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La violencia machista muta y nos desafía, busca resquicios para aflorar

La ministra de Trabajo en funciones, Magdalena Valerio (i), durante la toma de posesión de su directora de Gabinete, Encarnación Orozco.

EFE

Madrid —

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“La violencia machista muta y nos desafía constantemente buscando resquicios por donde aflorar” lo que nos obliga a estar en alerta permanente y a adoptar nuevas medidas para atajarla, advierte la primera delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Encarna Orozco.

En una entrevista con Efe cuando se cumplen 15 años de la aprobación de la primera ley integral contra la violencia de género, aprobada el 28 de diciembre de 2004, Orozco narra cómo se creó la Delegación, que nació un año después con el cometido de coordinar a todos los agentes implicados en la lucha contra este tipo de violencia.

“Su función era coordinar todas las políticas para combatir la violencia de género puestas en marcha por los distintos ministerios, la Fiscalía, el Poder Judicial, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, las comunidades, los ayuntamientos (...) sin olvidarnos de la sociedad civil y las organizaciones de mujeres”, explica.

Y es que, rememora Orozco, fueron ellas, las asociaciones de mujeres, las que “pusieron voz a ese grito ahogado en habitaciones a oscuras de dolor, de humillación, de pérdida de identidad y de miedo”.

UN GRITO FEMINISTA

Un grito que “fue escuchado” por el primer Gobierno que se declaró feminista, el de José Luis Rodríguez Zapatero, y que se comprometió a que la lucha contra la violencia machista sería su primera ley, una norma que fue pionera para el resto del mundo.

Jesús Caldera, entonces ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, coincide, en una conversación con Efe, en hacer protagonistas a las asociaciones de mujeres que visibilizaron “una gravísima situación que hasta entonces estaba oculta”: “Decidimos elevar a público un problema que hasta ese momento se consideraba privado”.

“Las mujeres ya no debían seguir sufriendo esa violencia en silencio”, era el momento de darles una solución y convertir la lucha contra la violencia machista en un eje fundamental de las políticas públicas, rememora Caldera.

Recuerda la exdelegada las dificultades que se encontraron a partir de ese momento. Había que articular medidas basadas en el análisis y la evaluación y eso suponía asumir “el prueba-error” hasta ver si se estaban corrigiendo los patrones socioculturales que castigaban a la mujer por el hecho de serlo.

“Esa fue la primera batalla a librar”; luego se pusieron muchas cosas en marcha, entre las que destaca la creación del 016, el teléfono de atención a las víctimas de maltrato.

Y empezaron a contabilizarse las mujeres que eran asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. 1.033 desde 2003 y 34 niños desde 2013.

CORTAS UNA PATA Y SALE OTRA

“La violencia machista es como una hidra con cantidad de patas, le cortas una y empieza a salir otra, y otra, y otra... y permanentemente tienes que estar ahí para ver por dónde aflora y poder combatirla, esperando que en algún momento seamos capaces de llegar a su corazón y erradicarla”, describe Encarna Orozco.

Para ello, considera, es necesario cambiar todas las pautas culturales de actuación, situar a la mujer “en pie de igualdad con el hombre”, es decir “desarticular en gran medida nuestra estructura social, que es de donde surgen todas las resistencias”.

Detrás de esas resistencias para luchar contra una violencia que nos desafía permanentemente está, sostiene Orozco, el negacionismo “que arremete con tanta virulencia porque se niega a aceptar que hay una violencia que se dirige contra las mujeres exclusivamente por el hecho de serlo”.

NEGACIONISMO Y RESISTENCIA AL FEMINISMO

El riesgo de ese negacionismo y de esa resistencia al feminismo “es que se vuelvan a silenciar los gritos de las mujeres que tanto hemos luchado para que afloren, para que denuncien, para poner en marcha el sistema de protección, para que sientan que no están solas”, alerta Orozco.

El problema fundamental es dar pasos hacia atrás en la lucha contra la violencia machista, coinciden Caldera y Orozco, y que se cuestione una ley cuya necesidad está avalada por las 1,5 millones de denuncias presentadas desde que nació.

“Es un grave retroceso”, subraya el exministro, quien lamenta la aparición de “fuerzas políticas que hacen causa del desprecio hacia la violencia que se ejerce sobre la mujer” y reconoce que el consenso histórico con el que salió adelante la ley hace quince años hoy es impensable dada la configuración del arco parlamentario.

“Espero que la madurez de la sociedad española ayude a corregirlo y envíe al ostracismo a esas fuerzas políticas que hacen esos ejercicios reivindicatorios contra la violencia de género, contra la igualdad o contra la inmigración”, dice.

SIGUIENTE LEGISLATURA, AVANZAR EN EL PACTO DE ESTADO

Ambos responsables de los primeros pasos que dio España en la lucha contra la violencia de género tienen una visión positiva, rechazan calificar la ley en función del número de asesinatos y destacan todo lo conseguido en esos tres lustros en cuanto a visibilización, protección y concienciación.

E instan a los responsables políticos actuales “y a toda la sociedad” a seguir trabajando en la lucha contra la violencia machista a través del rigor, los datos, el análisis y que se materialice en la implementación de las medidas necesarias para combatir la desigualdad.

Y señalan el Pacto de Estado contra la Violencia de Género aprobado en 2017 como el “instrumento absolutamente fundamental” para avanzar en esta batalla mejorando la protección de las mujeres y de sus hijos, sus pensiones y prestaciones y ofreciéndoles una tupida red de apoyo.

LAS TRES C

Y para conseguirlo, dice Orozco, el trabajo contra la violencia machista debe basarse en tres C: coordinación de actuaciones para trabajar con una estructura perfectamente engrasada; concienciación de toda la sociedad; y conocimiento de esa violencia para ver de qué forma se puede atajar.

Porque, aseguran, de la violencia machista se puede salir si las mujeres cuentan con el apoyo y la protección necesarios.

Para ello, insiste Caldera, la respuesta de las instituciones tiene que ser eficaz y basada en el consenso y la acción y, apostilla, “hay un cierto deterioro de la confianza ciudadana en las instituciones, por no decir más que cierto, que debemos intentar solventar cuanto antes”.

“Cuando abordamos la elaboración de la ley sabíamos -dice Caldera- que iniciábamos un camino muy largo, que partía del convencimiento de que era necesario un cambio de cultura, de educación y de comportamiento social”.

Para ello, aseguran ambos entrevistados, es necesario educar y formar en igualdad y dotar de los recursos económicos suficientes tanto a la ley como al Pacto de Estado contra la Violencia de Género.

Una educación que, recalcan, pasa por el entorno familiar, la escuela y el ámbito laboral. “Hay que incidir en todos los ámbitos”.

“Las mujeres no nos queremos valientes, nos queremos vivas y libres” y los poderes públicos tienen la obligación de dar voz a esa reivindicación y poner en marcha todas las medidas necesarias para lograrlo, concluye Orozco.

Macarena Baena Garrido

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