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Si uno pudiera

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso

José Luis Sastre

Si uno pudiera dejar de ponerle palabras a la campaña, que ya le ponen muchas, se dedicaría a lo más excéntrico, que es el silencio para pensar el voto. Antes de que el jueves empezara la carrera electoral, estaban todas las palabras puestas y estaban hasta las señales de crispación, con las manos llenas de sangre. Estaban los signos de intolerancia, con el intento de boicot a Álvarez de Toledo en la universidad. Estaba el discurso machista y xenófobo que escarba la tierra para resucitar a don Pelayo. Había otras muchas cosas, claro, pero también la tensión, que es lo que tantos pretenden.

Antes de que empezáramos hubiéramos podido acabar, que ya habían puesto los lemas y también los datos y el 41% que ha declarado que no lo tiene claro es el que menos palabras necesita, porque le van a dar emociones, que no caben en un eslogan ni en un debate. Dijo Pablo Iglesias cuando presentó su moción de censura a Mariano Rajoy que las emociones que movían la política eran tres, igual que las virtudes teologales: la humillación, el miedo y la esperanza. Habrá cambiado el escenario, pero lo de las tres emociones se mantiene.

Si uno pudiera dejar de emitir sus frases, como si fueran a ir a algún sitio, se satisfaría con las frases de los demás, por donde asoman ideologías prestadas o propias. Miren a Pablo Casado, que dispara todas las frases juntas. Entre las muchas de esta semana, fue a reconocerse en esta: “Los votantes de Vox no tienen ninguna excusa para no confiar en el Partido Popular”. Así se describe la batalla del flanco derecho, a la que Rivera aludió con una comparación gráfica: “Si esto fuera un partido de tenis, sería de dobles: Sánchez con Iglesias a un lado de la cancha, y del otro lado, el señor Casado y yo”. A Santiago Abascal no hizo falta que lo mentara. Abascal es una presencia a la que, unos más y otros menos pero entre todos en general, han puesto en medio de la procesión y cuando no va a caballo, va en volandas.

En la otra parte de la red, donde dice Rivera que están Sánchez e Iglesias, Unidas Podemos trata de recobrar fuerzas blandiendo algo que la derecha pensaba que era suyo y de nadie más, la Constitución. La campaña vuelve a ser clave para Podemos, que comprobará los efectos de su guerra interna y que extiende al PSOE sus sospechas por el indecente episodio de las cloacas. Y luego está Sánchez, que cambiaría el colchón de su predecesor en la Moncloa pero se quedó con sus manías y si Rajoy esperaba, Sánchez espera igual. Sánchez exhibe perfil presidencial y deja que las frases de Casado le vayan llevando. Para la campaña, como mucho, un debate y que los rivales se arreen. Un debate al que baste con ir y que te vean.

Uno podría, llegado el caso, usar las frases de otros, que es como se han aprobado ciertos másteres, y traer aquí las definiciones de John Carlin: “El 28 de abril se enfrentarán la España de hábitos absolutistas y la de pensamiento abierto”, escribió en la Vanguardia. O las de Josep Ramoneda, que anotó que el futuro dependerá de que gane “la rabia o la distensión”. 

Si uno pudiera dejar de mirar los datos a los que todos miran, en vez de atender tanto a las fugas de votos y a las intenciones directas observaría la tabla de los partidos a los que uno no votaría nunca. Al cabo, si esto va de votar a la contra para impedir la victoria de otros −de los otros−, tiene sentido saber que el 35% declara en el CIS que jamás votaría al PSOE; el 53%, a Podemos; el 47%, a Ciudadanos; el 54% nunca apoyaría al PP y el 70%, a Vox. Quizá haya ahí más pistas que en la cocina, porque se adivina al menos el techo de cada sigla.

Si uno pudiera diría que no es sólo la convivencia lo que −quizá− está en juego, sino la economía, pero pasaría uno por uno de esos cenizos de los que se quejaba Rajoy. Pese a que apenas se oiga, han venido el FMI y la OCDE a advertirnos de que este calor de ahora puede volverse frío de pronto en un país que vuelve a resguardarse en el ladrillo. Pero no se hacen para eso las campañas. Las campañas son para la ideología. Y la tensión.

Si uno pudiera saber, en fin, dejaría de especular. Pero quién sabe si cuando tenemos más datos que nunca nos abruma la incertidumbre. Esta campaña no empezó el jueves, viene de antes y a lo mejor no acaba hasta dentro de mucho. De ahí el nervio, porque no pugnan por el poder, sino por la hegemonía. Tensión y bloques. Distensión o rabia.

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