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Medio siglo de casados: no tuvieron su crucero soñado pero sí sorpresas

Josefa y Antonio son un matrimonio de Noia (A Coruña) que este jueves alcanza el medio siglo de casados. Unas bodas de oro para las que tenían prevista una celebración que han anulado por la crisis sanitaria. Sus familiares y vecinos no han querido dejar pasar por alto ese aniversario y les han preparado una fiesta.

EFE

Noia (A Coruña) —

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Josefa y Antonio son un matrimonio de Noia (A Coruña) que este jueves alcanzó el medio siglo de casados. Unas bodas de oro para las que tenían prevista una “aventura”, un crucero, que han abortado por la crisis sanitaria. Sus familiares y vecinos no han querido dejar pasar por alto un aniversario así.

Ella descolgó el teléfono con buen augurio. Era un vecino de la aldea en la que viven. Avisó de que iba a ir, por prudencia. No dijo el motivo. Al llegar, timbró en la casa y, sorpresa, una tarta de chocolate con los nombres de ambos junto a una cifra, 50, y un obsequio consistente en una licorera malva con vasos del mismo color obra de un orfebre cercano, Fernando Gallego, artesano al que recurren muchos novios dispuestos a dar el gran paso por sus famosas alianzas con un rubí dentro.

“¡Qué ilusión tan grande!”, exclamó ella presa de la emoción, al igual que su marido. “Y qué precioso regalo”. No era el primer detalle del día para la simpática y querida pareja. Antes ya se había dejado caer por su hogar el mayor de sus hijos, Tucho, con su mujer, Ángeles, y un enorme ramo de flores, aparte de otro pastel, para que la jornada dejase a Chefa y Tono, como se les conoce en su círculo íntimo, un buen sabor de boca.

José Antonio Santamaría Miguéns tiene 75 años y Josefa Agraso Rodríguez 72. Son también los padres de Marcos, el pequeño, y de Juanjo, el mediano, y abuelos de Yeray, que es el hijo de éste último.

Tono descubrió a Chefa en la Alameda de Noia, un pueblo costero. “Ya la conocía de calcetines pese a que yo vivía a cuatro kilómetros de ella”, dice a Efe, al recordar de una manera tan entrañable que la primera vez que vio a la que es su esposa todavía era una niña.

“Siempre me gustó mucho. Ahora más todavía”, prosigue Tono, al comentar que Chefa, o Fina, a ella se refieren de las dos maneras, iba con tres amigas más cuando él se atrevió a entrar en escena. No era “muy echao p'alante”, lo confiesa de esta manera, pero se atrevió a decir a ese grupo que si podía hablar con “la del medio”, se quedaba con ellas, pero que si no era así, nada de nada.

“¡Empezamos a salir de ese modo! Y han pasado cinco décadas desde que se selló nuestra unión”, concreta él, y los dos al unísono espetan: “Nos seguimos queriendo muchísimo. Ahora más todavía”.

Chefa completa el comentario: “Esperemos llegar a las de platino. A ver si nos deja esta enfermedad que tenemos ahora. Nosotros nos estamos cuidando muy bien desde un principio pero veremos qué sucede con este virus... Teníamos pensado un placentero viaje. Invitar a los hijos, a los cuñados, a la familia vaya, y no hemos podido hacer nada”.

Tono pasó gran parte de su vida embarcado y, una ocasión como esta, iba a devolverlos a la mar, pero de una manera muy distinta: un crucero.

Él mismo ofrece los detalles: “Había que hacer algo extraordinario. Los barcos en los que yo anduve eran muy grandes. Llevé a mi mujer a muchos sitios, por ejemplo a Japón. Ella venía cuando podía. Dejaba a los hijos con mi madre Carmen, que vivía con nosotros. Y cuando Chefa llegaba a casa, estaban nuestros chiquillos muy gordos, gordos, gordos, porque la abuela les metía cuchara y venga”.

Resuenan las carcajadas. “Este era un viaje programado, sin preocupaciones”, se lamenta él, apesadumbrado, aunque pronto Chefa le muestra el lado bueno de las cosas: “Habrá tiempo si seguimos tan bien. Lo principal es estar contentos y que estemos cada día mejor. Más viejos, con más años, pero, caramba, muy bien”.

Como colofón: un beso, incluso varios, mascarillas mediante. Y, cómo no, aplausos.

Ana Pedrosa

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