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Mocoa entierra a las primeras víctimas de la tragedia que dejó al menos 254 muertos

Mocoa entierra a las primeras víctimas de la tragedia que dejó al menos 254 muertos

EFE

Mocoa (Colombia) —

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Pasado el impacto inicial de una tragedia de la cual será difícil recuperarse, los habitantes de la ciudad colombiana de Mocoa empiezan el duelo con las primeras exequias por los fallecidos en la avalancha del fin de semana, que se cobró al menos 254 vidas.

Una de las primeras en recibir los restos de seres queridos fue la familia de Delcy Rosero Ruiz, una mujer de 26 años que murió tratando de salvar a su hijo de 7 años cuando la avalancha de los ríos Mocoa, Sangoyaco y Mulatos avanzaba con una fuerza descomunal por la calles de su barrio.

“Yo vivía aquí, en el barrio Palermo, pero mi hermana y mi mamá vivían en el barrio San Miguel. Por donde vivían ellas pasó la avalancha y destruyó todas las casas, se llevó todo, no dejó nada, no quedó nada”, relata a Efe Yulian Marcela Rosero Ruiz, hermana de la fallecida.

Cuando la riada era inminente, Delcy Rosero logró salir de su vivienda en una motocicleta con su hijo Darío, de 3 años, al que pudo poner a salvo al entregarlo a unas personas que estaban en la parte alta del barrio, y regresó a casa a buscar al de 7 años, pero se la llevó la corriente cuando intentaba escapar con el niño de la furia de la naturaleza.

El más pequeño está vivo, aunque presenta bastantes golpes, pero el más mayor es otro motivo de angustia para la familia porque, según cuenta la madre de Delcy, Luz Mary Ruiz, su nombre está en una lista de menores socorridos por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), pero nadie da razón de él.

Ruiz cuenta que les dijeron que el niño fue rescatado del mar de piedras y lodo en que quedaron convertidas algunas calles de Mocoa -capital del selvático departamento del Putumayo, en el sur de Colombia- y fue trasladado en un avión ambulancia a Neiva, capital del departamento del Huila, pero familiares que viven en esa ciudad fueron a buscarlo y no lo encuentran.

“Lo único que han encontrado es a mi hermana; encontré vivo a mi sobrino, un niño de 3 años, el hijo de mi hermana. Y tengo al otro, mi sobrinito que no lo encuentro, un niño de 7 años, se llama Juan David Rueda Rosero”, afirma Yulian Marcela, la tía.

En el estrecho salón de su casa, Yulian Marcela ha improvisado un velatorio para su hermana, a cuyo féretro cerrado se aferra desconsolada su madre, Luz Mary.

La escena es desgarradora en la pequeña casa de los Rosero, a la que han acudido en señal de solidaridad algunos vecinos, también como ellos víctimas de esta catástrofe sin precedentes en Mocoa.

El viudo de Delsy Rocero, Daniel de Jesús Jiménez, intenta sobreponerse a la tragedia pero reconoce que no es fácil y asegura que siente que se va a derrumbar, que lo único que lo mantiene en pie es el pequeño que se salvó.

La familia Rosero lleva el drama como puede, al igual que los demás habitantes del barrio San Miguel que salvaron sus vidas, y sienten que hace falta más ayuda de las autoridades, aunque destacan el auxilio recibido en los momentos más dramáticos por parte de miembros del Ejército, que fueron de los primeros en acudir al rescate de las víctimas.

“Desde el día que pasó eso me fui por mis propios medios -porque a mi nadie me ha brindado apoyo ni nada- a buscar a mi hermana allá en esa avalancha, y ahí encontré a mi sobrino, a Darío”, recuerda.

Explica que al niño, a quien le falta un riñón, había sido registrado con otro nombre en el hospital y, como por esa circunstancia requiere cuidados especiales, pidió que se lo dejaran llevar a casa para cuidarlo.

“Yo me lo traje para la casa, entonces los señores del Ejército Nacional lo atendieron, le curaron las heridas y ya está bien, ya está acá conmigo”, destaca.

Al atardecer del domingo las autoridades le entregaron el féretro con los restos de su hermana Delcy, al que ha velado en su humilde vivienda en compañía de unos pocos familiares y vecinos.

“Solamente vinieron y dejaron acá el ataúd, no nos han dado ningún tipo de ayuda, ni siquiera para un café”, dice, mientras se dispone a salir para el cementerio, donde, añade, “ahorita ya le doy cristiana sepultura”.

Gonzalo Domínguez Loeda

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