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Las reprimendas del papa en México

EFE

A bordo del avión papal —

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“Este pueblo no se merece un dolor como éste”, así describía el papa Francisco en el avión con el que regresaba a Roma las penurias - violencia, narcotráfico, pobreza y exclusión - que viven los mexicanos y que en su viaje de cinco días no dejó de destacar.

Francisco había programado un viaje al México que hasta ahora no había visto ningún pontífice para poder hablar, en el escenario perfecto, de los problemas que acucian a sus habitantes, y de esta manera dar algunos tirones de oreja a sus dirigentes o a la misma Iglesia por su inmovilismo.

Francisco llegó a México con su maletín negro lleno de mensajes para cambiar el país y los fue propinando a quien debía, pero con voz pausada y tono ligero como los consejos de un padre.

El papa comenzaba su viaje a México con la recepción oficial en el Palacio Nacional, y se convertía así en el primer pontífice que entraba en este edificio que cuenta la historia del país, con los honores de jefe de Estado.

Ante la atenta mirada del presidente Enrique Peña Nieto y el resto de autoridades, Francisco les recordó la importancia de tener “hombres y mujeres justos, honestos y capaces de empeñarse en el bien común” para construir un futuro esperanzador de México“.

Y denunció que cuando se busca el “camino del privilegio” tarde o temprano “la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Había empezado el viaje y ya quedaba claro el contenido del mensaje para esta visita.

Fue más duro con los suyos, cuando en la catedral de Ciudad de México a los obispos mexicanos les pidió que no minusvalorasen “el desafío” que el narcotráfico representa para la “sociedad mexicana”, incluida la Iglesia.

Con una fuerte metáfora, Francisco aseguró que el narcotráfico, por su proporción y por su extensión en el país, “es como una metástasis que devora” y les invitó a tener “coraje” y salir a ayudar ante esta amenaza.

Después comenzó su peregrinaje por los lugares símbolo del sufrimiento mexicano: la región de Chiapas y la localidad de San Cristobal de las Casas con su 75 por ciento de población indígena, maltratada, excluida y expropiada de sus tierras.

Allí, en un polvoriento campo municipal del Estado más pobre de México, el papa invitó a todos los que durante años han marginado a la población indígena a hacer un examen de conciencia y a pedir perdón, y él lo hizo en primera persona.

“Perdón, hermanos”, dijo Bergoglio ante la comunidad indígena de San Cristóbal de las Casas, después de que en todos estos años hayan sido “mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban”.

El papa se reunió con los jóvenes en Morelia, otra de las ciudades fuertemente vinculada a los narcos, y desde allí lanzó su análisis de por qué los jóvenes caen en la criminalidad.

Habló de cómo los jóvenes se ven expuestos continuamente “a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror”.

Así como es difícil valorarse, les señaló, “cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno, posibilidades de estudio y capacitación, cuando no se sienten reconocidos los derechos que terminan impulsándolos a situaciones límites”.

No obstante, Francisco les indicó que el narcotráfico o la criminalidad no pueden ser la solución.

El mismo llamamiento realizó cuando se encontró con los representantes del trabajo, a quienes pidió esfuerzos para crear oportunidades, sobre todo a los jóvenes, pues “la pobreza es el caldo de cultivo para el narcotráfico”.

Pero a parte de los dardos envenenados a las autoridades e Iglesia, Francisco quiso llevar la esperanza a todos aquellos que sufren y por ello dedicó su último día a una gran misa en Ciudad Juárez, localidad fronteriza con los Estados Unidos y símbolo de la inmigración, pero también de la violencia.

Y por ello, el papa se despidió así: “La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza”.

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