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Ocultar la tristeza a los niños es perjudicial para los padres

Foto: AFP

Teguayco Pinto

Es habitual que los padres traten de proteger a sus hijos de los problemas de los adultos. Para ello, en ocasiones fingen y esconden sus emociones negativas tras una sonrisa falsa. Sin embargo, un reciente estudio muestra que esta actitud puede tener consecuencias para el bienestar emocional de los padres y puede perjudicar a la relación con sus hijos.

La investigación, llevada a cabo por dos psicólogas de la Universidad de Toronto, arroja luz sobre las condiciones bajo las cuales la paternidad puede terminar siendo una experiencia más dolorosa que placentera. Una de estas condiciones puede ser una inadecuada regulación emocional, dado que “tratar de ocultar las emociones negativas o exagerar las positivas puede llevar a los padres a sentirse peor con ellos mismos”, explica a eldiario.es Bonnie Le, principal autora del estudio.

El cuidado de los niños inevitablemente incluye tanto experiencias positivas como negativas. Las emociones que los padres experimentan en el día a día pueden ir desde la alegría y el orgullo de ver a su hijo desarrollarse y crecer, a la frustración y la ira cuando los niños les desobedecen. Sin embargo, según las autoras del estudio, en algunas circunstancias “los padres pueden experimentar emociones que son incongruentes con aquellas que desean expresar a sus hijos”. 

La regulación de emociones es algo habitual

Por ejemplo, los padres pueden inhibir la expresión de la ira cuando su hijo se comporta mal en público o exagerar un enfado para mostrar desaprobación. Las autoras de la investigación no consideran que todas estas estrategias de regulación emocional sean perjudiciales, pero han centrado su estudio en dos de ellas: la ocultación de emociones negativas y la exageración de las positivas.

Según el estudio, estas situaciones son “particularmente importantes dado que ambas pueden tener consecuencias para padres e hijos”. De hecho, investigaciones anteriores han mostrado que la expresión de emociones positivas se asocia con mayores competencias sociales y con una mejor regulación emocional por parte de los niños.

Sin embargo, dichos estudios se refieren a la expresión de emociones auténticas o genuinas, no simuladas. Pero, aún así, “muchos padres pueden estar inclinados a suprimir las emociones negativas y amplificar las positivas con sus hijos”, asegura Le.

Dos experimentos con casi 200 familias

Para analizar el efecto de la simulación de emociones en los padres, las investigadoras realizaron dos experimentos separados. En el primero se pidió a 195 padres que recordaran tres experiencias recientes con sus hijos, de entre 4 y 12 años. La primera debía ser a una experiencia cualquiera, mientras que las otras dos debían corresponder a una situación de ocultación de emociones negativas y otra de exageración de emociones positivas. Después se les realizó un test sobre cada una de estas acciones para evaluar su situación emocional. 

En el segundo experimento se realizó un seguimiento a 118 familias, que debían contestar a un pequeño cuestionario online sobre sus experiencias con los niños durante 10 días consecutivos. 

Los resultados de ambos experimentos mostraron que los padres sentían que las relaciones con sus hijos eran de menor calidad y que tenían menos capacidad para responder a las necesidades de los niños cuando recordaban experiencias en las que habían reprimido las emociones negativas o habían amplificado las positivas.

Según el catedrático de psicología de la Universidad de Oviedo Marino Pérez, los resultados de esta investigación son “interesantes”, ya que plantean “cuestiones relevantes sobre la relación de los padres con los niños”.

Emociones “mal llamadas negativas”

Aunque el estudio analiza solo el efecto de la simulación de emociones en los padres y no en los niños, este psicólogo también llama la atención sobre “una práctica muy habitual en nuestro tiempo, la de presentarles a los niños una realidad feliz de forma indiscriminada”.

Según Pérez, “las complicaciones de la vida forman parte del propio aprendizaje” y asegura que “ocultar las emociones no es la mejor manera de enseñar a los niños”, ya que “suponer que se pueden traumatizar si se exponen a emociones negativas no es cierto”.

Pérez destaca que las emociones “mal llamadas negativas”, no son tales, ya que “el enfado o la tristeza, son emociones fundamentales para la adaptación a la vida”. Además, concluye este investigador, “el estudio muestra que si los padres se mostraran algo más coherentes con sus propias emociones, se encontrarían mejor consigo mismos”.

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