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Elena Cabrera

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Este verano retumba el mazo sobre la placa y el empedrado de la acera como no lo había hecho nunca. Según el cálculo de elDiario.es, a 25 de junio se han instalado 480 Stolpersteine en 79 municipios de España, y aparecerán más próximamente. Las Stolpersteine son el monumento memorial descentralizado más grande del mundo y conmemoran a las personas deportadas a los campos de concentración del nazismo.

Este sábado en Torrecampo (Córdoba), el nieto de Eusebio Crespo Díaz se aproximará a un micrófono. Intentará que no le tiemble la voz, que las lágrimas no emborronen el discurso que tiene escrito desde hace tiempo. Tiene miedo de venirse abajo. Tomás Crespo hablará sobre las noches que ha pasado sin dormir este último año, sobre cómo se entregó de una manera obsesiva, sin descanso, a la investigación sobre la vida y la muerte de su abuelo, la historia ausente, escrita con tinta invisible por la madre y la abuela de Tomás en este pueblo de Córdoba. Generando en la familia enormes huecos de silencio.

Antes de que Tomás tome la palabra, el martillo habrá golpeado los adoquines frente al número 38 de la calle Nueva. Una casita blanca de dos alturas y seis ventanas que no parece muy diferente a las demás, y no lo es, salvo por el hecho de que fue allí donde nació Eusebio hace 113 años. Un albañil abrirá un hueco de un cuadrado de 10 centímetros de lado y así rellenará el silencio con metal. Y, sobre el latón, el siguiente texto grabado a mano: “Aquí vivió Eusebio Crespo Díaz. Nacido 1908. 6 Compañía 34CTE. Francia. Deportado 1941. Mauthausen. Asesinado 2.2.1942. Gusen”. Con su léxico abreviado, parece un telegrama enviado desde el siglo XX. Esas 12 palabras son tan grandes y sonoras que se expanden rellenando el agujero del silencio. Eusebio, que desde que dejó su pueblo no pensó en otra cosa más que en volver a él, ha vuelto a casa montando encima de una Stolperstein, una piedra de tropiezo.

Actuar para que algo cambie

Gunter Demnig tiene 73 años. Si por casualidad, en cualquier ciudad o pueblo europeo, uno viera a un señor de cierta edad, ataviado con sombrero de ala ancha, camisa vaquera, chaleco de cuero y pañuelo rojo enroscado al cuello, arrodillado sobre la acera y golpeando un pequeño baldosín dorado con un mazo forrado de tela, ha de ser Gunter. No tiene pérdida. Lleva 26 años haciéndolo. La primera vez lo hizo el 4 de enero de 1995 en Colonia (Alemania). Llevaba dos años peleando por un permiso que ninguna administración le quería dar. No le decían que no pero tampoco que sí, y así mandaban a Gunter de una ventanilla a otra. El proyecto era muy sencillo: la instalación de 25 placas delante de las casas de nacimiento de víctimas del holocausto. Gunter, que llevaba diez años trabajando en la escena artística y performativa de Colonia, estaba decepcionado. “Después de pasar tanto tiempo esperando, supo que tendría que actuar o, de lo contrario, nada cambiaría”, recuerda su esposa Katja. Por eso decidió ponerlas sin más.



Aquellas fueron las únicas que se pusieron sin permiso. Tras esas 25 llegarían 80.000 más y muchas instituciones públicas se han implicado en el proyecto, como el Memorial Democràtic de Catalunya o la Secretaría de Memoria Democrática del Gobierno Balear, precisamente los dos territorios donde se han instalado más placas en España. En realidad cualquier persona puede solicitar una y ocuparse de que sea instalada, con permiso municipal, aunque lo educado sería dirigirse primero al grupo, asociación o institución que haya puesto Stolpersteine en ese territorio anteriormente, de haberlo. “Si hay una comunidad que quiere colocar una Stolperstein pero el ayuntamiento no quiere, ¿debe prevalecer la voluntad de la comunidad o solo debe instalarse si hay un consenso unánime?”, se pregunta Katja. “Nosotros creemos que todas las familias que quieran una Stolperstein debería tenerla. Nadie debería decirles a los familiares que perdieron a una parte de sus parientes cómo recordar a sus seres queridos. Las víctimas perdieron durante el nacionalsocialismo su lugar de trabajo, sus hogares, sus propiedades, sus lugares de estudio, su identidad y muchas cosas más. Y, en millones de casos, también perdieron sus vidas. Los familiares deben tener derecho a llevar los nombres y la memoria de sus seres queridos a los lugares donde vivieron, amaron o trabajaron”, dicen Katja y Gunter, contestando a las preguntas de este diario por email.

Stolpersteine no es solo una intervención memorial o una conmemoración política, es un proyecto artístico con unas directrices que deben respetarse: una piedra, un nombre. Todas iguales, todas encajadas entre los adoquines del suelo, todas comienzan por “aquí vivió” (o debería, salvo excepciones), todas están grabadas a mano artesanalmente por el escultor Michael Friedrichs-Friedlaender para confrontar este acto de resistencia individual con el asesinato masivo de miles de personas. La Stolperstein revierte el proceso por el que el nacionalsocialismo quería exterminar a la gente, convirtiéndolas en números y borrando su memoria. Esta piedra de latón les devuelve el nombre y los lleva de vuelta, desde Alemania, a su lugar de origen. Les trae a casa, como a Eusebio.

Encontrarlas sin buscarlas

Isabel y Jesús tropezaron con las piedras por casualidad, sin buscarlas. Corría el año 2006 y quisieron ir a visitar a su hija, que estudiaba en Zúrich. Ella les habló de la belleza de Friburgo y se animaron a hacer una excursión para conocer la ciudad. Efectivamente, les pareció hermosa, pero eso no fue lo que más les conmovió. El suelo de Friburgo está empedrado con guijarros oscuros del río Rhin, por lo que les llamó la atención un reflejo dorado entre ellos. En aquel momento había en Friburgo cerca de 300 Stolpersteine. Hoy son ya algo más de 450. A partir de ese momento, siguieron tropezando con ellas en Hannover, Praga, otras ciudades de Bélgica y Holanda… “no era la finalidad de los viajes, pero verlas era un aliciente más”, recuerda Jesús. Cuando esta pareja, activistas de la memoria histórica, supieron en abril de 2015 que se habían instalado las primera Stolpersteine en España, a cinco vecinos de Navàs (Barcelona), en seguida pensaron que podían traerlas también a Madrid.

Han tenido ayudas y reconocimiento por parte de los gobiernos francés y alemán pero aquí nada hasta 2019

El anterior gobierno municipal de Ahora Madrid, abrazó la iniciativa de Isabel y Jesús con tanta efusividad que anunció que colocaría 450 de ellas. Solo pudieron instalar doce (y cuatro no eran definitivas). En mayo, se colocaron ocho en el barrio de Tetuán, el 2 de julio aparecerán otras quince en el centro y el barrio de Lavapiés, y doce más, en siete distritos diferentes, para después del verano. No obstante, para Isabel y para Jesús 450 son pocas, ellos quieren que el suelo de Madrid recuerde a todos los deportados que vivieron en la ciudad, aunque nacieran en otro sitio, lo que elevaría la cifra a siete u ocho centenares. En total, 9.328 españoles acabaron deportados en los campos de concentración alemanes. 

Tomás Romero sintió “la vena” palpitar escuchando la radio, era el 19 de agosto de 2020. La vicepresidenta Carmen Calvo visitaba la localidad francesa de Ay para homenajear personalmente al último español superviviente de Mauthausen, Juan Romero Romero, de 101 años. Juan Romero Romero, de Torrecampo. A Tomás le dio un vuelco el corazón al escuchar el nombre de su pueblo cordobés en la radio. Al oír los apellidos repetidos, tan comunes en la zona. “Me llamó tanto la atención que intenté ponerme en contacto con él para saber si sabía algo de mi abuelo y que me lo contase”, recuerda Tomás. En el Ayuntamiento de Ay le dijeron que le darían a Juan el email de Tomás pero nunca recibió ninguna comunicación. A las pocas semanas, Juan Romero falleció, pero la puerta de la jaula ya se había abierto y una fiera incontrolable de sed por conocer el pasado se había desatado.

En aquellas noches febriles, Tomás tropezó, todavía no literalmente, con la existencia de las Stolpersteine. “Cuando comprendo su significado, la llama de mi interior ya se había encendido y me dije ‘mi abuelo tendrá la suya en su pueblo’. A partir de ese momento, todo mi interés era conseguir que mi abuelo tuviera su Stolperstein delante de su casa del pueblo”, explica por teléfono.

Cristina García Sarasa le ayudó a ello desde la Asociación Triángulo Azul Stolpersteine de Córdoba, dentro de un proyecto más amplio de recuperación de la memoria de los deportados de la comarca de Los Pedroches. En esta zona, que comprende 17 municipios y habrá Stolpersteine en 11 de ellos, hubo 74 personas originarias de ella que fueron capturadas en Francia por los nazis; 40 fueron asesinadas. Durante este verano, se están instalando 15 Stolpersteine en cuatro pueblos diferentes: Belalcázar, Fuente la Lancha, Torrecampo y Villaralto. Dos de estos supervivientes fueron condecorados en Francia con la Legión de Honor, “pero en su pueblo apenas les conocen”, señala Cristina. “Han tenido ayudas y reconocimiento por parte de los gobiernos francés y alemán pero aquí nada hasta 2019. Ya es hora de que se conozca la historia para que no vuelva a ocurrir nada parecido”, recalca. “Seamos más proactivos al diálogo para que cuando hablamos de libertad, igualdad y justicia, sean palabras que no caigan en saco roto”, añade.

Todo pasa por Gunter

Cada piedra con su placa ha de encargarse a la fundación de Gunter Demnig y tiene un coste de 132 euros. En Córdoba las están pagando los ayuntamientos, pero no todos quieren. Para Cristina, como para Gunter, es importante que haya consenso y el municipio quiera ponerlo, que no se limite a dar un simple permiso de obras. Hay que convencerlos. Existen ayuntamientos que no dicen ni que sí ni que no: “Te contestan ‘vamos a estudiarlo’..., pero qué van a estudiar, si esto está estudiadísimo”, apunta Cristina. 

Todo pasa por Gunter, salvo alguna cosa. Las tres primeras piedras que se instalaron en la Comunitat Valenciana, en Requena, no son Stolpersteine, aunque lo parezcan. Tienen el mismo tamaño y apariencia pero no fueron labradas por Friedrichs-Friedlaender, ni han pasado por la fundación de Gunter, ni siguen la norma del texto habitual, ni han sido instaladas frente a las casas en las que vivieron los deportados.

Hay otra norma del proyecto que el propio Gunter ha tenido que poner en suspenso debido a la pandemia por COVID-19: la primera de cada ciudad la instala el creador de las Stolpersteine. Forma parte del fuerte simbolismo que rodea el proyecto entero. “Instalar las piedras, conocer a los familiares, acompañar las iniciativas en su camino y estar presente en las ceremonias relacionadas con la colocación, son siempre momentos muy especiales”, explica Gunter. “Ver cómo diferentes generaciones de distintas condiciones de vida se unen durante las entregas, aumenta la alegría de todos, incluida la mía”, añade. Demnig tenía un buen número de viajes apalabrados a España que ha tenido que cancelar o posponer.

El pasado 8 de junio, en Soria, también se saltaron una de las reglas, aunque con permiso de Gunter. La despoblación de este trozo semivacío de España les hizo concentrar 22 Stolpersteine de la provincia en la capital, aunque estos deportados nacieron en pueblos como Arcos de Jalón, Burgo de Osma o San Esteban de Gormaz. “Corrían el riesgo de perderse y quedar demasiado desperdigadas”, explica Iván Aparicio, de la asociación Recuerdo y Dignidad, impulsora del homenaje. “Hemos colocado los adoquines en línea, como si fueran los pasos de los presos, y así creamos un espacio de reflexión y de advertencia en la plaza del Vergel”, indica. “Advertencia al futuro, por algo del pasado que no puede volver a pasar, importante en un momento en el que hay que tener una prevención activa ante los discursos de odio que calientan Europa”, añade.

“Cuando las Stolpersteine se colocan en el espacio público, los nombres de las víctimas vuelven a estar en el medio de la sociedad”, reflexiona Gunter Demnig. “Las víctimas recuperan su lugar en la mente y el corazón de los ciudadanos de la ciudad de hoy”, añade. A veces son vandalizadas, como ocurrió con algunas de Madrid, que fueron bañadas con pintura roja. Algo que, según Demnig, pasa con muypoca frecuencia, aunque en alguna ocasión ha tenido que volver a hacer alguna piedra de sustitución.

A la colocación de Soria acudió Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática. Él mismo portó simbólicamente una de las piedras hasta el lugar en el que iba a ser recibida. Antes de eso, dirigió unas palabras a los asistentes. Dijo que las Stolpersteine eran “el memorial más importante del mundo” y “el que más éxito ha tenido debido a su escala interior”. Para él, el secreto de ese éxito está en el “lenguaje propio”, la relación con “los lugares de origen” y su situación dentro de la iconografía memorial transnacional. Las Stolpersteine señalan que “España forma parte de la memoria democrática de Europa y también construye esa memoria”. Finalmente, Martínez alabó el trabajo de “pedagogía de la memoria” de la asociación Recuerdo y Dignidad y deseó que “se extendiera de Soria al resto de España”. Por las características de articulación y financiación de la memoria histórica en España, el reconocimiento a las víctimas del franquismo se realiza de manera voluntariosa desde un tejido de asociaciones de todo tipo y tamaño, no coordinadas entre sí, y que no cubren todo el territorio. Tienen más o menos apoyo depende de quien gobierne en su ayuntamiento, diputación o comunidad autónoma. Tienen más o menos financiación dependiendo de si acceden a subvenciones o si se han trabajado el apoyo de sus socios o donantes.

Las piedras del franquismo

Los deportados son dobles víctimas: del franquismo y del nazismo. Que “son dos patas del mismo taburete”, como dice Jesús Jurado, secretario autonómico de Sectores Productivos y Memoria Democrática del Gobierno Balear, fue el argumento que usó la asociación Memòria de Mallorca para convencer a Gunter de que debía empezar una nueva línea de Stolperstein para las víctimas del franquismo, ya que este régimen fue aliado del alemán. Gunter aceptó y creó unas piedras diferentes, plateadas, y denominadas Remembrance Stones o Piedras de la Memoria. Además, el Gobierno Balear asumió la reclamación del movimiento memorialista de que deben ser las instituciones públicas las que lideren la recuperación de la memoria. Por eso en las Islas Baleares es el Gobierno autonómico el que gestiona la colocación tanto de unas como otras.

Jesús Jurado y Marc Andreu, el director general de Memoria Democrática, decidieron hacer el proyecto “sistemático y exhaustivo” y vieron que podían destinar el presupuesto necesario a completar el listado de todas las personas de las islas que sufrieron cautiverio o asesinato en los campos de concentración nazis. Partieron de las listas oficiales y las ampliaron con 56 nombres tras un trabajo con expertos locales. Cuando el Gobierno tomó las riendas del proyecto, ya había algunas Stolpersteine instaladas. Las de Mallorca se han completado a falta de tres en Sóller y las que se van a ubicar en Formentera e Ibiza, para lo que esperarán a que el propio Gunter pueda viajar a colocarlas. Valoran que antes de final de año Baleares haya cumplido con todas sus Stolpersteine.

Descubrimos historias que no están escritas en ningún libro de historia

En cambio, las Piedras de la Memoria sí es un viaje de largo recorrido. Han comenzado instalando 19 de ellas en la Plaza del Ayuntamiento de Palma, en homenaje a todas las mujeres asesinadas por el franquismo en Mallorca. Hay otras cinco mujeres que murieron allí, pero de orígenes diferentes: cuatro milicanas catalanas asesinadas en el Desembarco de Bayo y una extremeña, Matilde Landa, destacada militante del Partido Comunista que trabajó en Madrid, que es donde se quiere instalar su piedra del recuerdo. Landa murió, por suicidio, en la cárcel para mujeres de Palma de Mallorca.



Ya hay 50 víctimas del franquismo recordadas en las calles de Mallorca y Menorca pera la lista de las islas comprende unas dos mil. “Solo hemos arañado la superficie, vamos poc a poc”, admite Jurado. Como dice Gunter: “Descubrimos historias que no están escritas en ningún libro de historia”.

“Con las historias que nos llegan todos los días, también aprendemos algo nuevo cada día, Por lo que debemos encontrar nuevas formas de afrontarlas”, explica Gunter, en relación a las Remembrance Stones, “un proyecto piloto creado por la Fundación Gunter Demnig para conmemorar a las personas que no fueron víctimas directas de los nazis” e inaugurado con las piedras de Mallorca, explica.

Las piedras de tropiezo son proyectos gigantes, extensos, aunque no infinitos. Algún día se podrán completar, pero no se sabe cuándo. Por eso, Gunter ha pensado en el futuro. “En 2016 creé la Fundación Gunter Demnig. Cuando yo ya no pueda hacerlo, mi esposa Katja se hará cargo de la dirección, ya que ella es unos años más joven. Katja, junto a los miembros de nuestra fundación, mantendrá vivo el proyecto y viva la memoria de la gente. De esta manera, el proyecto de las piedras continuará durante muchas décadas y podrá ayudar a aclarar la historia”.

Un viaje en busca de los adoquines de la memoria



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