lehima, de 37 años, cuya fotografía es parte de la muestra.

“Verme en las fotos fue una sorpresa, estaba excitada. Pero espero que no las vean en Birmania”, agrega la mujer, quien no termina de fiarse de las autoridades de su país a pesar de las reformas democráticas emprendidas en los últimos años.

“No quiero que mis hijos trabajen en la construcción. Es muy duro. Me gustaría que pudieran trabajar en una oficina, aunque no me puedo permitir que estudien mucho tiempo”, confiesa Lehima, madre de dos hijos varones y otras tantas chicas.

Por Gaspar Ruiz-Canela

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