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L'Aquila encara, tras el seísmo, el “riesgo” de la despoblación

L'Aquila encara, tras el seísmo, el "riesgo" de la despoblación

EFE

L'Aquila (Italia) —

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La ciudad italiana de L'Aquila se afana aún en renacer tras el terremoto que la arrasó en 2009 pero, al mismo tiempo, encara la amenaza de una consecuente crisis económica y de un acuciante “riesgo” de despoblación.

Desde la distancia, L'Aquila se perfila entre los imponentes Apeninos centrales, poco nevados para la época, y coronada por decenas de grúas que marcan el lugar de una tragedia aún muy presente en las vidas de sus habitantes.

En la noche del 6 de abril de 2009 el suelo de esta ciudad se abrió, sacudido por un terremoto de 5,8 grados de magnitud en la Escala de Richter que provocó la muerte a 309 personas y alrededor de 15.000 heridos y 60.000 desplazados.

La ciudad, capital de la región de los Abruzos (centro) y de poco más de 69.000 habitantes, quedó arrasada y en la actualidad, casi siete años después, todavía se encuentra inmersa en su propia reconstrucción.

La portavoz de la alcaldía, Michela Santoro, señaló a Efe que las labores prosiguen a dos ritmos distintos: mientras que la periferia está prácticamente acabada, su centro histórico continúa muy dañado.

Y es que el corazón de la urbe, rodeado por una muralla medieval de más de cinco kilómetros de longitud, se ha convertido en una gigantesca obra a cielo abierto cuyas calles son transitadas por los operarios y técnicos empleados para su reconstrucción.

El pavimento empedrado permanece agrietado, a veces remachado con brea, sus edificios asegurados con toda clase de andamiajes y sus tiendas mantienen la persianas bajadas.

De entre todos los desperfectos llama la atención la iglesia tardo-barroca de Santa María del Sufragio, que perdió su linterna tras el sismo y que continúa rodeada por un sinfín de estructuras metálicas que ocultan completamente su aspecto.

Por las fuentes del centro no corre el agua, en sus rincones se amontonan los materiales de construcción y en sus calles reina un silencio únicamente quebrantado por el sonido de hormigoneras, taladros, martillos y otras herramientas.

El alcalde de la ciudad, Massimo Cialente, subrayó en una entrevista con Efe que se trató del “primer terremoto de la era moderna que destruye una ciudad”, únicamente comparable en el siglo XX con el que asoló Messina y Reggio Calabria en 1908.

Como consecuencia, L'Aquila se ha convertido en “la obra de construcción más extensa de Italia y seguramente de Europa”, una enorme cantera que el regidor estima concluir en 2019, una década después del desastre.

Desde el primer día del 2010 hasta mayo del 2015 ha sido reconstruido el 95 % de la periferia y 43.000 desplazados han regresado a sus casas, siempre según los datos del consistorio.

Sin embargo el centro histórico es otro cantar: su rehabilitación se encuentra sobre el 8 % aunque Cialente estima que sus puntos más importantes estarán listos en 2017 siempre y cuando reciba la financiación necesaria.

Pero la reconstrucción de su imponente patrimonio artístico y cultural no es lo único que preocupa al alcalde, sino que entre sus intenciones está la de frenar la despoblación, incrementada por el terremoto y acuciada por una grave crisis económica.

El sismo espantó en total a tres mil residentes, que se han asentado en otras ciudades sobre todo del litoral del Adriático, pero también a muchas empresas y el nivel de desempleo se sitúa en torno al 27 %.

El alcalde describe esta situación como “una encrucijada” en la que se encuentran el “riesgo de despoblación” y la “necesidad” de aprovechar “el renacer” de la ciudad para hacerla más atractiva y animar a la gente, sobre todo a los jóvenes, a habitarla.

“Una vez reconstruida será seguramente una de las ciudades con el centro histórico más bello de Europa (...) Puede haber un gran futuro y convertirse en la ciudad de la alta calidad de vida, del turismo de calidad y del saber”, defendió.

En caso contrario, advirtió de que “si no se logra invertir la tendencia, con esta crisis económica tan grave, los aquilanos se irán”.

En su centro se pueden ver numerosos carteles que anuncian la venta o alquiler de inmuebles pero, entre los edificios polvorientos, llama la atención uno de los pocos restaurantes abiertos y que pertenece a una conocida cadena española.

Su dueña, Valentina, ríe consciente de la sorpresa que supone su local, sobre todo por el enorme cuadro del sevillano puente de Triana que lo decora, pero asegura que su intención no es otra que estar preparada para cuando todo pase y el centro recobre vida.

“Nosotros no olvidamos que esta es nuestra ciudad”, sentencia en medio de su restaurante, por el momento poco transitado y con olor a nuevo.

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