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Astrid Silva, de una balsa de neumáticos al rostro de los “soñadores” de EE.UU.

Astrid Silva, de una balsa de neumáticos al rostro de los "soñadores" de EE.UU.

EFE

Washington —

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Astrid Silva cruzó el río que separa México de EEUU en una balsa de neumáticos, agarrando con fuerza un muñeco, como si fuera su salvavidas, y con solo cuatro años, una edad a la que no podía entender la aventura que tenía por delante y que la convertiría en un símbolo del movimiento proinmigrante.

Después de una vida de sobresaltos, no le sorprendió que el presidente de EEUU, Donald Trump, anunciara hoy el fin de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), un programa que le permitió a ella y a otros 800.000 jóvenes frenar su deportación y obtener un permiso de trabajo.

“Es algo que él nos dijo desde la campaña, no es algo que nos sorprenda, es algo que nuestra comunidad ya pensaba que iba a pasar, él mismo nos lo dijo, nos dijo que iba a quitar DACA y lo único que nos ha dado han sido otros ocho meses de incertidumbre”, afirmó Silva a Efe desde Nevada, el estado que se ha convertido en su hogar.

Para Silva, ha llegado la hora de “actuar” y dejar de esperar que “caiga del cielo” una ley que cambie el sistema migratorio de EEUU, una tarea que Trump ha encomendando ahora al Congreso.

“Tenemos que presionar a los miembros del Congreso, a la gente que está en el poder, para que ellos hagan ese cambio. Si nosotros no les decimos lo que está pasando, ellos no lo van a ver. En vez de dejar que el miedo nos paralice, tenemos que unirnos para poder movernos hacia adelante”, resaltó.

La joven, de 29 años, ha hecho de la lucha sin descanso su lema de vida y, de alguna forma, ha vivido fiel al ideal americano del hombre -en este caso la mujer- hecho a sí mismo.

Nacida en Durango (México), alcanzó gran popularidad después de que el 20 de noviembre de 2014 el entonces presidente, Barack Obama, la mencionara en un discurso destinado a proclamar una ampliación de DACA, una iniciativa que nunca llegó a entrar en vigor debido al bloqueo republicano en los tribunales.

“Astrid vino a EEUU cuando tenía solo cuatro años de edad. Sus únicas pertenencias eran una cruz, su muñeco y el vestido de volantes que vestía. Cuando empezó la escuela, no hablaba inglés. Pero alcanzó a los otros niños leyendo periódicos y viendo (el canal) PBS y se convirtió en buena estudiante”, contó Obama.

Esa noche Silva recibió el inesperado homenaje de Obama en Nevada, en una sala donde veía la televisión con un grupo de activistas.

La joven, hija de un jardinero y una empleada del hogar, creció en un pequeño apartamento, compartió habitación con su hermano, se convirtió en una estudiante brillante y logró entrar en una escuela de tecnología a espaldas de sus padres, que temían que alguien descubriera que era indocumentada.

El punto de inflexión en la vida de Silva llegó en el verano de 2009, después de la muerte de su abuela mexicana, que les visitaba cada año y a quien ella no pudo despedir en su funeral en México por miedo a viajar y ser descubierta como indocumentada.

Entonces, decidió involucrarse de lleno en el movimiento migratorio y colaborar estrechamente con el antiguo líder de la minoría demócrata en el Senado Harry Reid.

Con varios títulos universitarios a sus espaldas, testificó en varias ocasiones ante el Congreso y pasó a ser conocida como la “conciencia” en temas de inmigración del senador Reid, y el “rostro” de los indocumentados de Estados Unidos.

El programa DACA, proclamado por Obama en 2012 para jóvenes indocumentados, permitió a Silva frenar su deportación y abogar con fuerza por los “soñadores”, aquellos que como ella apenas recuerdan el país en el que nacieron y reconocen a Estados Unidos como su único hogar.

Silva pudo trabajar, estudiar y conducir legalmente durante años. Pero la llegada de Trump al poder le devolvió un terror e incertidumbre que creía olvidados.

La mexicana tuvo que recuperar las “viejas rutinas” de su adolescencia cuando, por ejemplo, miraba constantemente por encima del hombro por miedo a que le siguieran los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), encargados de las deportaciones.

Si Silva tiene miedo no es por ella, sino por su familia y su padre, quien recibió una orden de deportación en 2001 y en 2011 fue detenido, aunque fue pospuesta su expulsión del país.

Pero la joven promete que no va a rendirse. Ahora comienza la verdadera batalla para lograr una reforma en el Congreso, el único con poder para cambiar las leyes migratorias de EEUU.

“Lo que yo le pido a mi comunidad -dice Silva- es que no dejen que Trump gane. Él quizás nos puede quitar un papel, pero no nos puede quitar las ganas de luchar por nuestras familias y esas ganas, esa fuerza, es lo que importa, es lo que nos va a ayudar a salir adelante”.

Beatriz Pascual Macías

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