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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Ali Stroker, las cuñas, la radio y yo

Ali Stroker en el encuentro con la prensa previo a la 73ª gala anual de los Premios Tony, en Nueva York

Nuria del Saz

Hay titulares que parecen anacrónicos, aunque sean pura actualidad. Estos días la actriz Ali Stroker ha sido noticia por recibir un Tony. El primer Tony de la historia que distingue a una actriz de musicales en silla de ruedas. ¿Se dan cuenta de lo que digo? La Tierra, 2019.

Las sillas de ruedas tienen unos cuantos años de historia. La primera que se creó con la finalidad de facilitar la movilidad de una persona fue la del rey Felipe II de España (siglo XVI)  y la primera patente data del siglo XIX. El teatro es mucho más antiguo. No es ningún invento de la Edad Contemporánea. ¿No es sorprendente que, hasta 2019, no se haya premiado a ningún actor en silla de ruedas? O la pregunta debería ser otra: ¿cuántas personas que no pueden andar han intentado ser actores y los prejuicios sociales se lo han impedido? ¿A cuántas se les han abierto las puertas del teatro? ¿A cuántas se les habrán cerrado?

¡Qué importante son las oportunidades! La historia de Ali Stroker me ha hecho echar la vista atrás. Recuerdo cuando yo, siendo apenas adolescente, llamaba a las emisoras de radio en busca de mi oportunidad. No me fue tan mal. Por fortuna encontré seres extraordinarios en el camino, que vieron mi talento, que supieron ver mis capacidades. Las oportunidades son imprescindibles para que el individuo se labre su futuro. Un presente.

Esa primera persona fue mi abuelo. Sí, mi abuelo. Francisco Gaitán. El día que cumplí catorce años, me preguntó a qué quería dedicarme, cuando fuera mayor. Le dije que a la radio, pero que antes tenía que estudiar Periodismo. Su respuesta cambió mis esquemas. Jamás la olvidaré, porque me abrió un mundo de posibilidades reales: “No tienes que esperar a ser mayor para hacer aquello que quieras ser”. Y no esperé, con el apoyo de mi abuelo, mis padres y toda la familia.

Otra persona que confió en una jovencísima Nuria del Saz fue Tapi. No estoy segura de su nombre de pila… José Luis, creo. En Sevilla muchos sabrán quién es. Era Tapi para todos. Era el director de una de esas emisoras locales que plagaban la FM a finales de los años ochenta, brindando las primeras oportunidades a tantos jóvenes enamorados de la radio. Tapi escuchó unas cuñas que, motu proprio, le grabé a uno de esos locutores aficionados, que nos hacían disfrutar con su frescura, con su personalidad, cuando la radio musical estaba llena de nombres propios. Mi madre fue la intermediaria. Se presentó, a instancias mías, en la emisora, con los casetes en la mano. Llamó al portero electrónico de un edificio del centro de Sevilla, que albergaba la emisora. “Traigo unas cuñas de parte de Nuria”, anunció a la voz que le atendió a través del altavoz.

El locutor, entre extrañado e ilusionado, abrió la puerta, convencido de que le traían algo para la merienda. En Sevilla unas cuñas son un bollo en forma triangular con crema dentro, cubierto de chocolate. 

Mis cuñas gustaron. No solo al disc jockey. También al director. Al mencionado Tapi, que en seguida quiso saber quién se escondía detrás de aquella voz grabada en una cinta de cromo.

Anécdotas aparte, a los pocos días estuve frente a frente con el famoso Tapi. Jamás me preguntó por mi pérdida de visión. Me hizo una prueba en el estudio. Me pidió que presentara unos discos en inglés y varias preguntas sobre actualidad musical. Al terminar, me dijo que podía empezar el sábado siguiente. ¡Toma ya! Los departamentos de recursos humanos y sus directores tendrán mil certificados de calidad y másteres, pero les falta algo que no se aprende en ninguna escuela: capacidad para reconocer el talento y ausencia de prejuicios. Seguro que en la vida de Ali Stroker también ha habido muchas personas como mi abuelo o Tapi, y tantos otros, que sí superan la discapacidad.

No pongamos obstáculos donde no los hay y donde los haya, luchemos para eliminarlos. Ese debería ser el faro que ilumine el camino de la vida. Lo de la inclusión… ¿Qué les digo? Demasiada paja.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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