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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Save the Children es la organización independiente líder en la defensa de los derechos de la infancia en todo el mundo. Trabaja en más de 120 países salvando vidas, proporcionando seguridad y protección a los niños y las niñas y defendiendo sus derechos. En España trabaja desde hace más de 20 años con programas de atención a los niños más vulnerables, centrados en la infancia en riesgo de pobreza o exclusión social. 

Niños que juegan a ser niños para olvidar la guerra

Michela Ranieri

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Save the Children es la organización independiente líder en la defensa de los derechos de la infancia en todo el mundo. Trabaja en más de 120 países salvando vidas, proporcionando seguridad y protección a los niños y las niñas y defendiendo sus derechos. En España trabaja desde hace más de 20 años con programas de atención a los niños más vulnerables, centrados en la infancia en riesgo de pobreza o exclusión social. 

Dicen que la isla de Lesbos atrapa, que una vez que has entrado en contacto con la tragedia que allí se consume todos los días, es imposible desprenderse de ella. Es cierto, pero no es sólo la tragedia de los refugiados lo que te persigue una vez dejada la isla. Son sus historias, sus miradas, sus sonrisas y sus lágrimas. Son esos abrazos, esas expresiones de amor entre los niños refugiados y sus padres y hermanos. Es la dedicación de las decenas de voluntarios que les acogen con ropa caliente, comida, agua y unas palabras de ánimo, y que te hacen volver a creer en la humanidad. Pero son sobre todo las sonrisas de los niños, su increíble fuerza y valor en medio de esta tragedia humanitaria.

Lo primero que salta a la vista al llegar a Lesbos son las montañas de chalecos salvavidas naranjas, que salpican toda la línea de costa que desde el aeropuerto de la isla lleva a Mitilene, la capital. Les acompañan las carcasas de los barcos, desde botes de goma a barcos de madera que yacen medio hundidos en la orilla. El primer impacto es desolador, los restos de lo que parecen miles de naufragios contrastan de manera brutal con el paisaje antes idílico de esta isla del Egeo. 

Los primeros barcos atiborrados de refugiados no tardan en llegar. Se divisan desde lejos, en cuanto salen de la costa de Turquía, perfectamente visible a tan solo seis millas de distancia. La mayoría son precarias lanchas de goma, en la que viajan entre 40 y 60 personas, y avanzan lentas, medio hundidas por el peso excesivo que transportan. A menudo el motor se rompe y los refugiados pasan horas perdidos, a la deriva, en una travesía que con condiciones normales lleva entre una hora y una hora y media.