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Yasin: trabajo precario para pagar el título universitario

Yasin Chaoui acabó sus estudios de Ciencias Políticas pero no ha conseguido un trabajo cualificado / OLMO CALVO

Fabiola Barranco

  • Te contamos cómo les ha ido a cinco de los protagonistas del especial Historias de la crisis tres años después

“Si puedo terminar la carrera será gracias a la ayuda de amigos y el préstamo que pedí en el banco que, por supuesto, tengo que pagar porque no es ningún regalo”, vaticinaba Yasin Chaoui en 2014 durante su último año como alumno en el Grado de Ciencias Políticas por la Universidad Complutense. Lo hacía ante la cámara de eldiario.es para el especial ‘Historias de la crisis’, desvelando su experiencia como estudiante universitario afectado por los recortes en Educación.

Este joven de 25 años, hoy puede decir que consiguió terminar sus estudios y saldar las deudas con los amigos que le echaron una mano para pagar las tasas y matrículas universitarias, que se habían visto notablemente incrementadas en los años de crisis. Pero, al margen de esos dos aspectos, este chico considera que su vida “no ha cambiado desde entonces”, ya que tiene que seguir trabajando para poder devolver al banco cerca de 4.000 euros, correspondientes al crédito que solicitó tres años atrás. Bajo esa presión, el balance que hace sobre el esfuerzo invertido para obtener el título universitario, es poco alentador.

“Pienso que no me ha merecido la pena el sacrificio de haber estudiado una carrera porque, al final, ha supuesto muchos años de atarme a un lugar, voy a tener que estar pagándolo durante años y además no puedo disfrutar o hacer uso de las ventajas de tener un título universitario, porque tampoco puedo encontrar un trabajo más acorde a mis expectativas”, argumenta Yasin y al mismo tiempo no duda en expresar su sentimiento de “frustración e impotencia, al no poder completar una segunda fase de la formación”.

Esa etapa siguiente a la que alude, se trata de la posibilidad de cursar un máster u otros estudios especializados que le permitan acercarse a oportunidades laborales relacionadas con lo que estudió. Una opción que, de momento para él, no es posible y se ve obligado a continuar como empleado a media jornada en un supermercado, donde trabaja desde el primer año como universitario.

Yasin, lejos de disfrazar su realidad, asume que este empleo “es de baja cualificación”, pero le sirve “para sobrevivir, ir tirando y pagar el crédito”. Además, decidió alquilar una habitación en un piso compartido y volar del nido con un objetivo claro: “No ser una carga familiar”, ya que su abuela y su madre tampoco lo tienen fácil y salen adelante gracias a una pensión mínima de viudedad de la primera y una prestación no contributiva de la progenitora.

Salir fuera requiere dinero

Mientras bebe una infusión en un bar cerca del metro de Simancas, en Madrid, Yasin asegura que conoce muchos casos de “personas que han tenido dificultades para completar sus estudios o directamente no han podido terminarlos, y otros que –como él– lo han conseguido, pero no han encontrado un trabajo acorde a sus expectativas o a la formación recibida”.

Cree que fuera de las fronteras españolas las oportunidades laborales son mayores, pero tampoco es una opción al alcance de todo el mundo porque, como él señala, “para salir también hay que tener medios”.

Aunque valora la opción de poner tierra de por medio, a diferencia de la mayoría de los jóvenes españoles que emigran en busca de oportunidades, Yasin no marca Alemania, Francia o Inglaterra en el mapa, como posibles destinos. “Yo no tengo soporte para poder viajar a Europa y aprender un idioma o completar mi formación, y para hacerlo tendría que compaginarlo con un trabajo precario como el que hasta ahora he tenido aquí, y no me encuentro físicamente como hace siete años”, lamenta.

Por eso, elige Marruecos como destino. No es una elección basada en la búsqueda de un lugar exótico, simplemente, el país magrebí, además de ser parte de su identidad, es más asequible y cree que allí puede aprender otro idioma como el árabe, que le permita abrir las puertas que, hasta el momento, encuentra cerradas.

La situación de precariedad que atraviesa también refleja la de buena parte de la juventud española, que esboza un futuro poco esperanzador. Según datos publicados en marzo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la tasa de paro juvenil supera el 40%, lo que significa que duplica la tasa total de desempleo. Este mismo informe apunta que “la pobreza ha aumentado debido, principalmente, a la falta de empleo de calidad que proporcione suficientes horas de trabajo remunerado y unos ingresos adecuados”.

Sobre la recuperación de la economía y situación social española, Yasin considera que no se ve reflejado en la sociedad. No lo argumenta desde un prisma exclusivamente personal, sino que defiende que son “innumerables los casos de exclusión social en los últimos años” y pone como ejemplo a familias en riesgo de pobreza energética o a personas que no se plantean acceder a estudios universitarios, porque, según él, esta posibilidad “se ha convertido en una utopía”.

Decía Kafka que “la juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza”. Yasin es capaz de poner en práctica la reflexión del célebre escritor checo, al apreciar el paisaje urbano de su barrio del extrarradio cañí, castigado desde hace años por la crisis, llegando a ser uno de los escenarios más frecuentes en películas de cine quinqui.

Por eso le gusta pasear hasta llegar a una plaza encajada entre bloques de pisos donde el golpe del tenedor batiendo un huevo se cuela en el ruido de la calle y los barrotes y ventanas dibujan el hacinamiento. “Me gusta porque es un espacio bastante cerrado, donde cohabitan muchas personas y por el entorno arquitectónico se vislumbra bastante necesidad de escape, de salir fuera. Es un sitio donde me veo reflejado y me evoca bastantes cosas”, confiesa con un gesto tan equilibrado como opuesto, que oscila entre la resignación y superación.

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