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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

La primera vez

La realidad a veces.

Mariano Cuesta

Era muy joven. Apenas tenía 9 años cuando la primera vez. Unos días antes había sido importante para mi, entonces, porque acababa de hacer la comunión y era todo muy emocionante, más que por el acto en sí, que con nueve años uno no es consciente de lo que significa, por toda la gente que había venido y, por supuesto, por los regalos.

La primera vez fue sorprendente, no sabría muy bien cómo calificarlo. Uno de los amigos de mis padres trajo a casa una cinta con la grabación. La pusimos en casa y me quedé blanco. Tenía nueve años. Y allí me vi en la tele, de esas de culo gordo, de las que se estilaban por entonces, entre el estupor y la vergüenza. No entendía nada.

Sí, amigos, fue la primera vez que me di cuenta que era retrón. Y os aseguro que no es fácil asumirlo. Empiezan a aparecer preguntas que antes, lógicamente, uno no se hacía.

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué soy “diferente” y nadie me lo había dicho?

La pregunta que me rondó durante los años posteriores fue ¿Por qué yo?. Y ahí es cuando empiezas a quejarte de tu mala suerte, de la cruzada de los dioses y uno se convierte en víctima porque es lo cómodo. Quejarse es fácil y caer en la autocompasión más todavía. Era más fácil quejarse que asumir las circunstancias, claro que también son nueve años. ¿Se tiene la madurez suficiente para asumir tal carga? Probablemente no. Pero oye… uno va creciendo y resulta que lo que uno piensa que lo que son los mayores defectos del mundo son parte de la vida. Y empiezas a ver que la gente tiene miedos tan grandes como los tuyos propios y que la gente no es tan segura como parecía. Y ahí la cosa cambia. Resulta que todos tenemos defectos, nadie es perfecto.

Yo estuve de médicos hasta esos nueve años. Varias operaciones y largos periodos de rehabilitación, pero uno no era consciente del panorama. Claro, uno está dentro de sí y no se siente diferente, vale sí, que no tengo algunos dedos de la mano derecha y que me falta alguno del pie, también derecho, casualidades de la vida. Pero bueno, es como el que es rubio o moreno, o tiene los ojos claros, o marrones, pensaba yo.

Me llama mucho la atención que, recordando esa época el insulto que tenían algunos para mi era cabeza’buque. No se reían de mis supuestos defectos, sino de otra cosa que nada tenía que ver. El convivir con la diferencia es lo que tiene. Si creces con alguien a quien siempre has visto igual, aunque sea “diferente”, no hay una separación de la realidad. Siempre ha sido así, y ya está. No se cuestionan las cosas.

Y eso era parte de lo que me pasaba, siempre había convivido tan normal con los niños de mi edad, con mis padres, mi familia… Yo no me notaba diferente hasta ese día. Todas las sesiones de rehabilitación, formaban parte de mi rutina, así como las operaciones, uno no se cuestionaba si eso lo hacían todos los niños o sólo yo. Imagino que con esa edad suponía que todos tenían que pasar por lo mismo, porque claro, yo no hablaba de lo que me pasaba, “porque a mi no me pasaba nada”.

Y uno crece y se empieza a sentir una víctima, sobre todo cuando cambias de ciudad, de ambiente y de amigos. Te vas a una ciudad grande y es ahí cuando realmente ves que eres diferente, o mejor dicho te hacen sentir diferente. Porque al final, todo se resume en cómo te hagan sentir. Una de las escenas que más recuerdo, es una de la película “El Doctor Frankenstein” (1931) dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff.

En esta aparece Frankenstein, en el borde de un lago y se encuentra con una niña que, en un primer momento se sorprende, pero luego actúa con total naturalidad, le ofrece una flor y se ponen a jugar como si no pasara nada.

Y ahí Frankenstein se siente bien, no es consciente de su “diferencia”, es decir, volvemos a la idea anterior. Se trata de cómo le hagan sentir a uno. Esta idea es kafkiana, en el sentido literal de la palabra. La Metamorfosis es el claro ejemplo de ello.

El video de la comunión me cambió mucho la perspectiva. Uno empieza a ver las cosas cuando se separa de ellas, mientras tanto es imposible. Me di cuenta de que no andaba como el resto de mis amigos, andaba más raro y eso me hacía sentir mal. ¿Por qué? Porque todos queremos sentir que pertenecemos al mismo grupo, uno no quiere sentirse fuera y este tipo de cosas no ayudaban mucho, pero todo estaba en mi cabeza, o al menos eso entendía en ese momento.

Porque al final las cosas son como son y todos tenemos algo a lo que le damos vueltas.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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