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2020 está siendo un año nefasto para la capa de ozono que protege la vida en la Tierra

Concentración de ozono en la Antártida el 14 de septiembre de 2020 que muestra el agujero en la capa. / NOAA

Raúl Rejón

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2020 está siendo un año nefasto para la capa de ozono que protege la vida en la Tierra de las radiaciones solares. El agujero que se abre cada temporada en el Antártico creció un 50% respecto a 2019. La reducción del escudo en el Ártico alcanzó niveles récord esta primavera. Estos datos sirven de recordatorio sobre lo difícil que resulta –cuando es posible– revertir el daño ambiental causado por las actividades humanas.

La cantidad de gases liberados que destruyen ozono y que todavía persisten en la atmósfera provoca que, cuando se dan ciertas condiciones, el agujero en la capa se dispare. Este año llegó a un máximo de 24,8 millones de kilómetros cuadrados sobre la Antártida el 20 de septiembre pasado (tres veces el tamaño de los EEUU). Son 8,4 millones más que en 2019, un año especialmente bueno. Este agujero es “tan grande y profundo” que va a persistir durante este mes de noviembre, según acaba de predecir la Agencia Estadounidense del Océano y la Atmósfera (NOAA). Está por encima de la media de la última década.

“Nos recuerda al agujero de 2018 que también fue muy grande”, explica Vincent-Henri Peuch, el director del sistema de la Unión Europea de observación de la atmósfera Copernicus. Desde 2000, solo ha habido ocho años con agujeros mayores a este. Las observaciones por satélite han detectado una columna de más de seis kilómetros de altura en la estratosfera donde se produjo una “casi eliminación completa del ozono”, según han confirmado la NASA y la NOAA.  

El agujero de la capa de ozono en el hemisferio austral se produce entre los meses de agosto y octubre. Sin embargo, el proceso análogo en el polo norte ocurre en marzo y abril. La destrucción de la capa en 2020 “alcanzó niveles sin precedente en amplias zonas del Ártico”, como reveló la Organización Meterológica Mundial. La última vez que se observó una destrucción de ese calibre, aunque inferior, fue en 2011. El proceso se frenó al subir la temperatura en abril y con la entrada de un flujo de aire rico en ozono desde partes más bajas de la atmósfera.  

“La estratosfera en el Ártico sigue siendo vulnerable ante las sustancias que destruyen el ozono ligadas a las actividades humanas. El nivel de pérdida de ozono de cada año particular depende al final de las condiciones atmosféricas, pero los datos de 2020 nos obligan a seguir vigilantes”, advirtió el secretario general de la OMM, Petteri Taalas, al ver las cifras récord de esta temporada.

La pérdida de ozono, tanto en el norte como en el sur, se produce porque todavía persisten altos niveles de los gases que lo destruyen en la atmósfera. Los compuestos duran décadas una vez liberados y, en condiciones meteorológicas de muy bajas temperaturas se disparan las reacciones químicas que devoran el escudo de ozono. Ese escudo actúa como una pantalla solar que impide el paso de las radiaciones ultravioletas. Esta radiación está asociada a la aparición de cáncer de piel, melanomas, supresión del sistema inmunológico, cataratas y otros daños en los ojos y envejecimiento prematuro. Los científicos estudian actualmente hasta qué punto, el cambio climático puede estar ocasionando que la estratosfera (la parte de la atmósfera a entre 10 y 50 kilómetros de altura que, en condiciones normales, tiene una temperatura casi constante) se esté refrigerando y facilitando que se observen temperaturas por debajo de los -78ºC, condiciones propicias para provocar las reacciones que destruyen la capa de ozono.

Lenta recuperación

Aunque la producción y concentración de estos compuestos como el cloro y el bromo han disminuido gracias al Protocolo de Montreal que entró en vigor en 1989, su larga vida hace que el agujero siga reproduciéndose año a año. En 1980 tuvo una extensión media de 1,4 millones de kilómetros cuadrados. A partir de entonces su tamaño explotó y para 1990 ese valor medio estaba en 19 millones. Este año, entre septiembre y octubre, el agujero ha promediado un tamaño de 23,5 millones de kilómetros cuadrados.

“El agujero habría sido 1,6 millones de kilómetros mayor si hubiera una concentración de cloro en la estratosfera como en el año 2000”, según calculan los científicos de la NASA para destacar el valor del Protocolo de Montreal.

Con todo, la tendencia a la baja en la concentración de sustancias destructoras ha hecho que se haya medido una recuperación en algunas zonas de la capa de entre un 1 y un 3% por década desde 2000. La última evaluación mundial sobre la capa de ozono calcula que, a ese ritmo, se podría volver a los valores de 1980 en 2035 para el hemisferio norte y al llegar al año 2060 en la Antártida.

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