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Los productos orgánicos tienen en su origen una llave para acceder al mercado

Los productos orgánicos tienen en su origen una llave para acceder al mercado

EFE

Vorónezh (Rusia) —

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La indicación geográfica del origen de los productos orgánicos en su etiqueta puede abrirles las puertas de mercados más exclusivos e incrementar su valor, como ponen de manifiesto distintas experiencias en Europa y Asia.

Ese tipo de producción que busca sacar el máximo potencial de los recursos naturales sin usar químicos tiene un largo historial, pero los procesos de certificación cada vez más complejos han terminado por dejar fuera a muchas empresas pequeñas que la llevan a cabo.

Así lo cree Andrea Ferrante, coordinador de Schola Campesina, una escuela a las afueras de Roma que recibe a agricultores de todo el mundo para enseñarles prácticas ecológicas.

“En el sistema europeo hemos tenido procesos paralelos de certificación biológica y de indicación geográfica; ahora hay que encontrar instrumentos que se adapten a los pequeños productores”, dice en declaraciones a Efe.

Ferrante urge a vincular ese sistema con los saberes del territorio, en un momento en el que se están perdiendo, y a trabajar para que el valor añadido de los productos biológicos llegue a los productores y no se queden en quienes los distribuyen.

En Italia, cuna de conocidas denominaciones como las del jamón de Parma o el queso parmesano, Ferrante aboga por “reforzar esa gran tradición alimentaria que ha funcionado con algunos productos para que sirva al conjunto de la agricultura que responde a criterios de sostenibilidad”.

En todo el mundo, las cifras de la agroecología siguen siendo minúsculas si se comparan con el modelo intensivo.

Apenas representa el 1,2 % de la superficie agrícola, 58 millones de hectáreas repartidas en 178 países con un mercado valorado en 2016 en 90.000 millones de dólares, según la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica.

Sus 2,7 millones de productores apuestan por dar solución a problemas como la degradación del suelo y la contaminación del agua, unos servicios más apreciados en los países ricos que en los pobres, según la experta turca Uygun Aksoy.

En la conferencia regional de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que se celebra estos días en Rusia, Askoy llamó a capacitar a los pequeños agricultores para que puedan producir con estándares más altos y expandirse a nuevos mercados.

El reconocimiento del origen de sus productos puede ayudarles a posicionarse como alimentos de calidad y, por tanto, a venderse a un mayor precio.

Entre un 20 y 50 % ha aumentado el valor de algunos de ellos con su procedencia geográfica inscrita en una etiqueta, según un reciente estudio de la FAO y del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, que calcula en más de 40.000 millones de euros lo que mueven esas marcas en el mundo.

El especialista Jakub Jasinski, de la Academia Polaca de Ciencias, considera que son “más que un instrumento para la protección de los derechos de protección intelectual”.

“Tales certificaciones permiten proteger los nombres de los productos y garantizar determinadas características, y evitan falsificaciones”, asevera.

A su juicio, las instituciones locales, como las creadas en Croacia o Polonia, están mejor capacitadas para conocer los conocimientos tradicionales, entender su potencial económico y preparar a los productores para cumplir las reglas.

“Necesitamos un sistema nacional de certificación pero, sobre todo, agricultores motivados que reciban incentivos para cambiar a la producción orgánica, pues asumen muchos riesgos cuando dejan de usar químicos”, opina el jefe de un instituto de agricultura orgánica en Kazajistán, Vladímir Grigoruk.

En Rusia, por ejemplo, faltan políticas estatales para apoyar esa clase de producción agrícola, necesarias para pasar de exportar alimentos básicos como los cereales a otros más procesados, señala el jefe de Agronegocios de la consultora KPMG en el país, Vitaly Sheremet.

Destinos como Japón, China y Oriente Medio son prioritarios para las exportaciones rusas de productos agrícolas, que deberían aprovechar que “los consumidores están listos para pagar más por los productos de calidad”, según Sheremet.

Al final es una cuestión de confianza, como demuestra el daño que hacen las falsificaciones en la imagen de marca que quieren proyectar algunos países asiáticos, según el experto Gerald Hermann, de la empresa alemana Servicios Orgánicos, que ve “clave” la transparencia en los datos que suministran las empresas.

Belén Delgado

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