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El VIH en el deporte sigue envuelto en un silencio como el de los años 80

Jordi Sandor en la Titan Desert.

David Noriega

“No hay”, “imposible” o “deja de buscar”. Es la respuesta de las asociaciones que trabajan por la prevención y el asesoramiento de personas con VIH cuando se les pregunta por deportistas seropositivos visibles en España. A nivel internacional, el más conocido es el baloncestista Magic Johnson, que anunció que era portador del virus del sida en 1991, cuando se retiró.

El anuncio de Johnson supuso una gran conmoción, pero no sirvió para normalizar una infección que, se calcula, actualmente, tienen en España alrededor de 150.000 personas, de las que en torno al 25% están sin diagnosticar. De hecho, tras el americano, hace ya 26 años, pocos más nombres se han sumado a la lista. “No tenemos referencias LGTBI en el deporte, ¿cómo va a haber seropositivos?”, explica David Guerrero, presidente de la asociación Deporte y Diversidad.

A Gerjo Pérez le diagnosticaron el virus hace cinco años. Entonces entrenaba con un equipo y participaba en competiciones amateur de triatlón, pero el “shock emocional” hizo que perdiera la rutina y dejara el deporte de lado. Volvió a retomarlo y ahora compite en travesías en aguas abiertas de larga distancia con el equipo GMadrid Sport, un club “muy inclusivo” donde no ha tenido problemas.

Pero “la mayor serofobia está interiorizada”, reconoce este deportista. “En el club de triatlón no me habría sentido cómodo como para expresarlo” porque “ya me costó que asumieran que era gay”. Además, “era demasiado profesional”.

El mismo rendimiento deportivo

Todo a pesar de que el VIH “no resta capacidad deportiva ni de entrenamiento”, como indica Iván Zaro, trabajador social de la organización Imagina Más, y confirma la doctora Eugenia Negredo, de la Fundación Lucha contra el Sida del hospital Germans Trias i Pujol: “Siguiendo el tratamiento”, una persona seropositiva “puede tener el mismo rendimiento” que una seronegativa.

Jordi Sandor bromeaba con su rendimiento con otros compañeros de la talla del ciclista Laurent Jalabert cuando participaba junto a ellos en la Titan Dessert, una competición de alto rendimiento a través de las montañas del Atlas y el desierto marroquí: “Voy detrás de ti, pero con la mitad de defensas”. “Se quedaban perplejos y me contaban que en Francia no había ningún deportista que diera la cara como yo”, explica.

Sandor participó en esta competición, en las que se pedalea unos 100 km al día, desde 2007 hasta 2013, con un parón en la edición de 2011, sponsorizado por varios laboratorios. A partir de ese año, la financiación se acabó y se centró en competiciones en Cataluña. “Cuando te inscribes, te hacen una ficha médica, en la que te preguntan si padeces alguna enfermedad grave. Yo puse que no, porque soy seropositivo asintomático, pero lo comuniqué por una cuestión de confianza y me dijeron que no pasaba nada”, indica.

Sin embargo, Gerjo vive las situaciones más incómodas, precisamente, en los reconocimientos médicos para las fichas federativas. “Te preguntan tu historial clínico, si tomas alguna medicación… Cuando les digo lo que tomo, me preguntan por qué y les digo que tengo VIH, noto que se sorprenden. Enseguida llaman a otros doctores, te dicen que eso lo tienen que saber… ¿Por qué tienen que verme a mí todos los médicos para una prueba de esfuerzo?”.

Aunque en los diferentes reconocimientos médicos estos pueden conocer el estado serológico de los deportistas, en las fichas federativas no puede constar. “Nunca está justificado que te pidan una prueba de VIH”, indica la coordinadora de Apoyo Positivo, Reyes Velayos para quien “el estigma sigue estando ahí”.

No hace falta un protocolo especial

Los deportistas seropositivos no precisan protocolos específicos. “Algunos clubes nos han llamado porque les llega un chico con VIH y quieren saber qué hacer”, explica el presidente de Deporte y Diversidad. “Esto indica que hay buena voluntad, pero mucho desconocimiento. No tienen que hacer absolutamente nada. Solo tienen que protegerle si no quiere que se sepa y, si quiere, concienciar al resto del equipo”. Y, por supuesto, seguir los protocolos de atención sanitaria que ya existen, seas seropositivo o no: “Si hay sangre te sacan, utilizan guantes, lo paran…”.

En la memoria de muchos está la polémica suscitada en 1994 por el saltador Greg Louganis al decir públicamente que era portador del virus. Los medios se remontaron rápidamente a las Olimpiadas de Seúl 1988, donde obtuvo dos medallas de oro. Pero el foco se puso en un percance en uno de los saltos, en el que se golpeó con el trampolín, sangrando en el agua al que luego se tiraron otros compañeros. Una polémica infundada, ya que “el virus no entra a través de la piel”, ni diluido “en litros de agua”, explica la doctora Negredo.

Pero el miedo al VIH no ha cambiado mucho desde entonces. “Estamos como en los años 80. Si todo el mundo estuviera concienciado, supiera cómo se transmite el virus y cuál es el no riesgo de contagio, no habría serofobia”, matiza Velayos. Y, aunque Sandor no lo denomina discriminación, si explica que, cuando le cuenta su estado serológico a otro compañero siente “como una vibración, un sentimiento de que se quedan distantes, porque no lo conocen o les da miedo”.

Ser VIH positivo “aún es un estigma, por eso la gente no lo dice, ni en el mundo del deporte ni en otros. En lugar de tener apoyo, no se sienten bien acogido”, justifica Negredo la invisibilidad. No obstante, la práctica de deporte proporciona a los pacientes beneficios en todos los ámbitos: desde el óseo hasta la prevención de enfermedades cardiovasculares. Sin olvidar la faceta psicológica: “El ejercicio es una recomendación que hacemos a la gente cuando está baja de ánimos”, explica la doctora. Algo en lo que coincide Gerjo Pérez: “Poder hacer deporte es motivante y siento que me hace mucho bien”.

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