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El dolor, el miedo y la culpa socavan a los trabajadores de las residencias

Una cuidadora atiende a uno de los ancianos alojados en una residencia de Madrid EFE/Mariscal/Archivo

EFE

Madrid —

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El desgaste físico y emocional del personal de las residencias ha provocado síntomas de estrés postraumático en muchos casos. Se debaten entre la “amenaza de sus propias vidas y la de sus familiares, y la culpa por las muertes de los mayores” por el coronavirus, relatan los propios trabajadores.

María José Bedoya, auxiliar de enfermería, confiesa que lo ha pasado “muy mal”. Minutos después de la entrevista con Efe llama llorando: “Ha muerto una compañera en la UCI por el coronavirus”. La amenaza se ha hecho realidad.

Las residencias -de tercera edad y para personas con discapacidad- han sido en España uno de los principales focos de la COVID-19 y los mayores fallecidos han supuesto en comunidades como la de Madrid casi el 40 por ciento del total de muertes.

María José Bedoya trabaja en una residencia pública y recuerda que al comienzo de la pandemia algunos compañeros sufrieron “ataques de pánico” y se dieron de baja. En marzo, “lo peor no fue solo la ausencia de equipos de protección sino de protocolos de actuación”, resume.

A día de hoy han llegado equipos que son de usar y tirar, pero “se reutilizan tras desinfectarlos con lejía, y hasta hace unos días compañeras han estado con la misma mascarilla 20 o 25 días”, añade.

A través de donaciones privadas llega mucho material a estos centros, sin embargo, María José se pregunta hasta qué punto son efectivas las mascarillas caseras o las batas de protección hechas con bolsas de basura y cinta americana.

“La carga emocional -relata- es brutal. Sabes que con las herramientas que tienes no lo estás haciendo bien, y te preguntas: ¿Me estaré llevando el virus de esta habitación a la de al lado?”.

En su opinión, la atención de las administraciones ha sido tardía e insuficiente. “Desde el minuto cero veíamos que había que cerrar las puertas. Jamás habíamos tenido quince fallecimientos en un mes”.

Amelia, auxiliar de enfermería en una residencia concertada, comparte esta última opinión y se interroga con rabia : “¿Por qué antes de cerrar España no cerraron las residencias?”.

Ahora, dice estar “bastante bien”, pero las primeras semanas, reconoce que fueron duras porque -indica- no sabían cómo actuar: “Somos centros asistenciales, no hospitales”.

“Al comienzo de la pandemia hubo muchas bajas, de una plantilla de 22 auxiliares quedamos nueve en una semana”, recuerda.

Amelia apunta una cifra, 30.000 sanitarios contagiados, pero “¿cuántos auxiliares de enfermería estarán infectados?”, se pregunta. “De nosotros no se ocupa nadie”, lamenta, aunque destaca que en su centro llevan doce días sin decesos. “Antes el goteo era constante”, recalca.

SEÑALES DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

Los trabajadores “sobre todo sienten frustración porque quieren llegar a todo y no pueden al estar limitados en medios y recursos”, explica la coordinadora de Psicología de la clínica López Ibor, Beatriz Mora.

En el mismo sentido, la catedrática de Psicología de la Complutense y coordinadora del teléfono de asistencia psicológica del Ministerio de Sanidad y del Consejo General de Psicología de España, Paz García Vera, cree que los problemas de estrés y de manejo de las emociones obedecen también a que es un grupo de profesionales “muy implicado en su trabajo, igual que los sanitarios”.

Tras jornadas extenuantes no logran desconectar cuando llegan a casa y les cuesta conciliar el sueño, debido a que las imágenes se agolpan en su cabeza. “Detectamos mucho estrés postraumático”, subraya Beatriz Mora, también coordinadora de apoyo psicológico en las residencias del grupo Orpea, que ha registrado muertes en varios de sus 23 centros de Madrid.

En opinión de García Vera, el personal de las residencias vive una situación de riesgo en primera línea por la amenaza a su propia vida y la de sus familias, y sienten culpa por las muertes de los mayores, según relatan los propios trabajadores en el teléfono de apoyo, que recibe una media de más de 300 llamadas diarias.

“Lo están pasando fatal. Muchas veces se sienten culpables porque piensan si han transmitido ellos el virus o si hubieran podido hacerlo mejor”, añade. Otros cuentan que no se sienten preparados para regresar a la residencia y enfrentarse a las ausencias.

Con las personas que expresan culpa, explica la especialista, hacen “terapia breve para que entiendan que la culpa es una emoción que aparece cuando uno cree que podría haber controlado la situación, pero tú no puedes sentirte culpable por algo que no sabías que iba a ocurrir. A veces las personas tenemos una ilusión de controlar todo”.

Cuando se supere esta crisis, la psicóloga de la clínica López Ibor cree que “será necesario un tratamiento más profundo; habrá personas que con sus propios recursos podrán resetearse, pero hará falta una intervención puntual para reestablecer el equilibrio”.

“Hacemos intervenciones desde el tú a tú, lo más cercanas posibles. Les animamos a mostrar su vulnerabilidad, porque no se lo permiten al considerar que tienen que estar al pie del cañón; no identifican las señales de alerta que su cuerpo está lanzando; se olvidan de ir al baño, de comer”.

SE NECESITAN MÁS CUIDADOS

En opinión de la secretaria de Salud, Sociosanitario y Dependencia de UGT, Gracia Álvarez, la crisis ha puesto de manifiesto “lo justas que están las plantillas”, igual que las retribuciones que reciben.

Y se cuestiona dónde está la frontera entre lo sanitario y lo social: “Cuando pensamos en la parte sanitaria siempre lo vemos desde el punto de vista de las enfermedades, pero la salud no es exactamente su ausencia”.

Llega un momento en que “no es posible evitar las patologías y hay que vivir con ellas”, por ello hace una petición y una reflexión en voz alta:

“Hacen falta enfermeras especialistas en geriatría y dejar de ver a la enfermería como aquella que se limita a poner inyecciones, lo esencial son más cuidados”.

Por Marina Segura

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