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La salida del armario de los trastornos mentales

Ana Escudero

Raúl Rejón

El 75% de las personas con trastorno mental asegura haberse sentido discriminado por su enfermedad. Esto son más de siete millones de casos en España. “Son los más débiles, porque a veces son incluso incapaces de defenderse de sí mismas”, reflexiona Ángel Urbina. Este gaditano de 48 años está a cargo del departamento de Compras y Contrataciones de Repsol, donde maneja “un presupuesto de 20 millones de euros al año”. Padece psicosis no específica desde 1991. Y no teme decirlo.

Ángel está embarcado en demostrar que “no pasa nada” por padecer estas enfermedades y quiere aprovechar el Día Internacional de la Enfermedad Mental –el 10 de octubre– para lanzar ese mensaje. “Yo terminé licenciándome en ingeniería industrial después de mi brote psicótico, y eso que estaba lleno de medicación. Al acabar la carrera bombardeé España de currículos. Cogí un tren a Tarragona para acudir a un proceso selectivo en 1996. Gané el puesto y aquí sigo”, resume satisfecho.

Sin embargo, Urbina admite que las etiquetas psicosis, esquizofrenia o psicótico “son muy fuertes todavía”. La Federación Española de Agrupaciones de Personas con Enfermedad Mental (FEAFES) asegura que el estigma que se les coloca tiene efectos negativos múltiples. “Les impide desde participar en el propio tratamiento hasta encontrar un trabajo, lo que vulnera los derechos fundamentales”, explica un portavoz de la federación.

Ángel subraya, precisamente, que “el estar diagnosticado y tener un trabajo es la mejor terapia”. Él ha decidido proclamar donde haga falta su condición: “Cuando salí del armario, muchos compañeros de trabajo en la fábrica vinieron a decirme 'anda pero si eres normal'. ¡Claro que lo somos! Pero con una enfermedad, nada más”. Para este ingeniero, “el estigma es mucho peor que el propio trastorno”. Y eso que reconoce que el proceso ha sido duro. “Tras mi primer brote me quedé fuera de juego. No podía llevar una vida mínimamente normal por los efectos secundarios de la medicación. Todo ese tiempo lo tengo muy confuso en la cabeza”, rememora.

“Es que somos la oveja negra de las discapacidades”, remacha y coincide Ana Escudero. Ella habla desde Extremadura. Recién cumplidos los 30 años, tuvo su primera crisis a los 23. “Tuve casi alucinaciones e ideas delirantes”, recuerda. Con todo, ha conseguido seguir con sus objetivos vitales. “Soy psicóloga, me saqué la carrera que me costó la vida terminar porque iba de medicamentos hasta las cejas”. Con su título debajo del brazo, no duda en asegurar que “hay mucho reparo hacia la enfermedad mental, sobre todo por ignorancia”. Ella cuenta que siente una oleada de miradas desconfiadas para casi cualquier cosa: “Hace poco iba a trabajar de camarera, pero cuando uno de los socios del negocio se enteró de mi enfermedad me dijo que me fuera, que sabía por dónde podía salír”.

En FEAFES opinan que “los trastornos mentales son un problema de salud como otro cualquiera”. Y en ese sentido, Ana cree que lleva la vida de cualquier otro joven. “Yo quiero pensar que estoy como tantos otros amigos míos: en casa de mis padres tratando de encontrar un trabajo. Y hablo abiertamente de mi diagnóstico”. Padece, según los psiquiatras, un trastono esquizo-afectivo. “Sí que noto un cambio generacional grande positivo. Las personas de mi edad no comparten los prejuicios anteriores, al menos en mis caso”.

Según los datos del Ministerio de Sanidad, hasta 400.000 personas con alguna enfermedad mental están sin diagnosticar. “Hay muchísimas personas con el trastorno oculto”, comenta Ángel Urbina. De hecho, las estadísticas hablan de que entre el 2,5 y el 3% de la población adulta padece una enfermedad mental grave. El 9% se queda en el trastorno crónico o leve y el 15% lo tendrá a lo largo de su vida. “Para romper esa dinámica de silencio es importante que haya gente que viva en la normalidad y lo diga”, repite Urbina, que está casado y tiene una hija.

Bastante complicada es la materia con la que se tiene que trabajar –la mente humana– como para añadirle más trabas. A Ángel fueron cambiándole el diagnóstico unas cuantas veces hasta dejar en esa psicosis no específica. “A los psiquiatras les cuesta mojarse a la hora de dar un análisis claro”, comenta. A Ana le costó saber lo que tenía “porque venía de una vida desordenada y se pensó que sería un episodio puntual”. No lo fue y ha de convivir con ello todos los días.

“El trabajo te da una rutina y unos patrones de orden que siven mucho para estar bien”, advierte Ana Escudero desde la otra punta del país. “Te hace conocer gente, te hace esforzarte para mejorar”, analiza Urbina. Sin embargo, la crisis económica está siendo en España un factor especialmente dañino porque exacerba las enfermedades mentales. En junio pasado, la Sociedad Española Salud Pública y Administración Sanitaria sacaba a la luz un informe en el que reflejaba que las depresiones mayores habían crecido un 19,4% entre 2006 y 2010.

“Yo tenía clarísimo que quería y tenía que trabajar”, exclama Urbino. “Me vine a Tarragona pero hubiera ido a cualquier parte del mundo donde me hubieran llamado”. Lo importante “es tener un proyecto vital”, remacha Escudero.

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