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Esclavos emocionales de la comida

Esclavos emocionales de la comida

EFE

Madrid —

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“¡Hola! Me llamo María Carmen y soy comedora compulsiva”. Así comienza un testimonio en una de las reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos que se celebran en Madrid. Ha recaído ocho veces y, al igual que ocurre con otras adicciones, como la del alcohol, la comida es su vía de escape.

¿Te atracas cuando estás solo? ¿Comes como respuesta a toda clase de sentimientos? Estas son algunas de las preguntas que la ayudaron a ser consciente de que era una adicta.

“Era como una droga para mí”, recuerda María Carmen, quien explica a Efe que padece el “síndrome del atracón”. Es un trastorno que durante más de ocho años la ha llevado a tomar alimentos de manera compulsiva para tratar de evadirse de los problemas emocionales.

El alivio que experimentan estas personas es difícil de explicar con el sentido común, aseguran a Efe el presidente de la Fundación Patología Dual y jefe de Servicio de Salud Mental Retiro del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, Néstor Szerman, y el vicepresidente de la Fundación, el psiquiatra Ignacio Basurte.

Pero es una sensación, añaden, que va seguida de un sentimiento de culpa, malestar, disforia, así que el adicto tiene un mayor riesgo de suicidio.

El cerebro humano busca la supervivencia y, por tanto, comida, agua, sexo y explorar el territorio. Cuando los circuitos cerebrales de recompensa son disfuncionales, emergen conductas patológicas como ésta, apuntan los doctores.

Por ello, es frecuente que los casos deban tratarse como patología dual: adicción y trastorno mental.

Seguiendo la recomendación de su médico, María Carmen comenzó a acudir a las reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos, una organización sin ánimo de lucro que llegó a España en los años ochenta y que se fundó hace ya cincuenta en Estados Unidos con el nombre de Overeaters Anonymous (OA).

Esta asociación aplica las mismas terapias que Alcohólicos Anónimos, con reuniones semanales en la que los adictos cuentan sus vivencias.

En el caso de María Carmen, fue durante el embarazo cuando comenzó a darse los atracones. Recuerda que se culpaba por la ingesta de azúcares refinados y por poder estar haciendo daño su futuro hijo.

Sus recaídas han coincidido con momentos de inestabilidad emocional o de problemas personales.

Su madrina y sus compañeros del grupo de OA, al que asiste en Madrid, son quienes la han ayudado a controlarse, y son los que mejor la entienden cuando reincide, explica.

Y es que las penas pesan la mitad cuando se comparten. María Carmen siente que no va a ser juzgada cuando se rodea de personas que sufren lo mismo, sin miedo a lo que puedan opinar los demás.

Raúl (nombre ficticio) se considera un comedor compulsivo en recuperación, ya que lleva cinco años sin darse un atracón.

“Entré en un círculo vicioso de ir de la habitación a la cocina, y volver a meterme en la cama”, una depresión de la que no sabía cómo salir, según relata a Efe.

Acabó varias veces en el hospital con episodios de cólicos biliares, y llegó a temer por su vida en distintas ocasiones.

“No es fácil controlar una adicción de la que te rodeas diariamente”. Sin alcohol se puede sobrevivir, pero “a la comida tienes que hacerle frente cada día”, cuenta.

Uno de los momentos más cruciales de su vida, que le ayudó a ser consciente del problema, le llegó conduciendo de camino al trabajo. Paró en una gasolinera a repostar y, como “si fuera un imán”, se sintió atrapado por la adicción.

Sin saber cómo librarse del impulso, acabó llenando el asiento del copiloto de comida comprada en la estación de servicio. Comenzó a atiborrarse mientras conducía y, en un momento, soltó las manos del volante dejándose llevar por el ansia de comer.

Fue una distracción de décimas de segundo pero que, según cuenta, fue suficiente para perder el control del vehículo y casi la vida.

Ahora es padrino en OA y ayuda a otros que, como él, han decidido hacer frente a esta adicción y volver a ser “dueños de sus vidas”.

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