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La trampa ideológica

Casado , el pasado jueves, en un acto junto a mujeres de su partido.

José Luis Sastre

Las cosas más evidentes son a menudo las que menos se ven. España es un país, no una ideología, pese a la carrera política por apropiarse de las identidades y volverlas etiquetas excluyentes. Hay españoles de izquierdas y de derechas, altos y bajos, porque tantos años después conviene escribir aún que la bandera, al ser de todos, no es de nadie. Así sucede con el feminismo, que se puede ser de izquierdas o de derechas y feminista porque nadie tiene la capacidad de adueñarse de esa lucha. 

Por la ideología, sin embargo, arguyó el PP que se ausentaría de la manifestación del 8 de marzo, porque discrepa “del feminismo de izquierdas, que enfrenta a hombres con mujeres”. Sostiene Pablo Casado que el manifiesto de esa marcha les apartaba, pero el manifiesto no es el feminismo. Era, en todo caso, la expresión de una de sus partes, no de un conjunto que se construye entre todas. Entre todos. Las cosas evidentes a menudo se nos ocultan: si eres feminista, nadie puede excluirte de lo que eres. Basta, eso sí, con que lo seas. 

Lo sabe Casado, aunque lo niegue, porque fue a compartir banderas, plaza y manifiesto en Colón cuando se le vio concentrado junto a Ciudadanos y la extrema derecha de Vox. Si vendió aquello como una plural reunión de la diversidad de España contra las traiciones a la patria, cuesta entender que la multitudinaria protesta de este viernes, que no lideraba ningún partido, le parezca en cambio un desfile de sectarismo. 

A menos, claro, que su renuncia a esa protesta, tan legítima como las demás, tenga que ver con la regresión que propone en el aborto, con la interesada confusión entre violencia doméstica y machista o con su necesidad por explicarle a las mujeres lo que llevan dentro cuando están embarazadas. Nadie puede negarte lo que eres, aunque es preciso que lo seas. 

Hay una trampa que se extiende y que consiste en convertir cualquier asunto en una ideología para ahorrarse los argumentos de verdad. Esta semana, por citar otro ejemplo, Soraya Rodríguez se ha ido del PSOE por España, mientras Ciudadanos le tiende la alfombra, roja y gualda. 

No es que se haya apartado de la primera fila, sino que abandona el partido en el que militó siempre y del que fue incluso su portavoz porque discrepa, ahora que se quedaba fuera de las listas, de todo con lo que ha convivido mientras ocupaba su escaño y mientras votaba junto a sus compañeros, generalmente en contra del partido que ha puesto un cordón sanitario en torno a lo que ella era hasta hace cinco minutos. La ideología, ya saben.

Su caso no es el único. Se ha llenado la atmósfera de lo que -futbolizados todos- llamamos fichajes como si hubiera un mercado de invierno cuando, en realidad, se asemeja al transfuguismo del que tanto reniegan. Tiene lógica, si pretenden hacer de la ideología una excusa hueca, el comodín del público, mientras vacían las palabras de significados y el escenario se polariza sin que uno pueda adivinar hasta qué extremo.

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