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Qué es lo que el Papa puede cambiar en la Iglesia

El Papa insta a hablar con libertad en el Sínodo de los obispos sobre familia. /EFE

Belén Carreño

  • Análisis publicado en la revista Cuadernos sobre los cambios en la Iglesia católica a partir de la llegada de Jorge Bergoglio

El agua corre por la cabeza de Giulia, un bebé de siete meses a la que su madre, Nicoletta, sostiene en brazos. Es el 12 de enero de 2014 y en la Capilla Sixtina, a la derecha de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, 32 niños son bautizados por el papa Francisco con el boato de este tipo de celebraciones. Giulia es diferente a los otros 31 niños. Sus padres no se han casado por el rito de la Iglesia, sólo por una unión civil. Francisco la bendice igual que al resto y prosigue la celebración.

En la normalidad de este gesto descansa la novedad que ha traído Jorge Bergoglio a la anquilosada Iglesia católica. El argentino no se ha interesado en por qué los padres de Giulia no han querido pasar por el sacramento del matrimonio católico. Tampoco le importa si viven “en pecado”, como la tradición se ha encargado de tildar maliciosamente a este tipo de uniones civiles. A Francisco le interesa mirar hacia adelante. Y aceptar que la opción por la fe que él representa puede no ser completa.

La lucha contra la perfección que se le exige al buen católico desde el actual discurso oficial es la principal cruzada en la que se ha envuelto Francisco en su primer año de pontificado. Simplificando, y en palabras de un sacerdote, Francisco ha traído la idea de que se puede tener fe sin vivir al 100% de acuerdo con la doctrina que le acompaña.

La Iglesia corre grave peligro de quedarse sin simpatizantes. Pero no sólo por el rechazo que genera entre millones de personas por su incoherente comportamiento. La religión católica se ha convertido en uno de los clubes más exquisitos del planeta, sólo apto para adeptos ideales. Sus feligreses han de cumplir un ajustadísimo programa que no les permite saltarse ni una línea del guión. Los tiempos han avanzado y la Iglesia se ha quedado inmóvil en algún punto perdido del Medievo sin aceptar a los que no se petrificaron con ella. Las parejas que conviven, los divorciados, los homosexuales… Todos han visto cómo la Iglesia les ha ido dando la espalda.

La aportación más revolucionaria de Bergoglio en su primer año ha consistido en imponer el sentido común, el menos frecuente de los criterios vaticanos. Por eso, la ofensiva inicial se ha centrado en cambiar la imagen, en deslucir el fausto. Que el aspecto de ostentación de la Iglesia daña de muerte su credibilidad y aleja a propios e infieles es una obviedad que se cae por su propio peso. Pero ha tenido que ser el argentino el que diera el paso de desprenderse de los apartamentos pontificios, de colgarse una cruz de latón o de calzar unos zapatos raídos para poner en evidencia lo ilógico de la situación.

La campaña de lavado de imagen ha sido milimétrica. Bergoglio ha puesto en marcha muy rápido los cambios estéticos que pedían tanto seguidores como detractores de la Iglesia con un rotundo éxito en los medios de comunicación, que han comprado el giro desde el primer día. Los tiempos de crisis económica en Occidente, y la impenitente pobreza de los países en desarrollo, le han ayudado a encontrar el caldo de cultivo perfecto para explotar estos gestos. A la sobriedad del físico sumó formas sencillas, lenguaje llano. Un Papa más cura de barrio que sucesor de San Pedro ha sido la fórmula del éxito.

Pero obras son amores y si algo se le está echando en cara al Pontífice es que durante su primer año ha habido más gestos que hechos. Pasado el periodo de gracia, los que sufren el atavismo de la Iglesia exigen acción. Esta impaciente interpretación es una lectura lógica pero poco posible con los tempos de la institución. También se decepcionarán los que esperan volantazos en líneas rojas para la Iglesia como el aborto. Con todo, hay que poner en valor las señales que avisan del cambio, como su primer documento oficial, la exhortación apostólica bautizada Evangelii Gaudium, que es básicamente su programa de gobierno.

Ha renovado, además, la cúpula cardenalicia, los que podrían ser sus ministros en el símil político, y ha realizado un sondeo a pie de parroquia entre miles de católicos para saber qué cambios acometer en los próximos meses. El Papa le ha dicho al mundo que se opone a la “mano invisible del mercado” y al liberalismo económico. Una auténtica bofetada a sus seguidores conservadores, que son los que acaparan más poder en cada país, y también en Roma. En una organización que apenas se ha movido en dos mil años de historia, el calentamiento en la banda que ha hecho Francisco antes de saltar a jugar es al menos prometedor para muchos fieles.

Los expertos consultados –en su mayoría no han querido que se publique su nombre– perciben cambios relativamente inminentes si Francisco logra prolongar lo suficiente su papado. La Iglesia de base –la que se organiza en comunidades independientes en parte de la jerarquía eclesial– se manifiesta con un optimismo contenido. Una de las plataformas más importantes que aglutina a este tipo de católicos, Redes Cristianas, muestra su esperanza por el cambio, pero sin euforia, y resume sus expectativas de forma muy gráfica: “Redes Cristianas se empieza a sentir un poco menos incómoda en la Iglesia”, aseguraron al conocer el primer documento oficial del Papa, y creen que desea hacer una Iglesia “más humana y universal” que por fin “pone los ojos en el Evangelio”.

Para comprender el alcance de la renovación, hay que entender los tres ejes en la potencial transformación que fragua Bergoglio: la concepción de la familia, la mujer y el rol de los sacerdotes. Con un elemento transversal: la lucha por la justicia social.

Reconducir a la Iglesia a la atención de los pobres conllevará un esfuerzo más técnico que ideológico. La teoría –amor al prójimo– no ha cambiado en estos dos mil años pero sí la práctica –acumulación de poder–. Las resistencias no serán tan manifiestas como con los cambios que toquen la moral, pero precisamente los vicios más difíciles de dejar son los inconfesables. En este sentido, Leonardo Boff, uno de los padres de la Teología de la Liberación, asegura que, con el advenimiento de Francisco, el tercer mundo ha llegado por fin a Roma. Francisco ya ha recibido a representantes de su doctrina en un gesto aperturista muy bien acogido entre los que defienden esta postura. Pero en un año de mandato aún no ha levantado los castigos a los líderes de esta corriente.

Sobre la moral cristiana

Se reclaman hechos, hechos. ¿Se han compartido acaso los tesoros vaticanos? No. Pero Francisco empleó el primer semestre al mando en poner orden en las finanzas vaticanas. Desde lo más básico, evitar que se blanquearan capitales en el microestado, hasta la creación de una suerte de Ministerio de Economía, que será el que decidirá qué se hará con los fondos de la institución. Con todo, la prédica de Bergoglio ha calado ya en algunas diócesis que han empezado a renunciar a parte de su patrimonio. Es el caso de Lleida, donde se ha cedido el antiguo seminario a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que en febrero de 2014 ha comenzado a construir 19 viviendas. Un gesto minúsculo en un mar de riqueza.

Pero donde se juega el papado Francisco es en cambiar la moralina, la ideología de la Iglesia que no sale del Evangelio. En los elementos que afectan la moral cristiana, el Papa ya ha advertido de que revisará la “jerarquía de verdades”. Esto es, qué cuestiones forman parte de la tradición con mayúsculas de la Iglesia y cuáles son añadidos.

Divorcio, parejas de hecho, anticonceptivos. En octubre de 2014 está convocado un sínodo encargado de debatir exclusivamente sobre familia. En un Sínodo, los papas aprovechan para reunir a una amplia representación de obispos de todos los continentes. Es una forma de estrechar lazos y unificar el mensaje en una Iglesia que lidia con sensibilidades muy distintas. Un congreso internacional similar al de un partido político. Es un órgano consultivo, pero el Papa tiene la facultad de convertirlo en deliberante, con lo que sus conclusiones serían tomadas como norma, cosa que los expertos creen que hará. Por lo pronto, ya le ha dado carácter extraordinario, esto es, llama a los obispos a debatir una cuestión sobre la que urge pronunciarse.

Por delante, Francisco tiene tiempo de sobra para renovar un alto número de obispos, de forma que al sínodo llegue ya una mayoría de afines a la visión aperturista del argentino, como ya ha sucedido en España con el cambio de Rouco por Ricardo Blázquez. Como es lógico, el porteño, fanático confeso del San Lorenzo, quiere jugar en casa en un encuentro de este nivel.

Pero, además, Roma ha enviado un cuestionario a cientos de diócesis dispersas por el mundo con 38 preguntas para sondear de forma capilar los desafíos que la Iglesia debe afrontar. La temática delata los aspectos sobre los que discutirán los obispos. Ya se han filtrado las primeras respuestas por países y los resultados son los previsibles; al menos, para los que tienen los pies en la tierra. Las parroquias piden que el mensaje de la Iglesia se alinee con la sociedad actual. Que los criterios que se forjaron en las primeras comunidades cristianas, con una esperanza de vida que no superaba los 40 años, se acerquen a la realidad de una vida larga y azarosa en la que el amor también puede cambiar.

En al menos dos bloques de preguntas el Vaticano sondea a los parroquianos, donde se libra realmente la batalla de la religión, sobre las relaciones prematrimoniales y la vida en pareja fuera de la unión religiosa. Francisco ya está deslizando en las entrevistas, o en gestos como el bautizo de Giulia, su intención: tolerancia a las relaciones estables fuera de la etiqueta del matrimonio.

Como derivada de esta posibilidad, también cambiará la postura de la Iglesia ante el matrimonio de personas del mismo sexo. “La idea de Francisco es primar, ante todo, el respeto a la persona. Y abandonar el discurso de estar permanentemente contra algo. Simplemente, dejar a la gente vivir en paz”, explica un jesuita. En una entrevista concedida a Il Corriere della Sera por su año de pontificado, Francisco aseguró que “estudiará” caso por caso estas uniones ante la necesidad de “regular aspectos económicos entre las personas”.

La traducción práctica de esta evaluación será el fin de la guerra contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, como sucederá con las mujeres que hayan abortado. Los teólogos consultados creen que se fomentará un cambio de actitud para simplemente respetar estas uniones dentro de los derechos civiles que otorgan los Estados. Los mismos expertos consideran que una lectura más radical de la aprobación de la homosexualidad tardará años en llegar, si llega. Pero, mientras, se cultivará la libertad de la persona, sin demonizarla. “La nueva política del Papa es, sencillamente, una política de la inclusión”, resume un sacerdote.

El cambio que con más premura, y probabilidad, asumirá Francisco es la reintegración de los divorciados. El Papa siente especial preocupación por este colectivo, al que ha nombrado en casi todas sus intervenciones. En estos momentos, los divorciados sin nulidad vueltos a casar, no pueden (o no deben al menos) recibir la comunión. “Se aceptará algo tan básico como que un católico tiene derecho a equivocarse en su opción de vida”, explica un sacerdote. Junto con esta normalización de los divorciados, los expertos creen que se efectuará una reforma de los procesos de nulidad matrimonial, para hacerlos más flexibles, rápidos y transparentes. El objetivo final es cambiar la idea de que los sacramentos sólo pueden ser recibidos por “los perfectos”, especialmente la comunión.

El discurso sobre métodos anticonceptivos será otro de los giros más visibles del franciscanado. En las preguntas lanzadas a las parroquias se inquiere sobre qué “métodos naturales” se utilizan para evitar la concepción. Ante esta cuestión un cura, de los de a pie de calle, se pregunta perplejo: “¿Qué es y qué no es natural? ¿No lo es acaso un preservativo?”

En síntesis, las relaciones prematrimoniales, la normalización de los divorciados, el uso de preservativos, y la cuando menos discusión sobre técnicas de reproducción como la in vitro, serán algunos de los principales vuelcos que dará la Iglesia a partir de 2015. Todos estos cambios, que pondrían a la Iglesia católica no ya en el siglo XXI, pero al menos, en el siglo XX en materia de relaciones personales, se producirán con un cuidado proceso de seguimiento personal por parte de las parejas o familias que los adopten.

El carisma jesuita de Francisco llevará con toda probabilidad a que el Papa fomente los itinerarios personalizados en las parroquias, el método clásico de aproximación de esta orden. No se trata tanto de hablar urbi et orbi como de dar cobertura a las comunidades que con responsabilidad entiendan que sus miembros pueden tomar ciertas decisiones en plena comunión con los valores evangélicos. Este seguimiento, que los jesuitas bautizan bajo el nombre de “acompañamiento”, será clave para la transición aperturista.

La mujer, un peldaño por debajo

El papel de la mujer es otro tema recurrente en el discurso de este Papa. Su fijación por debatir cómo debe ganar protagonismo llevó a que se propagara el rumor de que iba a ordenar cardenal a una mujer. Pese a que está claro que Bergoglio quiere dar un impulso a la feminización de la Iglesia y de su jerarquía, ni los propios teólogos ven claro dónde está el límite para el cambio. Algunos creen que el Papa está preparando el terreno para abrir la puerta al sacerdocio femenino. Pero ese convencimiento está por encima de las palabras del propio Francisco, que en su exhortación dice que no llegará a tanto. “Hay mucha confusión alrededor de la mujer. Una concepción dogmática nunca puede ir en negativo, tiene que ir en positivo. No hay criterios teológicos para que la mujer no llegue a ordenarse”, explica sin embargo un teólogo a favor de la ordenación.

Lo plausible es que la Iglesia se conforme con permitir el diaconato a las mujeres. Ser diácono es un grado inferior a ser ordenado sacerdote, pero puede ejercer un alto número de funciones. Por ejemplo, bautizar o casar, así como llevar la comunión a los enfermos. También puede dirigir administrativamente una parroquia o presidir ceremonias religiosas, algo relevante en términos jerárquicos. Básicamente, lo que no puede hacer nunca, a diferencia de un hombre ordenado sacerdote, es consagrar (el momento en el que los católicos entienden que el pan se transforma en el cuerpo de Cristo) y que es la función más importante entre los católicos.

Aunque sea una victoria pírrica, desde esta nueva posición la posibilidad de que en a medio plazo la mujer llegue a ordenarse es más factible. Además, el diaconato cambiaría radicalmente la opción de vida de las mujeres en el seno de la Iglesia, ya que el papel de las monjas es puramente “asistencial”. Se pasaría de prestar servicio a mandar en muchos ámbitos.

Final del celibato

La forma de entender el sacerdocio, y el propio papado, también ha sido puesta en cuestión por Francisco, que ha pedido que se reparta más juego en las diócesis y parroquias que miran ahora demasiado al Vaticano. Un elemento que unos y otros ven claro que caerá por su propio peso es el celibato entre sacerdotes diocesanos (que no en órdenes religiosas que toman estos votos deliberadamente). La posibilidad de quitar esta imposición actual se suscita a menudo, dado que la obligación de ser célibes se incorporó en la Iglesia de forma relativamente moderna, en el siglo X.

El escándalo de la pederastia en las diócesis y el continuo descenso de vocaciones son razones más que suficientes para eliminar este precepto. También es una apuesta ecuménica que acercaría el catolicismo a las otras corrientes del cristianismo –prácticamente, todas– que permiten los curas casados. Este aspecto, además, es el que más preocupa a los “teólogos disidentes”. Un nutrido grupo de exsacerdotes que han sido apartados de la enseñanza oficial y que en muchos casos han contraído matrimonio. Los lidera el suizo Hans Küng, que da por sentado que Francisco hará este cambio. “El Papa ha traído una primavera católica”, asegura el teólogo, quien también advierte de los peligros de que esta se trunque o haga un efecto rebote entre los colectivos más reaccionarios como ha sucedido en los países árabes.

Prudencia y plazos

Pese al chute de optimismo que a las bases más aperturistas les puede suponer el mensaje de Francisco, los teólogos llaman a la calma hasta ver en qué quedan estas buenas intenciones. Es el caso de Xabier Pikaza, uno de los teólogos más prestigiosos en España, apartado de la docencia por orden de la Iglesia al haberse desviado de la doctrina oficial. Pikaza se muestra cauto y algo escéptico con la materialización de estos cambios. Y, en su precaución, pone plazos a estos posibles vuelcos: en el próximo lustro se tocará la moral que afecta a la familia, en algo más de una década habrá decaído el celibato en el sacerdocio y en un cuarto de siglo la mujer podrá ser nombrada sacerdote.

El timing de Pikaza puede ser descorazonador, pero sitúa en su justo contexto la llegada de estos avances. La Iglesia es inmovilista, y por mucha voluntad que ponga el jefe, en una institución milenaria el giro no se dará de la noche a la mañana.

Esta frustrante lentitud se vive, desde dentro, como imprescindible. “No sé si la Iglesia hubiera estado preparada antes”, medita un sacerdote que considera que “un bandazo de un día para otro sería contraproducente”. Y concluye: “No es una época de cambios, es un cambio de época”.

Este texto fue publicado en el número 5 de la revista Cuadernos de eldiario.es, “Qué está pasando en la Iglesia”.

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