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Los jóvenes olvidados por el Estado colombiano y rescatados por la educación

Fotografía tomada el 16 de noviembre de 2019, que muestra a Willinton Parra (i), quien posa junto a un familiar durante la ceremonia de graduación como técnico agropecuario en La Julia, Meta (Colombia). Willinton Parra y Wilson Ciro Serrano tienen similitudes: ambos tienen 18 años, les gusta el campo y los animales, se criaron en La Julia, una población perdida en el centro de Colombia abandonada por el Estado y encontraron en la educación y en la cooperación internacional un camino para el futuro.

EFE

La Julia (Colombia) —

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Willinton Parra y Wilson Ciro Serrano tienen similitudes: ambos tienen 18 años, les gusta el campo y los animales, se criaron en La Julia, una población perdida en el centro de Colombia abandonada por el Estado y encontraron en la educación y en la cooperación internacional un camino para el futuro.

Para llegar a La Julia, en el departamento del Meta (centro), hay que atravesar durante cuatro horas y media una precaria y polvorienta carretera por la que solo pueden circular todoterrenos y donde el calor, la humedad, el verde del paisaje y los animales están presentes en todo el recorrido.

Los dos jóvenes nacieron en 2001 cuando el poderoso Bloque Oriental de la guerrilla de las FARC dominaba el territorio de La Julia y los jóvenes eran entrenados por milicianos. Ahora ven otros horizontes gracias a la firma de la paz de la que esta semana se cumplen tres años.

Ambos crecieron en familias con pocos recursos porque en la zona la miseria y el conflicto armado mantienen a sus habitantes anclados en el pasado.

VIDAS DIFÍCILES

Wilson fue abandonado por sus padres cuando solo tenía un año, lo dejaron en casa de una tía y aparecieron 16 años después, sin explicaciones, como sino hubiese pasado nada. “La miré (a la madre) pero era una desconocida, cuando la necesité nunca la tuve a mi lado”, afirma a Efe.

Desde entonces su vida ha sido difícil, coqueteó con alguna droga y es consciente de que siendo niño no hizo “las cosas bien”.

A los 11 años lo acogieron otros tíos en una finca y es allí donde su vida da un giro y empieza su pasión por los animales y el campo.

Su expresión refleja desconfianza pero su forma de hablar y sus gestos transmiten unas ganas enormes de comerse el mundo, dice que el peor momento de su vida fue su juventud porque “nunca tuve unos padres en los que apoyarme”.

Por su parte, Willinton vive con su abuela porque su madre no tiene recursos para mantenerlo. En su corta vida ha hecho toda clase de trabajos, en el campo de sol a sol e incluso en cultivos ilegales “raspando coca”.

El joven es consciente de la presencia del conflicto armado en su vida: un tío suyo fue asesinado en la guerrilla, piensa que se fue a las armas por necesidad, por los pocos recursos que había en la zona y por eso ahora está convencido de que la educación es el camino para salir adelante.

“Si el Gobierno se hubiese centrado en la educación en ese entonces esos muchachos (guerrilleros) serían profesionales de bien, pero no les dieron esa oportunidad”, asegura a Efe.

Ambos hablan con tristeza de las pocas posibilidades que han tenido por haber nacido en La Julia donde la educación solo llega hasta el bachillerato y si quisieran continuar sus estudios la universidad más cercana está en Villavicencio, a cinco horas por carretera.

NUEVA ETAPA

Hoy la vida de los dos chicos es diferente, sus miradas cambian cuando hablan del proyecto educativo al que se inscribieron hace un año y que les permitió graduarse como técnicos agropecuarios ecológicos.

Este programa, financiado por las embajadas de Noruega y el Reino Unido, empezó en 2017 con un enfoque de sostenibilidad ambiental y autogestión territorial para garantizar el acceso de las comunidades a sus derechos.

“El Gobierno colombiano nos tiene abandonados, nosotros podríamos tener una universidad cerca, mi gran sueño es estudiar algo profesional, pero hago lo que puedo” afirmó Willinton.

Wilson, por su parte, siempre quiso “estudiar algo relacionado con el campo” y por eso no lo pensó dos veces cuando surgió la oportunidad.

Hasta que llegó el gran día. Doce jóvenes campesinos, siete de ellos mujeres, junto con nueve exguerrilleros de las FARC se vistieron de gala, con túnica y birrete de color azul.

En el salón comunal de La Julia, decorado con globos azules y amarillos, se notaba la alegría de estudiantes y familiares en un día especial en el que de olvidados pasaban a ser protagonistas.

El presentador es el profesor cubano Luis Manuel Borges quien reconoce que al principio los jóvenes “no tenían muchas expectativas, pero poco a poco se fueron enamorando de la formación”.

“Son muy trabajadores, son personas que hay que rescatar, el Estado se tendría que hacer cargo de ellos para que puedan ir a una universidad”, afirma.

Antes de subir a recibir su diploma, los estudiantes observan a sus mentores del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC, sigla en inglés), ONG que tiene a cargo la ejecución de esta iniciativa.

“Lo importante de este proyecto es que se hace dentro del territorio, llevamos a los profesores allí”, asegura a Efe el gerente del Programa Ambientes para la Paz del NRC, Alfonso de Colsa.

EL FUTURO

Willinton y Wilson tiene claro que deben seguir formándose, no saben cómo ni de qué forma continuarán su educación, pero ambos son conscientes de que ese es el camino.

“Si vives en el campo y no tienes un mínimo de estudios es muy poco lo que vas a ganar, (por eso) me gustaría ser médico veterinario, en el campo muchos animales mueren por pestes, por enfermedades” afirma Wilson.

Los dos aseguran que en Colombia hay mucho talento “pero los gobernantes nos tienen así (abandonados), no hay igualdad, ni transparencia”.

Quieren un futuro mejor, no solo para ellos sino para centenares de niños de su comunidad porque en la olvidada La Julia cuando la ayuda internacional se aleja, el horizonte se oscurece.

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