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La falta de fondos y ayuda institucional amenaza al mayor centro de recuperación de primates de España

El orangután Boris, uno de los 140 primates del centro de recuperación Rainfer, que dirige Guillermo Bustelo.

Daniel Sánchez Caballero

Guillermo Bustelo no pierde el buen humor. Su cara dice una cosa, pero su discurso la contraria. “Si no cambia nada estamos abocados a cerrar”, explica. Bustelo, biólogo de formación, dirige y es dueño de Rainfer, el mayor centro de recuperación de primates de España, situado en la Comunidad de Madrid.

Tras 20 años de actividad, el centro está en apuros, acuciado por los ingentes gastos y la falta de patrocinadores. En este tiempo se ha convertido en referente nacional y europeo, y ha recibido las visitas de reputados primatólogos como Jane Goodall o Franz de Waal. No es el único, pero sí el más grande. Bustelo se hace cargo de todo tipo de primates desahuciados: incautaciones de la Guardia Civil, animales abandonados, rescatados de circos, de particulares, decomisos, del tráfico ilegal... Primates, en su mayoría, que pertenecen al Estado pero que acaban en Rainfer. Eso, los que tienen suerte. Porque “la mayoría de los primates en España siguen en manos del infractor, ya que el Estado no los puede acoger”, explica este biólogo. No tiene infraestructuras. De los que sí se hace cargo acaban en centros como Rainfer o la Fundación Mona, pero el Gobierno se desentiende después de su cuidado. No hay fondos.

Hasta 20 tipos de especies

Chimpancés, macacos de Berbería, un orangután, lemures, titís y así hasta 140 ejemplares de 20 especies de prosimios, monos y grandes simios viven en los 40.000 metros cuadrados que Bustelo muestra a eldiario.es. Un centro para que los primates recuperen y desarrollen sus conductas naturales, para que puedan convivir con otros de su especie tras años de maltrato en la mayoría de los casos.

Los primates viven en grandes espacios —cerrados, claro— tanto exteriores como interiores por los que pueden moverse con libertad. Una vez recuperados, disfrutan de la compañía de sus pares y de la vida digna que hasta entonces no han tenido. Por sus características, el centro también es un lugar ideal para el estudio de estos animales. “La investigación aquí puede ser muy característica, no invasiva, etc.”, señala Ángela Loeches, profesora en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid y asidua al centro, donde dirige estudios de sus alumnos. Como para reforzar sus palabras, tres estudiantes de Barcelona observan sin perder detalle, cada una desde un ángulo, discretamente sentadas, a un grupo de chimpancés para un trabajo conductual relacionado con la personalidad.

La UAM es una de las 12 universidades con las que Rainfer tiene un convenio de colaboración junto a la Complutense, la de Alcalá o la Alfonso XII, entre otras. Pero hasta esta parte está en decadencia. “Los estudiantes ya no quieren dedicarse a la investigación o a hacer tesis. Para eso se necesita financiación y ya no hay”, explica Loeches.

Tantas historias como animales

La crisis ha hecho mella en Rainfer. El centro necesita unos 12.000 euros al mes para sobrevivir. En invierno, 4.000 euros al mes sólo para llenar los depósitos de la calefacción del centro, montante que intentan recolectar a través de campañas. El Estado, propietario del 70% de los 140 primates que actualmente acoge el centro, subvenciona a Rainfer.

Pero el Ministerio de Economía, responsable de los animales decomisados a través de la Secretaría de Estado de Comercio, tampoco tiene fondos, ni siquiera puede manejar el dinero recaudado por las multas del tráfico ilegal de animales, que va a parar a las arcas del Estado. La aportación de Economía cubre los gastos de un mes o dos, la cantidad varía según el año. Para los otros 10 u 11 meses se tienen que buscar la vida. La última idea del equipo de Rainfer, donde trabajan cinco personas, ha sido abrirlo al público, con el objetivo de conseguir fondos, pero también de acercar y dar a conocer estos animales.

“Historias hay tantas como animales”, relata Bustelo. Todas o casi todas, con un elemento en común: trastornos de la conducta causados por las condiciones en las que vivieron antes de llegar a Rainfer. Boris, el orangután, llegó hace siete años. Era el último animal en el zoológico de Valencia. Vive en un espacio que simula su hábitat natural a la espera, quizá, de que algún día le acompañe una hembra. No será de momento, porque Rainfer lleva dos años sin acoger animales porque no tiene recursos —financieros, infraestructuras sobran— para más. La colonia de chimpancés es de las más numerosas del país. Guillermo estuvo 12 años encerrado en una jaula, donde sólo bebía Coca-Cola y comía dulces. Tenía fotofobia y no sabía relacionarse con sus pares. Hoy está integrado, pero el pelo erizado y un cierto nerviosismo ante la presencia de extraños dan fe de su pasado. A un macaco lo metía su dueño en vinagre.

Y así. De los circos apenas llegan ya ejemplares porque la ley prohíbe el uso de chimpancés. Pero como no tiene carácter retroactivo y estos animales viven muchos años, hasta hace poco todavía quedaban. Ahora el problema está más centrado en el tráfico ilegal de animales, explica Bustelo. A nivel global, es el tercer tipo de tráfico ilegal por detrás de las armas y las drogas. Sucede, por ejemplo, con los macacos de Gibraltar, una especie que ha pasado a estar en peligro de extinción debido a esta práctica. En España entran unos 500 al año. “Llegan en coche por la frontera, pero no se los incautan porque, ¿qué hacen con ellos? ¿Meterlos en la garita?”, se pregunta el biólogo. “Está muy de moda tener monitos en casa”, lamenta.

Bustelo sostiene que Rainfer tendría capacidad para hacerse cargo de más animales, pero no los medios económicos. “Podría tener esto lleno de animales, cuidándolos y recuperándolos”, sostiene mientras mira dos grandes jaulas vacías. “Pero el Gobierno prefiere subvencionar las fiestas taurinas”, cierra, siempre sin perder la sonrisa.

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