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ENTREVISTA | María Galindo, feminista y lesbiana boliviana: “No podemos seguir tolerando ese desfase entre el poder político y las soberanías de las mujeres y las marikonas”

María Galindo (derecha)

Gabriela Wiener / Rocío Lanchares

María Galindo llega hasta Cibeles y saca su grabadora. Se dispone a hacer el relato radial de la Manifestación del Orgullo Crítico. Les niñes trans encabezan la marcha con sus banderas de colores pastel y sus alas de mariposa. “Es una casualidad que yo haya llegado el 28 de de junio, día internacional del orgullo a Madrid, pero aquí estamos queridas amigas y amigos. Les voy a contar por qué en esta ciudad hay dos manifestaciones...”, habla a su grabadora. Si Galindo viviera aquí se manifestaría en ésta, no en la otra. En unos días, cuando vuelva a Bolivia, esta misma historia la oirán miles de personas a través de Radio Deseo, la única radio feminista comunitaria que se escucha en toda la ciudad, y es una de las puntas de lanza del colectivo que fundó Galindo hace veinte años, Mujeres Creando. Allí practican un feminismo autónomo que llaman “urgente”, ofensivo, descarado, insumiso. Y autogestionario. Tienen una asesoría legal (y alegal), con la que han prestado apoyo gratuito a miles de mujeres. Desde su sede en La Paz –La Virgen de los deseos, una casona roja como las llamas del infierno– se orquestó, por ejemplo, la campaña contra los “padres irresponsables”, una lista negra de hombres que no pagaban pensiones para sus hijos, que incluía a ministros y que encabezó el propio Evo. Aparecer en la lista de Mujeres Creando suponía tal deshonra que acababan pagando.

¿Quién es María Galindo y por qué, pese a su relevancia y a su contribución con el avance de los feminismos del sur, no nos suena tanto como otras feministas, ni hay largas colas para ir a verla? Quizá porque ella incomoda a todxs por igual. A la derecha y a la izquierda. A las feministas institucionales y a las otras. A la iglesia. Y, por supuesto, a Evo.

Quién no ha visto alguna imagen de sus graffitis, con los que lleva muchos años invadiendo las calles y muros de La Paz: “tú me quieres virgen, tú me quieres santa, tú me tienes harta”. Una vez pintó al Papa masturbándose. Otra vez rompió en mil pedazos el premio que le acababan de entregar. Hasta se hizo pasar por novicia en el Vaticano. Marikona, terca, gorda, como se autodefine, latiguillo de los conservadores, lesbiana, María es para los machistas bolivianos (y los del mundo entero) algo así como la encarnación femenina de Satanás. Su look gótico de abrigo de piel a lo Cruella de Vil y esa larga uña de metal que lleva por anillo y agita vehemente completan el cuadro. Este sábado 30 presenta su libro No hay libertad política sin libertad sexual, una investigación sobre la homofobia en el mismísimo seno de la Asamblea Plurinacional de Bolivia que pone al descubierto las mentalidades ultraconservadoras respecto al sexo de los legisladores, la razón de por qué las políticas sobre diversidad nunca llegan a buen término.

¿Cuándo te diste cuenta de que eras feminista?

Yo planteo un concepto bien bonito del feminismo que es el feminismo intuitivo. Hablo de un feminismo que no te viene de los libros o por un contacto con el feminismo como ideología política, sino que te viene desde una rebelión profunda de ti misma para con mandatos patriarcales, porque te niegas a acatarlos. Y ahí yo creo que hay un feminismo intuitivo, durmiendo, o despierto, en cientos de miles de mujeres, que se van rebelando sin llamar a esa su rebeldía feminismo. Si hablamos de este feminismo intuitivo yo sí que tengo memoria desde pequeña, desde muy jovencita, de haberme ido moviendo de los cánones, de las imposiciones. Ahora, mi despertar como feminista ideológica más politizada, eso me pasó a la media hora de meterme en un partido político de izquierdas.

¿Y a la lesbiana cuándo la intuiste? Fuiste una de las primeras, sino la primera mujer, en declararse lesbiana públicamente en Bolivia.

Yo fui la primera, y por eso digo y me reivindico como monumento arqueológico [risas]. Mira, lo de ser lesbiana es una cosa que lo vas armando –como nos pasa un poco a todas– lo vas armando como un rompecabezas: un día encuentras una pieza, al día siguiente encuentras la otra y al siguiente otra. Es un camino entre tortuoso y placentero, porque vas, por supuesto, descubriendo el lesbianismo desde el placer sexual, desde la atracción física, desde la atracción homosexual, que es una cosa muy linda, pero también vas sintiendo la angustia de descubrir ese placer en medio de una sociedad heteronormativa, heteropatriarcal, en la que es condenado, perseguido. Yo también he tenido pánico a la palabra lesbiana. Por eso fue para mí desde adolescente una construcción lenta, placentera, también trágica.

¿Es Bolivia un país homofóbico por encima de la media?

No me gusta mucho que se midan los grados de homofobia en términos de países; es un estereotipo que Sudamérica sea un continente supuestamente más machista o más homofóbico que Europa. En este libro muestro claramente cómo en los primeros años de conquista y colonización fueron perseguidas formas de homosexualidad muy presentes en las culturas precoloniales y cómo esa memoria de persecución, de castigo, de humillación profunda, ha quedado marcada como un rasgo casi ancestral. En Bolivia sí hay mucha homofobia. Hay mucha homofobia en la izquierda, por ejemplo. Yo tenía pánico, porque estaba convencida de que como mujer lesbiana mi palabra iba a valer menos de lo que ya valía como mujer. Hay mucha persecución y se debe en gran parte a la influencia y al poder la iglesia católica.

A la que tú has plantado cara una y otra vez, además.

Sí, muchas veces. Nosotras hemos sido muy claras en nuestros frentes de lucha y de manera muy específica, manejando cuestiones simbólicas, manejando su propio lenguaje. Creemos que hay que interpelar a la Iglesia Católica pero de frente. No entiendo por qué muchas movidas marikas o han abandonado ese frente, o no lo toman en cuenta a la hora de, por ejemplo, discutir cosas como la ley de identidad sexual o la de identidad de género. Sabemos que la iglesia mueve sus hilos, maneja sus teléfonos para presionar y que las leyes marikas no se den nunca. La iglesia permanentemente está persiguiendo el cuerpo, persiguiendo el placer, persiguiendo las formas de soberanía del cuerpo y lo hace de frente y lo hace a escondidas, con esa típica doble moral. Hay que plantarle cara a la Iglesia y hay que desarrollar una lucha de frente. Además no es tan imbatible como se piensa que es. La iglesia católica tiene un gran caparazón, como el PP, pero luego escarbas un poco y encuentras que dentro solo hay decadencia.

¿Por qué “no hay libertad política sin libertad sexual”?

Entraña una estrategia política diferente. Mi libro nace justamente de una protesta o un acto simbólico que celebramos un 28 de Junio. Nosotras [Mujeres Creando] jamás asistimos a las marchas del orgullo. En Bolivia se hacen marchas desde hace mucho tiempo pero no son marchas del orgullo, son marchas de la domesticación del orgullo, de una domesticación del mundo marika, un domesticación neoliberal, una domesticación ONGera. También es una una domesticación porque el gay se presenta ante el poder como un cliente que tiene que pedir un derecho. Por si fuera poco son derechos que presentan una visión totalmente pequeñoburguesa, clasemediera del concepto de lo marika, de lo marikón, de lo no hetero. Nosotras ese día hacemos otra cosa.

¿Por ejemplo?

Bueno, aquella vez hicimos una escultura erótico política lésbica muy fuerte en la puerta de la Catedral. El Parlamento protestó contra nosotras y aprovechamos ese acto de homofobia para exigir algo: Como nos dijeron que teníamos que aceptar ese acto de homofobia en la medida en que representaba la visión de la sociedad, entonces dijimos, ok, si esto refleja la visión de la sociedad nosotras queremos hacer la investigación sobre esos portavoces de la sociedad que son los parlamentarios. Queremos saber. Y logramos –un poco porque Mujeres Creando tiene mucha legitimidad política y también porque somos irreverentes– que la Presidencia de la Asamblea Legislativa nos abriera sus puertas para hacer una investigación sobre machismo y homofobia en el conjunto del parlamento.

¿Cuál fue el método que utilizaron?

Hicimos la investigación parlamentario por parlamentario, para saber de dónde sacan sus conceptos de cuerpo, de hombre, de mujer, cómo se construye su visión de la sexualidad, y cómo luego todas esas construcciones terminan reflejadas en leyes, que son negadoras de formas de soberanía fundamentales para la sociedad. Esto se explica también ahorita en España con lo que ha pasado con La manada. ¿Cómo te explicas que los magistrados no hayan calificado ese acto como violación cuando la sociedad entera lo ve como un acto de violación? Ese desfase entre estas esferas de poder político y las soberanías que estamos ejerciendo las mujeres, la marikonada, en fin, los, les, las en la sociedad, es una cosa que no podemos seguir tolerando. No pedimos tolerancia, lo que queremos es destrozar el rayado de cancha político donde nosotras somos unas simples clientas del Estado.

Hay la sensación de que se da una amonestación directa a las mujeres que protestan, que denuncian, que se atreven a enfrentar el poder. Supongo que Mujeres Creando, por su constante revuelta, debe sentirlo muy duramente.

Lo vivimos de manera muy directa, eso es cierto, pero también lo disfrutamos mucho. Nosotras somos productoras de lenguajes de lucha política, nosotras somos productoras de un poética de lucha. Nosotras queremos desatar esos lenguajes, además, y hemos hecho del escándalo una potencia política importante en Bolivia. Si el problema es la homofobia nuestro objetivo es llevar los lenguajes al extremo, de manera que se muestre evidente. Eso me parece importante.

Sabemos que seguiste de cerca el caso de La manada, incluso escribiste una columna, pero no sé si llegó hasta Bolivia el caso de las trabajadoras de la fresa en Huelva: mujeres marroquíes que denunciaron haber sido violadas por sus patrones. Aquí el feminismo antirracista ha señalado cómo cambia la reacción del feminismo hegemónico cuando se trata de la violencia contra personas racializadas. ¿Suscribes esa crítica?

Yo creo que una cosa no quita la otra y que es muy importante cuestionar lo que ha pasado con La manada porque tiene un impacto sobre la sociedad española y sobre el mundo entero. Hay un efecto dominó con lo que ha sucedido, más allá de las fronteras españolas, y por supuesto sobre el conjunto de nosotras las mujeres, seas quien seas. Nosotras en Bolivia estamos viviendo casos, no te digo similares, pero sí análogos permanentemente. Pero, ¿qué pasa cuando a la violencia se le suma lo racista y colonial? Hay violencias ya normalizadas, violencias ante las que hay que supuestamente callar, que hay que aceptar, como la que sucede con las trabajadoras marroquíes; por lo tanto esas violencias no van a la primera página, ni de un periódico, ni de una protesta, ni de nada. Hay cuerpos desechados por el neoliberalismo, cuerpos destinados a vivir violencia. Por ejemplo, nosotras que estamos muy cerca de las compañeras en situación de prostitución todos los días comprobamos que sus cuerpos son violables y son asesinables, sin que exista ningún margen, ni siquiera de indignación. No solamente hay que alzar la voz, sino entender desde qué campo se está hablando. Lo que a mi me parecía un error, es pensar que gritar contra la violación de los patrones contra las compañera marroquíes en Huelva, significa que no tienes por qué gritar contra La manada. Esa es la cosa que a mí más me angustia.

¿Por qué te angustia?

Me angustia porque creo que es una estrategia errada poner en balanza a las víctimas. Porque le estamos haciendo el juego al patriarcado. Una víctima no vale menos que la otra. Ese es el mensaje del patriarcado todo el tiempo. Si la asesinada es una mujer indígena y pobre, su asesinato es menos relevante que si la asesinada es una chica blanca, universitaria y de clase media urbana. Eso lo veo todos los días. Es un error que nosotras digamos que no vamos a gritar cuando se asesina a la chica de clase media urbana porque la vida de la indígena está siendo desvalorizada: ese es un error de estrategia desde mi punto de vista. Nosotras tenemos que tener la capacidad de trabajar sobre lo uno y lo otro. Porque además el efecto de la sentencia de La manada tiene efecto sobre el conjunto de nosotras. A mí me parece que es una cosa muy importante de discutir y reflexionar. Yo he visto la crítica, al menos en Facebook, que muchas de ustedes han lanzado –a las migrantes yo las llamo exiliadas del neoliberalismo– y la respeto mucho. Yo he vivido en calidad de exiliada del neoliberalismo muchos años, en esta parte del mundo entre Italia y Alemania, y he visto esto: una mujer blanca tiene un valor y la mujer que no lo es tiene un valor menor. Pero nosotras no podemos trabajar bajo ese código.

Bolivia es el país con más alto índice de violaciones de toda América del sur. También son altísimas las cifras de feminicidios. Sabemos que con Evo se aprobó la ley contra la violencia hacia las mujeres pero que no ha funcionado como se esperaba y ha quedado más bien en letra muerta. ¿Ha habido algún avance en ese sentido en el último año?

Las cosas están muy mal, porque nosotras estamos en una sociedad donde el régimen de gobierno tiene un efecto muy fuerte sobre el conjunto de la población. Estamos hablando de un presidente, Evo Morales, con una mentalidad caudillista y con una mentalidad muy machista, que hace un refuerzo de esos comportamientos todos los días a través de un lenguaje presidencial, que permanente está aplaudiendo gestos de machismo, gestos de humillación, gestos de denigración de las mujeres. Por otro lado, es un gobierno que ha decidido convivir con una tremenda corrupción policial. La policía es una mafia autárquica en Bolivia, y esto solo quiere decir que cuando denuncias violencia tú te tienes que relaciona con este tejido corrupto.

Por eso Mujeres Creando promueve la autogestión en los casos de violencia contra las mujeres.

Así, es. Nosotras no hemos delegado todo en el Estado. Nosotras también gestionamos casos de violencia machista y estamos planteando una serie de estrategias que van más allá de la ley, que son alegales, que son muy irreverentes y que son muy interesantes como formas alternativas que nos tenemos que crear. En términos de violencia machista no es suficiente con que las mujeres feministas planteemos la ley, planteemos alguna corrección a la ley y luego la décima o millonésima corrección a la ley, porque no va por ahí. Nosotras podemos tener esa discusión pero también tenemos que gestionar los casos de violencia machista con prácticas feministas completamente alternativas.

El gabinete de Pedro Sánchez, como habrás visto, tiene una mayoría femenina y es el más femenino del mundo. Desde que está Evo, también en Bolivia hay una voluntad de paridad y gran presencia de mujeres en la política. ¿Esto ha cambiado las cosas?

En Bolivia el 54% del Parlamento está compuesto por mujeres y el primer gabinete de Evo Morales debutó con el 50% de mujeres en el Consejo de ministras, como dicen por aquí. Pero nosotras precisamente cuestionamos la presencia de mujeres en el Parlamento o en un Consejo de Ministros, mientras sea una presencia reducida al hecho biológico de ser mujer –porque así se piensa que las mujeres están representadas–, y que no implique en el fondo un proyecto político, un contenido ideológico, si no es así no interesa y no marca ninguna diferencia. Te voy a poner el ejemplo indígena. Un indígena no por tener piel morena o usar traje indígena representa los sueños indígenas sino a partir de la mentalidad descolonizadora. Lo mismo que una mujer machista dentro del poder. La Cospedal, la Cifuentes, ¿qué expresan? La derecha ha sido muy hábil en crear frentes de mujeres pero mujeres que son parte del proyecto patriarcal. Creo que eso es muy importante, entender que esa presencia hoy aún tiene un carácter biológico y no ideológico.

Son célebres las Evadas –frases misóginas pronunciadas en público–, pero nos hemos encontrado con una gran cantidad de gente, que siendo feminista y de izquierdas, toleran al Evo macho porque está haciendo un gobierno de izquierda. ¿Tú no se la toleras, no?

Totalmente. Nosotras hemos dicho: “No saldrá Eva de la costilla de Evo” desde el primer día de gobierno. Cuando hablamos de un régimen caudillista hablamos precisamente de que al caudillo se le justifica todo precisamente por serlo, porque es el salvador, el padre. Además, el proyecto político de Evo no es un proyecto de izquierda. Es un proyecto de convivencia pacífica con el neoliberalismo. El régimen en Bolivia es un régimen de extracción de materias primas salvaje, a costa de la naturaleza, a costa de la vida y la supervivencia de una cantidad importante de pueblos indígenas y bajo un régimen completamente transnacional, neoliberal, de capitalismo financiero. Quítense el chip de que Evo es un gobierno de izquierda. Evo es un gobierno de convivencia con las estructuras internacionales de carácter, colonial, neoliberal y depredador.

¿Crees en la fuerza que está demostrando el feminismo a nivel global o eres escéptica?

No no soy tan escéptica. En mi libro No se puede descolonizar sin despatriarcalizar hablo de que hay un proceso de despatriarcalización en marcha, invisibilizado, que estamos protagonizando las mujeres a escala planetaria y desde abajo, reventando los moldes, horadando los moldes en los cuales se nos quiere meter. Hablo de las mujeres que están abortando de forma ilegal, las mujeres que están denunciando violencia machista, las mujeres que están rompiendo barreras sexistas. Este es un proceso más amplio, por eso no se hace solo desde el feminismo sino desde amplios sectores populares. Ahorita los feminismos tenemos que hacer el trabajo de hilvanar esa fuerza rebelde, despatriarcalizadora y de entender ese proceso, interpretarlo y aportar con todo el trabajo que venimos haciendo. En Bolivia no damos a basto para responder a ese despertar rebelde, furioso e interesante en grandes sectores de mujeres.

Desde el #MeToo o el #Cuéntalo en España, uno de los temas que más escuece es el de la justicia popular, el de las mujeres haciendo justicia por su propia mano. ¿Cómo debe ser ese ajuste de cuentas, esa reparación, cuando tenemos a la justicia institucional patriarcal dándonos las espalda?

Nosotras lo tenemos claro. Hay mujeres que nos piden legitimar documentos, procesos, en los aparatos de justicia formales, y nosotras lo hacemos porque ahí la que decide lo que quiere tiene que ser la mujer y eso se respeta. Pero también hemos generado una serie de alternativas paralelas, que empiezan en el escrache, pasan por la acción directa y van más allá, que son alegales. Creo en la acción directa y por supuesto creo en una acción directa no violenta. Nosotras hemos llegado a robar autos, a recuperar niños, a recuperar bienes y lo hacemos más allá de cualquier sentencia judicial. Eso nos ha dado mucho poder también de cara al Poder Judicial.

Ustedes son temibles.

Cuando nosotras presentamos casos se hace presente nuestra leyenda negra, tenemos un mala fama legendaria; entonces el Poder Judicial no te digo que se ponga necesariamente las pilas, no es una varita mágica, pero se pone en alerta. Lo que no podemos es seguir aceptando la frustración que representa depender de éste. Todo el mundo te dice denuncia, denuncia. Y al rato que tu denuncias no pasa nada y eres tú la juzgada, la interpelada, la que pierde el puesto de trabajo, la que pierde el prestigio, la que está controlada. No, esa frustración es histórica y nosotras como feministas no la podemos avalar.

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