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Estela, reciclarse para “vivir y no sobrevivir” con parálisis cerebral

Estela (derecha) y su madre, Lola / OLMO CALVO

Fabiola Barranco

  • Te contamos cómo les ha ido a cinco de los protagonistas del especial Historias de la crisis tres años después

Estela Murillo tiene 30 años y sufre un grado de dependencia reconocido del 85%, debido a una parálisis cerebral al nacer. Quienes la conocen saben que, aunque no puede caminar, es una mujer a la que le gusta llegar lejos y que, aunque no puede hablar, se hace oír.

Se desenvuelve con ayuda de su silla de ruedas motorizada y equipada con un tablero de sílabas que señala para expresarse y, en muchas ocasiones, romper algún que otro tabú que afecta a las personas con diversidad funcional. Además de tener una vitalidad y fuerza radiante, Estela tiene a su madre, Lola Murillo.

En 2014 compartieron para eldiario.es los estragos de la crisis que vivían en primera persona y narraron cómo, juntas, lidian contra la multitud de barreras diarias a las que se enfrentan las personas con diversidad funcional, sumadas a las dificultades cotidianas de cualquier hogar.

Por aquel entonces, Lola acababa de perder su último empleo, después de 25 años seguidos trabajando. Hoy, vuelven a abrir las puertas de su hogar para compartir la delicada situación que atraviesan y que les impide experimentar el tan repetido concepto de “recuperación”.

En este tiempo cobró la prestación de desempleo, cuando esta se agotó, pasó a percibir la Renta Mínima de Inserción, pero que para que pueda volver a recibirla, tiene que espera un año sin cobrar. “Estamos las dos agobiadas, porque es todo compartido, lo que me atraviesa a mí, le atraviesa a ella y al revés”, dice Lola, destapando así la relación de simbiosis entre madre e hija.

Tanto es así que, si Lola no consigue reincorporarse al mercado laboral, tendrán que salir adelante con, aproximadamente, mil euros al mes, que provienen de la pensión no contributiva que recibe Estela y de otra de alimentos, que le corresponde pagar a su padre y que, según cuentan, llevaba más de diez años sin pagar.

“He estado buscando empleo y me han salido algunas ofertas con buena pinta pero, por desgracia, las he tenido que rechazar porque no puedo conciliar el horario laboral con los cuidados de Estela”, lamenta Lola. Una atención por la que no recibe ningún tipo de ayuda, porque para ello Estela tendría que renunciar al centro de día especializado al que acude.

Pero estas mujeres están acostumbradas a plantarle cara a la vida y a sortear obstáculos, siempre juntas. Por eso, pese a la precaria situación en la que se encuentran, han decidido dar un cambio o, como ellas mismas dicen, “reciclarse”. Y en unos meses se mudarán de Barajas a Málaga.

“Ya hemos quemado una etapa y necesitamos un cambio total y radical”, dice Lola desde el salón de su casa, bajo la mirada de complicidad de Estela. Se han sumado muchos factores detonantes: la pérdida del empleo de ella, que además llegó a una edad complicada para reincorporarse, la muerte de su padre o una hipoteca que cada vez resulta más difícil pagar.

Mientras que, a Estela, después de pasar toda una vida en el mismo centro de día, donde reconoce haber sido muy feliz y haber aprendido mucho, siente que ha “evolucionado” y “que ya no encaja”, por lo que necesita un cambio vital. Y así, juntas y ligeras de equipaje, pretenden emprender un proyecto de futuro que, como Estela define, consiste en “vivir y no sobrevivir”.

Un reto tan valiente como arriesgado, para el que han elegido la ciudad andaluza, en busca de un lugar más pequeño y accesible. En la capital se sienten aisladas, viajar en transporte público conlleva una media de dos horas para llegar hasta el centro y no tienen otra alternativa porque en estos años más complicados tuvieron que vender el coche.

Además, buscan un sitio “donde los inviernos no sean tan duros”, ya que durante los dos últimos no se han podido permitir encender la calefacción. “Nos hemos instalado en el salón, aquí es donde hacemos vida y por la noche dormimos, porque es la única habitación que podemos calentar”, así explica Lola cómo hacen frente a la pobreza energética que también les afecta.

Con estos inconvenientes a sus espaldas, ninguna de las dos acepta que la crisis sea cosa del pasado. Estela se lo toma con humor y cuando oye la palabra “recuperación”, señala en el tablero de su silla estas sílabas: “ja-ja-ja”.

“Yo no veo recuperación por ninguna parte, estamos peor incluso”, dice indignada la madre. Y como ejemplo de esa incredibilidad frente a la mejora, cuenta que este año les han denegado una ayuda que solicitó para poder comprar una grúa para la ducha, cuyo precio se acerca a los 1.300 euros. Un aparato del que tendrán que prescindir mientras que no reciban ninguna ayuda para poder adquirirlo pero que, al mismo tiempo, es necesario para poder movilizar a Estela y evitar caídas como la que Lola sufrió el año pasado.

Ésta es solo una muestra de la precaria situación que atraviesan muchos hogares donde viven personas dependientes. Según el último informe del Observatorio Estatal de la Dependencia, publicado en julio de 2016, una de cada tres personas dependientes en España no recibe ninguna prestación o servicio. El mismo documento señala que “el recorte acumulado del Gobierno de Rajoy en dependencia, tras el RD-ley 20/2012, asciende a 2.865 millones de euros”.

En la primera entrevista mantenida en 2014 con esta familia monomarental, denunciaban algo que a día de hoy mantienen: “Se nos considera ciudadanos de tercera”. Una discriminación que ambas siguen luchando para cambiar.

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