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CRÓNICA

Subvencionar el consumo de gasolina y otros daños colaterales de la guerra

Sánchez en el acto del lunes en Madrid.

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Después del triunfo de Bruselas, con vuelta al ruedo incluida, el choque con la realidad. No tenía sentido postergarlo más tiempo ni se ganaba nada con poner buena cara. Nada de enredarse con la palabra 'crisis'. Ni aventurar brotes verdes ni arbustos floreados. Ni esperar a tener cerrado un cambio en el sistema de precios de la energía, que aún está por concretar y por recibir el visto bueno final de la Comisión Europea. Esto no va sólo del precio de la luz, por alto que sea, sino de toda la economía, a la que la guerra de Ucrania puede empujar a una recesión en Estados Unidos y Europa.

Pedro Sánchez anunció el lunes un paquete de medidas con las que intentar amortiguar el impacto de la crisis inminente. No resistió la tentación de recordar algunos buenos datos económicos positivos anteriores a la guerra, aunque a estas alturas se han visto arrollados por los tanques rusos. Ni de decir que el Gobierno quiere enviar “un mensaje de ilusión y esperanza a la ciudadanía”. El presidente lleva dos años enviando este tipo de mensajes y ya debería saber que la efectividad del anuncio se ha reducido bastante. No hay terapias colectivas que compensen los efectos de lo que va a suceder.

El Gobierno pone sobre la mesa 6.000 millones en ayudas directas y 10.000 millones más en créditos ICO. Es la primera cifra la que puede tener consecuencias favorables más inmediatas. El aumento del ingreso mínimo y la limitación del aumento de los alquileres al 2% durante tres meses colman los deseos de Unidas Podemos, que esta vez suscribe por completo el mensaje de Sánchez. Las medidas “llevan claramente nuestro sello”, dijo Ione Belarra. Yolanda Díaz afirmó que están dirigidas a favorecer a los más vulnerables: “No habrá una bajada generalizada de impuestos, sino que irán dirigidas a los colectivos, empresas y personas que más lo necesiten, de manera singular en materia energética”.

Donde las medidas no tienen en cuenta ese factor es en el caso de las ayudas al combustible. Las concedidas a los transportistas se amplían a toda la población: 20 céntimos de descuento por litro de combustible de los que 15 van a cuenta del Estado. Es decir, con el dinero de todos, se subvencionará a los dueños de todoterrenos y cualquier otro vehículo. Genial para la lucha contra el cambio climático.

Es una medida que ya han tomado otros gobiernos europeos. Va contra lo que se hizo en la primera crisis del petróleo en 1973. Ante un aumento espectacular del precio del petróleo, se dieron pasos destinados a reducir el consumo de combustible. El mensaje de ahora consiste en lo contrario: intentaremos que no salga tan caro seguir apostando por el vehículo privado.

El Partido Popular quiere ir aun más lejos. Ya reclamó en el Congreso que el IVA de los combustibles baje al tipo superreducido del 4%, el mismo que el de los alimentos básicos. Tendrían que ser conscientes del impacto de esas vacaciones fiscales en lo que está ocurriendo en Ucrania, pero no es el caso. La solidaridad con los ucranianos tiene sus límites.

“Estas políticas son desde luego inmensamente populares”, escribe Javier Blas, experto en energía de Bloomberg. “Pero no sólo son un desperdicio económico, sino que perjudican en términos geopolíticos. Los recortes fiscales en el combustible son en la práctica una subvención a favor de Vladímir Putin y dañan los intentos de poner fin a la guerra en Ucrania. Piensen en ello: si el coste del petróleo es más asequible, su consumo aumenta. Cuanto más alta sea la demanda de petróleo, más altos serán sus precios, y más dinero ganará el Kremlin. Esos petrodólares extra servirán para matar a más ucranianos”.

Europa no puede prescindir a corto plazo del petróleo y gas rusos. Hacerlo conduciría a esos países a una recesión de niveles desconocidos. Pero necesita reducir su consumo y cuanto antes. El barril de Brent ya está en torno a los 115 dólares por barril. Estaba en 95 hace dos semanas. La Agencia Internacional de Energía calcula que faltarán tres millones diarios de barriles en verano para colmar las necesidades de la demanda global. Y no hemos sufrido aún todas las consecuencias energéticas de las sanciones a Rusia, porque Moscú todavía puede seguir exportando para cumplir con los contratos firmados antes.

Todas estas consideraciones no afectan al PP. Tampoco a su nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, que cumplió el pasado viernes algunos de los mandamientos más estrictos del populismo. “¿Es posible bajar impuestos? Sí. ¿Es posible cuadrar las cuentas? Sí. ¿Es posible controlar el déficit? Sí. ¿Es posible invertir más y recaudar más bajando impuestos? También”, dijo en uno de los mítines previos a su coronación como líder del partido. Y dos huevos duros, le faltó decir.

En definitiva, es posible mejorar la economía en un contexto brutal sin hacer ningún sacrificio. Pagando menos impuestos, incluidos los sufridos ricos. Invirtiendo más en gasto social. ¿Hospitales? Póngame dos. Aumentando de forma espectacular el gasto militar, como pide la OTAN. Hay dinero de sobra para tanques y aviones. Controlando el déficit y la deuda (que está en el 121% del PIB, según Eurostat) para que Bruselas esté tranquila. Querido votante: tendrás todo lo que puedas imaginar sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.

Todo Occidente está atemorizado ante lo que se viene encima y en el PP creen tener las soluciones indoloras que nos permitirán pasar la tormenta sin despeinarnos. Debe de ser un homenaje conjunto a Adam Smith y Antonio Escohotado.

Sánchez prefiere comprometerse a “repartir los sacrificios de forma equilibrada”. Se dijo lo mismo durante la pandemia y el resultado fue muy mejorable. Al menos, admite que esos sacrificios existirán. No piensan igual los autores de la nueva teoría económica que sostiene que saldremos de esta pagando menos impuestos y con un pin de la bandera ucraniana en la solapa para aparentar que estamos muy preocupados.

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