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Palabras para el silencio: la peluquera que leía labios y, hoy, una pantalla

Begoña Guzmán (d) consiguió tener su propia peluquería tras un problema de salud debido al cual creyó que ya no podría ejercer. Sara Gómez (i), sorda desde su nacimiento, es una de sus empleadas. Ante la escasez de mascarillas homologadas que dejen la boca a la vista, una aplicación ha sido su remedio, con algún equívoco que hace las delicias de su clientela.

EFE

Santiago de Compostela —

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Begoña consiguió tener su propia peluquería tras un problema en una de sus muñecas debido al cual creyó que ella ya no podría ejercer. Sara, sordomuda de nacimiento, es una de sus cinco empleadas. Ante la dificultad de encontrar mascarillas homologadas que dejen la boca a la vista, una aplicación ha puesto palabras al silencio, con algún equívoco que hace las delicias de su clientela.

“Pintar y limar” puede convertirse en “pintar e ir a Primark”, a lo que Sara reacciona, por su espontaneidad habitual, con un gesto de aprobación. Los errores son los menos e incluso se agradecen por los momentos que generan. Cuando Bego, como todos le dicen, le enseñó a esta chica “Transcripción Instantánea” y le explicó lo bien que le iba a venir, ocurrió otro de esos despistes.

Todo iba bien en esa charla pero de repente en el texto apareció “perra”, y, de la carcajada que les entró a ambas, ya ni se sabe cuál era el vocablo original. En otra ocasión fue peor, al reflejar la pantalla de la tableta “porno” por “contorno”.

Sarita, que por su condición tiene serias dificultades para hablar mediante la voz, pese a que lo logra y son muy grandes sus progresos, no entendía por qué le confesaban tal intimidad. Se ruborizó. Pero con un encogimiento de hombros y su sonrisa perenne, siguió a lo suyo. Y el deseo de esa persona de dejar las puntas redondeadas se cumplió.

Bego describe a Efe el periplo de Sara, que antes leía “muy bien los labios” y hoy hace lo propio con una pantalla. “Le ha costado un poquito adaptarse, pero en la actualidad ya lo está, y completamente de hecho”.

La sordera no impide por sí misma el desarrollo del habla, menos con esfuerzos titánicos, por eso la propia aludida añade al comentario de su patrona: “¡Una entrevista! Qué vergüenza. ¡Y a mí! Ay, ay”. De nuevo, risas, y sin máquina ni tecnología mediante.

La dueña del salón prosigue: “Ella puede entender lo que el cliente o la clienta necesitan. Todos están muy contentos. La gente, impresionada. Hasta se lo han pasado muy bien con este programa”. Porque si se mezclan dos conversaciones o hay secadores por medio y no se vocaliza adecuadamente, no se puede descartar una sorpresa. Lógicamente, estas son las anécdotas, no la norma, pues la literalidad se respeta en un porcentaje altísimo.

Begoña, la Guzmán, nombre y apellido con el que se identifica su negocio, pasó días de preocupación en cuanto se conoció la fase en la que iban a poder retornar a la actividad. “Las mascarillas con un trocito de plástico se empañaban y las caretas no valían por sí solas. Al final mi marido recurrió a Google y me bajó esta maravilla de accesibilidad. Me dijo 'pon eso, que le hablan y escribe'. Lo mejor que me pudo pasar”.

Sara no estaba menos inquieta. No quería dar trabajos, pero Begoña se afanó en que desterrase tal idea de su mente. Y menos mal, porque no puede haber un mejor ambiente en ese local en el que cohabitan con material desechable, mamparas, desinfectantes, secadores, APP y distancia mínima de dos metros.

Dos peluqueras trabajan en la planta primera y otras tantas en la segunda, mientras las otras dos compañeras siguen con un ajuste de empleo, un ERTE, pues por las limitaciones, pese a tratarse de un establecimiento que no es pequeño, no han podido reincorporarse. No da para más el espacio ahora mismo.

Begoña cumplirá tres años en julio al frente de esta empresa, para ella una hazaña. Hace doce meses hizo una reforma.

Fue profesora de peluquería durante dos décadas en A Coruña pero por una rotura tras la cual no le dieron buenas perspectivas intentó otro enfoque para su vida. “Cambiar de oficio”, resume. Dejó la enseñanza, la ciudad en la que residía, pues se mudó a Santiago; e hizo técnico de farmacia. Salieron oposiciones, se preparó y aprobó, aunque no consiguió plaza.

En Compostela volvieron a llamarla de otro centro para ser docente. Pasó en él tres años. “Es mi profesión y la echaba de menos”. Al de la muñeca, se suman otros problemas que padece, como reumáticos. No le importa compartirlo, pero nada es perceptible, y menos con su carácter.

“Trabajar para alguien lo veía menos viable, porque no quería abusar tanto de tener que estar al cien por cien”. Pero hubo un traspaso y se atrevió. Con ella están Vane, Paula, Ríos, Laura y, por supuesto, Sara.

“Tengo un equipo estupendo y maravilloso”, relata Bego y se trastabilla de la emoción. Ella, que es una más, procura descansar los miércoles todo el día y, si no hay gente, caso raro, se va antes. “Voy trampeando”, explica.

“Quiero que todas estén a gusto, es lo fundamental. Nos llevamos muy bien, hay muy buena sintonía y nos ayudamos mucho. Esto es un trabajo en equipo, no hay nada individualizado, y compartir conocimientos es muy importante. Como tuve y tengo -vuelve a hablar de su mala salud de hierro- cosillas, valoro eso, lo que se transmite a la gente y el estar a gusto”.

Por eso cuando Sara se lamentaba de que iba a dar quebraderos de cabeza a su jefa, ella enseguida la calmó. Bajó un poco su mascarilla para que la empleada hiciese lo que tan bien sabe hacer y espetó: “Sara, la gente te va a entender. Estaremos una del lado tuya, a dos metros, para complementar información. Que no te resulte brusco. Verás que habrá incluso casuísticas muy divertidas”. Una premonición en toda regla.

Begoña estuvo en cuarentena una buena parte del confinamiento estricto, pues su pareja se contagió. Todas, las cinco, lo pasaron muy mal cuando la jefa mostró unas décimas de fiebre. Al final ella no estaba infectada.

“Cuando uno pasa por tantas cosas hay tendencia a relativizar, siempre desde el respeto. La vida, Sara es un ejemplo, es de los luchadores, de los que se superan, de los que buscan lo positivo”.

¿Incluso de los que han intentado hacer eso y ejercer de peluqueros en el enclaustramiento? “Bueno, ejem. He visto cabezas como vasijas, melenas teñidas a trozos y a colores, bultos, infinidad de rapados al cero... Pero ha servido para percibir que no es tan fácil como parece. Y normal que haya habido reacciones así porque el pelo puede molestar, dar calor, meterse en los ojos...”

El lado bueno de las cosas, su lema para ir tirando por la vida. Se dice que uno recoge lo que siembra. “Me han llamado clientas porque querían un número de cuenta para donarme lo que se hubiesen gastado en estos dos meses. Ni hablar. Solamente me gustaría que sigan viniendo. Veo que me compran más producto que nunca. Que me insisten para que les cobre el doble porque quieren ayudar... No, no. Que vengan”.

Como colofón, cierra Begoña: “Me quedé impresionada. Uno se imagina colaboraciones con cocina económica, con ONG, pero no esa parte humana con una peluquería”. En ocasiones, la magia fluye desde unas manos.

Ana Martínez

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