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Uzbekistán, la llave de Asia Central, se abre al mundo exterior

EFE/EPA/HOW HWEE YOUNG / Archivo

EFE

Tashkent —

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Uzbekistán, uno de los países menos democráticos del mundo y vanguardia en la lucha contra el integrismo islámico en Asia Central, ha iniciado un ambicioso proceso de apertura que aún choca con la desconfianza de Occidente.

“El país se encuentra en medio de una Perestroika y, como vimos en la Unión Soviética, las transiciones nunca son fáciles. El pueblo sufre, pero apoya los cambios”, comentó a Efe Rustam, un septuagenario cliente del bazar de Tashkent (Chorsu).

Desde la muerte en 2016 del padre de la nación, el autoritario Islam Karímov, Uzbekistán se ha embarcado en un turbulento mar de reformas que puede marcar el devenir de la estratégica región situada entre Rusia, China, Irán y Afganistán.

Los cambios comenzaron con la simplificación de los visados -Uzbekistán fue un país cerrado durante un cuarto de siglo-, después se liberalizó la economía, se mejoraron las relaciones con los vecinos y con Occidente, se abrieron universidades extranjeras y se lanzó un programa para combatir el deterioro medioambiental por el mar de Aral.

“La apertura es gradual y tímida. Es una transición dirigida. Llevamos muchos años de independencia, pero parece que acabamos de empezar. Lo uzbekos aún no han perdido el miedo. Es una sociedad muy obediente, como la rusa”, explicó a Efe Carlos Alberto Martínez Ferrero, profesor universitario español con 15 años de experiencia en Uzbekistán.

Los cambios también han llegado al sector del algodón, el principal producto de exportación del país y una cuarta parte de su producto interior bruto.

Según el periodista de la agencia de noticias Fergana.ru Timur Karpov, las autoridades han erradicado la esclavitud infantil -los niños solían participar masivamente en la recogida del algodón en esta época del año-, motivo por el que EEUU ha retirado al país de su lista negra.

Y es que, según Martínez Ferrero, “el algodón ya no da de comer”. “Uzbekistán fue durante décadas un país de monocultivo. Es un cultivo muy sediento, por lo que están introduciendo sistemas de irrigación más eficaces”, destaca.

“Hay que modernizar las infraestructuras, pero el problema es que no hay dinero. Por ejemplo, resolver el problema del Aral es costosísimo. El país necesita inversión extranjera. Se están haciendo muchas cosas, pero Occidente no se acaba de fiar”, lamenta.

Este profesor cree que Estados Unidos y la Unión Europea deben ayudar a Uzbekistán, ya que es un país geopolíticamente clave por su papel como “tapón contra la insurgencia integrista y el narcotráfico que proviene de Afganistán”.

“Tener un Uzbekistán fuerte y saludable nos hace al resto de países en Europa dormir tranquilos. La comunidad internacional tiene poca paciencia, pero debe entender que Uzbekistán es un aliado, no un enemigo”, apunta.

Considera “ingenuo” demandar que Uzbekistán se convierta “de la noche a la mañana” en una democracia y una economía de libre mercado, cuando durante más de un siglo hacía sólo lo que dictaba el imperio zarista y la Unión Soviética.

“Será un proceso más largo que la Transición Española. Desgraciadamente, a los opositores los ven como integristas. Nadie puede oponerse a los dirigentes que trabajan por el país”, insiste y recuerda que Karímov se basó principalmente en la Constitución de España (1978) a la hora de elaborar la uzbeka de 1992.

Karpov es menos optimista que el profesor español. Cree que el nuevo presidente uzbeko, Shavkat Mirziyóyev, no tiene un plan trazado, está sometido a fuertes presiones de Rusia y China, y se ha limitado a crear una “oligarquía feudal”.

“El Gobierno promete mucho, pero no ha dado nada a cambio. Sólo se está llenando los bolsillos de dinero. Es una democracia de bazar. Todo se puede comprar y vender. Puede que no haya necesidad de visados, pero la vida de los uzbekos no ha mejorado ni un ápice. De hecho, ha empeorado. Seguimos en la edad media”, asegura.

Recuerda que toda la élite uzbeka habla ruso e incluso el presidente intervino ante la ONU en ruso. “No hay oposición legal. La censura está a la orden del día. Los campesinos no son libres. El pueblo no decide nada. Rusos y chinos se disputan el control del país. Es la primera vez que somos independientes, pero no somos libres”, señala.

“Tenemos la generación más joven del mundo, pero todos se van a trabajar al extranjero. Hay unos tres millones sólo en Rusia”, subraya.

También opina que el integrismo islámico no es una “amenaza real” y que tanto la prohibición por ley de llevar velos en las escuelas como la norma tácita de no llevar barba en las calles son una excusa para reprimir al pueblo.

“Seguimos viviendo en el miedo. Creo que tarde o temprano habrá un segundo Andiyán”, pronostica, en alusión a las protestas ocurridas en 2005 en esa ciudad del valle de Ferganá, que desembocaron en la matanza de centenares de personas a manos del Ejército.

Ignacio Ortega

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