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DDT, un incómodo inquilino de los ecosistemas tras décadas de prohibición

La investigadora del CSIC, Silvia Lacorte (d) y la estudiante de doctorado, María Dulsat (i), en el laboratorio IDAEA (Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua) del CSIC, donde llevan a cabo un muestreo de residuos recogidos y que forma parte de un proyecto de Ecoembes y SEO/BirdLife. Más de cuatro décadas después de la prohibición del uso y comercialización del insecticida DDT (dicloro difenil tricloroetano) por sus potenciales peligros sobre la salud humana y sobre la biodiversidad, su persistencia en la naturaleza aún amenaza a la fauna más expuesta: las aves.

EFE

Madrid —

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Más de cuatro décadas después de la prohibición del uso y comercialización del insecticida DDT (dicloro difenil tricloroetano) por sus potenciales peligros sobre la salud humana y sobre la biodiversidad, su persistencia en la naturaleza aún amenaza a la fauna más expuesta: las aves.

Se trata de un producto químico insoluble en el agua, que junto a otros pesticidas organoclorados “se usaron masivamente en agricultura durante los años 60, 70 y 80, son muy persistentes en el medio, se acumulan en los suelos y se biomagnifican en la cadena trófica, llegando a las aves”.

Silvia Lacorte, investigadora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IDAEA-CSIC), participa en un programa de muestreo, detección y análisis de contaminantes en la naturaleza “pionero en España, que permitirá conocer una contaminación invisible, pero de gran impacto”.

Estudios previos dirigidos por este centro permitieron detectar restos de DDT en milanos de la provincia de Huesca, en huevos de gaviota o en pollos de alimoche, “lo que indica su amplia distribución en el medio y que las madres lo transfieren a los huevos y a los pollos”.

Y es tal su grado de toxicidad, que “una concentración de estos compuestos del tamaño de una aspirina podría matar a una colonia de milanos”, subraya la investigadora.

Involucrada ahora en el proyecto Ciencia Libera de SEO/BirdLife, Silvia explica que este ambicioso estudio generará casi 50.000 datos que se representarán en forma de mapas y permitirán evaluar primero la distribución y tipo de contaminantes y después su efecto sobre la avifauna en las 140 Áreas Importantes para la Conservación de las Aves y la Biodiversidad (IBA) monitoreadas.

Al laboratorio del IDAEA-CSIC de Barcelona llegan cada semana las muestras de agua, suelo y sedimentos que recoge en esas IBA Carlos Ciudad, biólogo de SEO/BirdLife, y “en todas ellas aparecen restos de contaminantes, mayoritariamente fármacos y pesticidas”.

Estos espacios, explica Silvia, sufren muchas presiones antropogénicas por la agricultura intensiva, carreteras, vertederos, tendidos eléctricos o parques eólicos, que “hacen que el hábitat se fragmente y se deteriore”, y los residuos químicos que se derivan de estas actividades “impactan en las poblaciones silvestres”, con efectos en los sistemas reproductivo, endocrino, inmunológico o neurológico.

Por eso, en este proyecto se analizan hasta 135 compuestos (76 en aguas y 59 en suelos y sedimentos), “los más utilizados en un país -señala Silvia- que consume al año 3.000 toneladas de fármacos y 10.000 toneladas de pesticidas”.

Entre los primeros destacan la metformina, un medicamento para tratar la diabetes cuyo consumo diario en España asciende a tres toneladas, “casi el peso de un elefante”, el omeprazol, la amoxicilina y otros “más urbanos”, como la cafeína y la nicotina.

Silvia Lacorte argumenta que las depuradoras en España no tienen la capacidad de eliminar los fármacos disueltos en las aguas residuales urbanas y los emiten al medio, y otros contaminantes, como los perfluorados, “migran” desde objetos domésticos, como sartenes o prendas de gore-tex, y se filtran desde los vertederos.

Por otro lado, “la mitad del territorio de la península Ibérica es agrícola y la cantidad de pesticidas que se aplica en el campo es inmensa, básicamente 10.000 toneladas al año, que contienen hasta 200 ingredientes activos con una toxicidad muy elevada”.

La investigadora espera que toda esta información “sirva a las administraciones para que conozcan la problemática y adopten medidas correctoras, permita arrancar programas efectivos de conservación frente a la contaminación química y llegue a escuelas y aulas de educación ambiental”.

E insiste en que el estudio debe tener continuidad en el largo plazo para evaluar “cómo los contaminantes se acumulan en las aves y los daños que producen”, porque “si se hace sólo una vez, tendremos una foto de lo que está pasando ahora, pero no podremos medir la efectividad de las medidas correctoras”.

“Es desesperante ver que la contaminación por productos químicos está ampliamente distribuida a nivel difuso por todas las zonas muestreadas”, recuerda Silvia, quien apunta al papel de la ciudadanía, “que entienda que nosotros podemos controlar la contaminación, pero necesitamos ayuda para remediarla”.

Cristina Yuste

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