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La cámara que conquistó el corazón de las Femen

Fotograma del documental sobre Femen de Kitty Green.

Jordi Miquel

Londres —
  • La directora australiana Kitty Green descubrió con su documental 'Ukraine is not a brothel' rodado en Ucrania quién estaba tras las 'guerrilleras del topless'

Con sólo 28 años la joven australiana Kitty Green ha logrado que su opera prima pise la alfombra roja de la mano del grupo Femen. Algunos se preguntarán qué hace de ella una persona tan especial como para haber sido nominada para el Greison Documentary Award de la Academia Británica. Si se lo debe a las ucranianas de Femen, que usan sus senos para protestar contra el patriarcado, o si todo puede deberse al revuelo internacional que han causado estas chicas con sus protestas.

Sin su curiosidad tenaz hubiese sido imposible un retrato tan singular de este movimiento. Aporta una visión alternativa, lejos del populismo con el que los llamados occidentalistas tienden a generalizar al hablar de los movimientos de Europa del este.

Quizá se deba a la belleza orgánica de sus imágenes o a la inocencia que ha conseguido capturar. Después de varios viajes desde Australia a Ucrania durante “casi dos años”, de los cuales pasó 14 meses seguidos en Kiev, descubrió que “casi sin medios, con una Canon 5D, un trípode y 100 dólares australianos al mes, alimentándome de productos del supermercado”, podía llegar a descifrar el origen de protestas tan cuidadosamente coreografiadas. “Femen nace en Ucrania, como movimiento de protesta topless, para despertar conciencias. Después el mensaje se esparce por el mundo y la lucha con ello también evoluciona. Ahora no solo luchan a favor de los derechos de las mujeres, sino también contra el patriarcado que controla el mundo actual”, explica a eldiario.es Kitty Green tras la proyección de la cinta en el festival londinense.

No es fácil imaginar todas las dificultades que le creó esta apuesta. Tan largo fue el camino que pensó en abandonar: “Llegado un momento, no veía que el proyecto saliera adelante, y estuve a punto de abandonar varias veces”. Pero entones se cruzó en su camino Víctor Sviatski, un hombre misterioso que aparecía y desaparecía del universo Femen de forma intermitente. Al principio fue difícil dar con él pero, fue aquí donde, con todos los ingredientes, la receta que después dejaría buen sabor de boca a las audiencias del Festival de Venecia y del de Londres, empezó a tomar forma.

Su gran secreto fue cocinar a fuego lento un proceso que raramente aparece en los documentales actuales. “Me llevó tiempo ganarme la confianza de las chicas, y más aun la de Víctor”. Su paciencia y perseverancia la llevó a las profundidades del movimiento, donde, según explica, el ritmo rápido de los medios generalistas hizo que estos pasaran por alto un detalle crucial. “La mayoría de los grandes [medios] están un poco picados con nosotros. Conseguimos llegar más allá, donde gigantes como el 'New York Times', 'Die Spiegel' o incluso las cadenas de televisión estadounidenses no pudieron: al corazón de Femen”. Debió de escocerle, especialmente al 'Spiegel', que “se había pasado cuatro días en Kiev con las chicas”.

“Mi misión era encontrar la verdad detrás del movimiento, detrás de esa inocencia que caracterizaba a las que protestaban”. Pero entonces descubrió que un tal Víctor Sviatski era el centro de Femen y empezó a encontrar demasiadas contradicciones en la base de la organización. “No me gustó descubrir que un tirano patriarcal era el jefe de la lucha contra el patriarcado. Controlaba el movimiento en la sombra mientras insultaba y abusaba de las chicas cuando no seguían sus instrucciones al pie de la letra”.

Víctor aparece como una contradicción poética dentro de la historia: no habría Femen sin él, pero sus formas violentas también obraron en contra del documental de Kitty. “Estuve a punto de volverme a casa cuando descubrí que había un hombre detrás de todo esto. Me desilusioné profundamente al ver que el centro de todo el movimiento era un individuo abusador, patriarcal”, explica la directora. Fue entonces, en su última tentativa, cuando tuvo la idea de invitar a Víctor a que contara su historia. “Pensé que si era capaz de mostrar la contradicción pero también la naturaleza del movimiento y la fuerza de sus mujeres, todo iría bien y ayudaría a Femen”.

Más allá de la respuesta al enigma de Femen, “¿quiénes son y cómo llegaron aquí?”, el documental se antoja interactivo, al más puro estilo de 'El Sistema' de Stanislavski. Kitty apela a la memoria emocional de las protagonistas más allá de sus protestas y les pide una descripción personal que mezcla presente y pasado con la intención de abrirles los ojos al futuro. “Les pedí a las chicas que me hablaran de sus miedos, de cómo era su vida personal y como podría ser afectada por lo que estaban haciendo.” La potente respuesta de la audiencia que el pasado fin de semana se congregó en el British Film Institute, demuestra que el 'cómo' es tan importante como 'el qué'.

Aunque finalmente no se hizo con el premio que distinguía a su género en el festival, el documental de Kitty no sólo es un precioso ejemplo de cinematografía impecable, sino también de carácter. El carácter que la precoz estudiante de cine ha imprimido en su filme. Y el carácter que ha demostrado al ser capaz de editar “más de 60 horas de vídeo” en algo que las audiencias han aplaudido y apreciado más allá de la marca transgresora, del notición de la semana o del interés coyuntural y amarillo demostrado por los medios que controlan el principal flujo de información. Femen parece que está aquí para quedarse y también Kitty, que dice tener un proyecto nuevo del que no puede contar nada, “porque no sé ni si voy a ser capaz de lograrlo. Siempre he hecho trabajos relacionados con las mujeres y quiero seguir en esa línea”. Es difícil arrancarle información a una persona que ha vivido espiada por los servicios secretos de tres países y ocultando las verdaderas intenciones de su proyecto. Pero su intención y su documental parecen redimirla tanto ante sus protagonistas como ante su audiencia. Para ella, la experiencia demuestra que lo que ganó la confianza de las Femen, más que la oportunidad de permitirles autoevaluarse para encontrar su verdad más allá de Víctor Sviatski o de Ucrania, fue que “ponerte delante de la cámara ayuda a cualquiera. A las Femen les ayudó a valorar su situación y a enfrentarse a aquello que no las dejaba ser libres”.

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