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Arselia, una adolescente soltera atípica en la Nicaragua rural

Arselia, una adolescente soltera atípica en la Nicaragua rural
Paiwas (Nicaragua) —

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Paiwas (Nicaragua), 26 ene (EFE).- Arselia Nayeska Campos Cerda es una joven campesina universitaria nicaragüense que destaza cerdos, ordeña vacas, siembra granos básicos y participa en exhibiciones de floreo con soga en plazas de toros, a quien le dicen marimacho o lesbiana porque a sus 16 años, a diferencia de sus compañeras en la niñez en el municipio rural de Paiwas, aún no se ha casado, no se ha ido a vivir con un hombre ni tiene hijos.

Arselia asegura que es la única de su edad, del grupo con el que estudió en primaria y secundaria, que sigue soltera en las comunidades de Paiwas, un recóndito municipio de la Región Autónoma del Caribe Sur (RACS) de Nicaragua, donde la costumbre, según sus padres, es que las menores comiencen a convivir con un hombre antes de los 16 años.

“Sí, (las adolescentes) se van temprano” con un hombre, confirma Arsenio Campos, de 43 años y padre de la menor.

Una de cada cuatro mujeres jóvenes en América Latina y el Caribe contrajo matrimonio por primera vez o se encontró en una unión temprana antes de cumplir los 18 años, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

En Nicaragua, que registra uno de los mayores índices de embarazo adolescente en Latinoamérica, el porcentaje de mujeres de 20 a 24 años que contrajo matrimonio o se encontró en una unión antes de los 18 años supera el 30 %, ha advertido la Unicef.

COSTUMBRE ANCESTRAL

Según la madre de Arselia, Juana Cerda (38), a su hija le preguntan por qué no tiene hombre aún, y si es porque le gustan las mujeres.

“Sí, eso me le dicen, que es marimacho”, señala la madre, una campesina que estudió hasta primer año de secundaria.

Arselia, que estudia ingeniería agropecuaria, cuenta que de “las niñas con que jugaba” en su infancia “toditas se han casado”.

Sus compañeras de la infancia, al verla soltera y vestida con pantalón de vaquero y camisa a cuadros, y ataviada con sombrero, “siempre me preguntan que si me gustan las mujeres, que si soy lesbiana o algo así”, relata la joven, que confiesa que al principio le molestaba cuando le decían eso.

“No me he casado porque (terminar) mi carrera (profesional es) primero”, explica con determinación.

Segundo, porque ella es la mayor de tres hijos y sus hermanos están muy pequeños “para agarrar las riendas de la finca” de 95 manzanas (66,5 hectáreas) y donde crían 80 vacas, vaquillas, toros y terneros.

HOMBRES SE “ROBAN” A LAS JÓVENES

Además, dice, sigue el ejemplo de su madre, quien “no se fue” a vivir con un hombre tan joven, sino que se casó cuando cumplió los 20 años.

A su madre, que fue la última de sus hermanas en casarse, su padre le decía que si se iba a ser monja.

Y es que sus otras cuatro hermanas se juntaron con un hombre antes de que cumplieran los 16 años. Uno se casó a los 17 años. “Esa dilató un poquito más”, indica.

Arselia apuesta por el matrimonio para honrar a sus padres y no que un hombre se la “robe” y se la lleve a vivir con él, que es como una tradición en esos lugares.

“Aquí nadie se casa”, sostiene el padre, en referencia a esa vieja costumbre en Paiwas, un municipio ubicado a 227 kilómetros de Managua por carretera, con una mayoría de calle de tierras y en las que el único transporte público para llegar a algunas de sus comunidades es el camión que a diario compra la leche que producen en las fincas.

UN PROYECTO DE VIDA PROPIO

A Arselia, la joven que rompe esquemas en ese recóndito lugar, nunca le gustó la cocina, “pero andar ordeñando y en el corral” sí es lo suyo, comenta la madre, quien todavía la anima a aprender a cocinar.

En la universidad, sus compañeras la admiran porque obtiene las mejores notas en las clases prácticas.

También porque en diciembre pasado, en una plaza de toros en Paiwas, ganó el primer lugar en una demostración de floreo con soga, uno de sus pasatiempos.

En Los Planes, la finca de la familia Campos Cerda, situada en la comarca Palsawa, donde se alza imponente el cerro La Muerte, Arselia ha aprendido a ordeñar, montar caballo, poner alambres de púas, sembrar granos básicos, destazar cerdo, y lo más importante que le han enseñado sus padres, según dice, “humildad, respeto y modales”.

Su sueño, además de ser ingeniería agropecuaria, es también ser veterinaria, administrar las tierras que recibirá en herencia de sus padres, y ser autosuficiente para vivir “sin la sombra de un hombre”.

Luis Felipe Palacios

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