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“Muchas películas desmienten la idea de que en el franquismo no se podía contar la verdad”

La película "Viridiana" (Luis Buñuel, 1961), aun siendo conservadora desde un punto de vista moral, contiene una fuerte sátira del autoritarismo católico y un tratamiento sexual y fetichista de la monja protagonista.

Elena Cabrera

A pesar de que estamos en un momento valle, como admitía el antropólogo social Francisco Ferrándiz, en cuanto al interés mediático por la memoria histórica, el avance de la querella argentina así como ciertas preguntas que se empiezan a hacer incluso desde medios dedicados a la cultura juvenil, dan a entender un remonte de la atención sobre los años de la dictadura.

Libros como el de Jeremy Treglown, profesor de estudios de literatura comparada en la Universidad de Warwick (Reino Unido) nos preparan para el próximo momento cumbre, en el que habrá que abrir melones como el del Valle de los Caídos, la memorialización de lugares importantes para el bando derrotado y el proceso contrario de los símbolos del bando victorioso.

Y sirve La cripta de Franco (Ariel, 2014) porque es un libro escrito para el público anglófilo que ahora ha sido traducido al español y aporta una perspectiva más global, aunque explicada desde lo micro, que habla a los españoles como si fuéramos extranjeros de nosotros mismos, algo muy saludable para el ejercicio de la contextualización.

El de Treglown no es un libro de historia sino de antropología cultural, un “viaje por la memoria y la cultura del franquismo”, como dice su subtítulo, que es capaz de poner en relación la política hidráulica de Franco –que en realidad venía de antes– con la novela Central eléctrica de Jesús López Pacheco, o la censura y el surgimiento del arte abstracto, por poner un par de ejemplos.

Este libro es una llamada de atención semejante a la de la Cultura de la Transición (CT) pero con la Cultura del Franquismo (CF). Nos advierte que la CF sigue viva y es influyente, como en la relación Estado/Iglesia, la Fundación Francisco Franco o en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, un tema que trata con especial dedicación.

En su libro propone involucrar a los monjes de la abadía del Valle de los Caídos en la creación de una gran obra de reconciliación conmemorativa. En una sociedad que demanda cada vez más la separación Iglesia/Estado, ¿no generaría un conflicto implicarles en la transformación del mayor símbolo de la victoria de unas ideas, una clase, unos estamentos (incluida la Iglesia Católica) sobre los otros? Hay que tener en cuenta que la Iglesia ha pedido perdón muy tímidamente… si es que un tuit y una alusión en una homilía es pedir perdón.

Por supuesto entiendo que hay tensiones entre el secularismo y la Iglesia en España: son un fenómeno muy antiguo, reforzado en ambos lados por la Guerra Civil. Pero, perdóneme, no hay futuro en seguir echando la culpa: este no es el camino de la reconciliación. Y el Valle de los Caídos no es sitio simplemente civil: están la basílica, con la nave de mayor longitud del mundo, y el monasterio. Creo que el centro de congresos y plaza, sobre la basílica, enfrente del monasterio, se deberían convertir en un museo y centro de estudio sobre el papel histórico de los conflictos, sobre todo en España y sus antiguas colonias. Sería apropiado, ya que la Guerra Civil tuvo un lugar especial en el Valle, y este tema debería incluir las guerras civiles españolas del siglo XIX, y los levantamientos contra el Imperio español, como la rebelión liderada por Tupac Amaru en los Andes en la década de 1780.

Los museos y las bibliotecas españolas –el archivo de las Indias en Sevilla, por ejemplo, y el de la Guerra Civil en Salamanca– podrían prestar algunas de sus piezas; quizás también los extranjeros, como la Hispanic Society of America en Nueva York y el Imperial War Museum en Londres. El museo tendría nivel profesional, claro, pero también podría implicar a voluntarios semiprofesionales de muchos tipos. Para mí, si miembros de la Iglesia –por ejemplo, personas que ya viven y trabajan en el Valle– o familiares de los sepultados en la basílica quisieran contribuir a tal proyecto, seguro que sería un fenómeno esperanzador. Quizás es una idea poco realista, pero la reconciliación es un sueño y tenemos que soñar.

Habla usted de “la esquizofrenia conmemorativa habitual en España”. ¿Es esto evidente fuera de España? ¿Cómo tratar esa esquizofrenia?

Me refería al hecho de que los monumentos a facciones o causas opuestas se encuentran en el mismo sitio: por ejemplo, en Badajoz hay una placa a la casa donde fue fundada la Sociedad Obrera Germinal, en una calle que se llama Regulares Marroquíes. Y en El Ferrol, en la Plaza de Antón, hay una escultura que celebra la libertad de expresión, cerca de una estatua ecuestre de Franco. A cualquier extranjero tienen que sorprenderle tales contradicciones. Tal vez me equivoqué usando la palabra esquizofrenia, que sugiere una enfermedad a la que hay que buscar una cura. La vida está llena de hechos irreconciliables y es mejor aceptarlos como tales, en vez de suponer que uno de los componentes es malo, y que por tanto, sería bueno extirparlo.

Algo nuevo que he encontrado en su libro: pide la “rehabilitación” de la figura de Eugenio D'Ors, un intelectual de “pensamiento conservador clásico y elitista”, en sus propias palabras. ¿Por qué le necesitamos?

Aunque de muchas formas fue amigo de la dictadura, D'Ors encontró un método brillante de fomentar a los artistas de valía cuya estética era contraria a la del régimen. Las exposiciones en su Academia Breve en la década de los 1940 y principios de los años 50 eran apolíticas y dieron algo de espacio a artistas innovadores, como Tàpies, Antonio Saura, Joan Ponç y otros sobre los que hay un capítulo en mi libro.

Dice usted que desde el punto de vista de alguien de fuera se percibe la “deferencia casi servil” del Diccionario Biográfico. Desde ese punto de vista, ¿qué dice España de sí misma con la publicación de una obra como esta y su posterior gestión?

Mi respuesta corta sería: no se debe tratar a un producto defectuoso como prueba para la cultura entera. Y repito lo que digo en mi libro, que el Diccionario Biográfico Español (DBE) contiene millares de entradas excelentes. Tiene que usarse con cuidado, pero es un enorme y valioso recurso. Aún así, su pregunta es interesante y me parece, desde una perspectiva de fuera, que involucra una serie de hechos relacionados entre ellos de formas muy complejas.

En primer lugar, la presión ejercida sobre la Academia Real de la Historia para producir el diccionario muy rápidamente fue el resultado de un deseo político para crear un monumento cultural. Es un error que los políticos traten de explotar el trabajo de académicos y artistas para sus fines, pero es peor que los académicos y artistas cedan a esta presión.

En segundo lugar, aunque hay muchos eruditos importantes en España, el sector académico no está prosperando allí. Según evaluaciones independientes de la investigación y la enseñanza en el contexto mundial, Europa cuenta con 15 universidades entre las mejores 50 del mundo y 41 en the top 100. Por desgracia, ninguna de estas está en España.

En tercer lugar, mientras que yo no estoy en contra de la deferencia en todas las circunstancias, la costumbre de deferencia excesiva puede ser un signo de un sentimiento de inferioridad, y esto es algo que la gente de otros países a menudo nota en España. Como su pregunta implica, es posible argumentar que España, con su sistema universitario relativamente de bajo rendimiento, y con monumentos culturales viciados como el DBE, debería sentirse inferior. Pero, por otro lado, ¡hay tantas otras cosas que deben ser motivo de orgullo para los españoles! Por ejemplo, la democracia española, el hecho de que, a diferencia de cualquier otro país de Europa, España no tiene partido de gran alcance en la extrema derecha. O la determinación con la que España está enfrentándose a la corrupción. Incluso la economía está yendo mejor que las de otros países europeos, en este momento.

Dice que el DBE es “un microcosmos del legado de Franco en la cultura española”. Me hace pensar que existe una “Cultura del Franquismo” (CF) que coexiste o es parte de lo que diversos autores llaman Cultura de la Transición (CT). ¿Conoce el concepto CT?, ¿cómo se relacionaría con el concepto CF del que habla su libro?Cultura de la Transición

Sí, ya sé a lo que se refiere, y lamento el intento que hay de desacreditar la Transición. Sinceramente, creo que la Transición fue un triunfo y que los que la devalúan tienen que aprender más sobre los años 70 y 80. El hecho que haya huellas del pasado –en este caso, de la dictadura de Franco– en la actualidad no quiere decir que nada haya cambiado.

Otro rescate que pide el del libro es el de Gironella, que “tiene mucho que decir a los lectores de hoy”. ¿Por qué piensa que debemos leerlo?

Bueno, el hecho de que lo leyeran los padres no significa nada, ni a favor, ni en contra. Sugerir que como lo leyeron nuestros padres y abuelos nosotros lo debemos dejar de lado es caer en la misma trampa ageist [prejuiciosa] que los que condenan el pacto de olvido sin saber mucho sobre el mismo. La novela de Gironella Los cipreses creen en Dios, de 1953, es un relato vívido, profundamente comprensivo de las complejidades de la España de los años 30, incluso de las divisiones en las familias y entre amigos. Además, critica al mundo de banqueros, de los financieros, en una época de desempleo, de hambre, de privación social, incluso de pobreza de educación. Cosas que se repiten hoy en día.

Una pregunta sobre el cine. Dice usted que “en el cine español nunca hubo un pacto de olvido”. Las 'españoladas' tardofranquistas, el destape en la Transición, la comedia española de los 80... ¿no es un pacto de olvido implícito?

Tal vez no expliqué claramente lo que quería decir, en cuyo caso lo siento. Mi libro muestra que, a pesar de la censura, varias películas aparecieron en la España de Franco que de diferentes maneras desafiaron las opiniones y estética oficiales. También muchos aspectos del régimen se pusieron bajo fuerte escrutinio en algunas películas realizadas a finales de 1970 y principios de los 80. Estas películas son parte de la memoria cultural. Contradicen la idea de que la verdad no se podía contar. Ese es el tema, no sólo de mi capítulo sobre el cine, sino del libro en su conjunto. La memoria cultural española ha estado viva exactamente donde uno esperaría encontrarla: en la alta cultura española. Por supuesto que usted tiene razón en que había muchos, muchos ejemplos de escapismo, falsedad y superficialidad, que es siempre el caso en cualquier cultura y cualquier país. Tanto más importante es identificar y celebrar las obras de más calidad: del joven Berlanga, de Carlos Saura o de Basilio Martín Patino.

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