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Un albergue jacobeo, nuevo hogar para sintecho, foráneos y víctimas de trata

Una mujer hace la cama en el albergue de peregrinos de Zamora.

EFE

Zamora —

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Las vidas de un padre y un hijo lituanos afectados por la cancelación de vuelos, una mujer búlgara voluntaria en centros de rehabilitación de drogodependientes o un hombre que lleva años sin un hogar “dando tumbos” por Francia y España han confluido en el albergue de peregrinos de Zamora.

El hospedaje jacobeo cerró sus puertas por el coronavirus pero hace diez días las reabrió para convertirse en una suerte de torre de Babel del confinamiento en la que pasan el estado de alarma personas sintecho, extranjeros en tránsito y hasta una víctima de trata de seres humanos.

Entre sus nuevos ocupantes también hay tres zamoranos “habituales de la calle” o un ciudadano francés sin medios para regresar a su país que ya ha logrado contactar con la Embajada gala en Madrid.

A todos ellos las medidas de aislamiento social les han pillado con el pie cambiado, en el lugar equivocado, aunque en el caso de María, nombre ficticio de una mujer de un país de Europa del Este, su reclusión en el albergue de peregrinos zamorano le ha servido para huir de una vida que prefiere olvidar.

Su historia es calcada a la de otras víctimas de trata de seres humanos: viajó engañada a España con la promesa de un trabajo como limpiadora y al llegar aquí la obligaron a ejercer la prostitución.

Apenas habla español y de traductora para EFE hace Pepa, su compañera de habitación en su hogar en tiempos de la COVID-19.

Pepa, búlgara, políglota y con años de voluntariado en el centro Remar de Málaga, ha acabado en el albergue de rebote y se ha convertido en un eslabón clave por su dominio de los idiomas.

En el patio del alojamiento conversa en ruso con Dainius y su hijo Ugnius, dos lituanos que tras trabajar en la construcción en Francia, el estado de alarma les pilló en tránsito hacia Portugal para coger un vuelo que nunca despegó.

Ugnius, el benjamín del grupo, cumplió el jueves 22 años y sus compañeros le prepararon una fiesta en la que no faltó la tarta ni el cumpleaños feliz cantado en español, búlgaro, ruso y lituano.

Su llegada al albergue le ha procurado a él y a su padre un hogar provisional a más de 3.000 kilómetros de su familia en Lituania y otros tantos de Grecia, el que iba a ser su próximo destino laboral.

También tiene un largo recorrido a sus espaldas el alicantino Juan Antonio, que a sus 38 años sabe lo que es ir “dando tumbos” de un lugar a otro, un lustro en Francia y el último año en España.

“Las navidades las pasé un poco mal, pero pude salir adelante”, ha confesado este trotamundos sin casa al que una semana en el albergue de peregrinos le ha bastado para dar un paso crucial: contactar con familiares que tiene en Mallorca para volver con ellos al concluir el periodo de reclusión obligatoria por la pandemia.

Los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Zamora, que gestionan las instalaciones, han subrayado el doble objetivo de este improvisado hogar.

Por una parte cubrir las necesidades básicas de personas que si no estarían en la calle, ya que el único centro de acogida de la ciudad está completo, y por otra ver sus expectativas e invitarles a organizar su proyecto de vida tras el estado de alarma.

Para ello, un trabajador social, una técnica de integración social y un cuidador nocturno supervisan la convivencia en el albergue, en el que, como en cualquier casa, hay tiempo para las tareas domésticas y para el ocio individual y compartido.

Algunos se han propuesto completar un puzzle de dos mil piezas, otros se unen para ver películas en inglés subtituladas en español, hay quien lee la Biblia y casi todos tienen momentos para conectarse a la wifi y hablar con los seres queridos que están lejos.

Así pasarán las jornadas hasta el día que acabe el confinamiento y los habitantes de la torre de Babel en la que se ha convertido el albergue de peregrinos se dispersen para rehacer sus vidas, cada uno por su camino

Por Alberto Ferreras

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