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Temporeros sin papeles: al eslabón más débil también le afecta la pandemia

Un trabajador de origen marroquí recolecta lechuga iceberg en una finca del campo de Murcia.

EFE

Madrid —

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“Nadie sabe cuándo va a empezar el trabajo”. Amadou está preocupado. Tiene 39 años, los últimos 14 en España. Nacido en Gambia, subsiste como temporero agrícola, como otros miles de inmigrantes “sin papeles”. El coronavirus ha retrasado las contrataciones, también de “ilegales”. Lleva un mes sin ingresos.

“Yo vivo en Huelva y todos los días voy en bicicleta hasta los pueblos, al campo, a ver si sale algo. Pero por lo que parece, esta campaña va a ser fatal, la mayoría todavía no ha arrancado. Mala cosa”, se lamenta.

La historia de Amadou es una más entre los miles de inmigrantes sin permiso de residencia que estos días aguardan una oportunidad para trabajar en el campo, en la campaña de frutos rojos de Huelva.

El trabajo agrícola es una de las actividades calificadas de esenciales en el estado de alarma y la labor de los temporeros es fundamental.

España busca ahora mismo reunir a más de 75.000 personas para realizar estas funciones, después de que las restricciones impuestas para frenar la pandemia hayan hecho imposible contratar extranjeros “en origen”, como en años anteriores.

Ese déficit y el riesgo de que no haya manos suficientes para recoger toda la fruta de los árboles -España es el mayor exportador hortofrutícola de la Unión Europea (UE)- han llevado al Gobierno a intentar atraer a parados permitiéndoles compatibilizar el cobro del subsidio con su sueldo por trabajar en el campo.

Para los sindicatos UGT y CCOO, el Ejecutivo ha perdido una oportunidad para sacar a los inmigrantes irregulares como Amadou de la economía sumergida e insertarlos en el mundo laboral.

TEMPOREROS ILEGALES, UNA REALIDAD DESDE HACE DÉCADAS

No hay cifras oficiales, pero fuentes del sector reconocen que miles de estos temporeros son inmigrantes en situación irregular a los que se emplea sin contrato de forma ilegal. De hecho, sólo en asentamientos chabolistas de Lepe se concentran actualmente más de 2.000 personas, a la espera.

La deplorable situación en la que se encuentran está recogida en un reciente informe del relator de la ONU sobre pobreza extrema, Philip Alstom, en su última visita a España. En su opinión, sus condiciones de vida son “inhumanas”.

“Hay un montón de gente, si vas a Palos de la Frontera o a Moguer ves también que los asentamientos están llenos. Nadie sabe cuándo va a empezar el trabajo. En muchos sitios se han cerrado las fuentes por el coronavirus y se han quedado sin agua potable, no tienen comida y ahora con la pandemia... Las personas están sufriendo”, advierte Amadou.

Asegura que en muchos pueblos la gente ni siquiera puede hacerse su chabola, ya que las autoridades son más restrictivas por causa del coronavirus. También detecta que entre los temporeros “sin papeles” existe falta de información sobre cómo protegerse ante la COVID-19, y en muchos casos no respetan el distanciamiento social.

“Hace unas semanas en Palos los vi sentados unos junto a otros frente al fuego para calentarse. No hay ni mascarillas, ni guantes, ni nada de eso”.

El hecho de que esté limitado el número de personas que pueden circular por vehículo es otra dificultad añadida para encontrar ocupación, ya que sólo se contrata a quienes viven cerca del campo.

MÁS DIFICULTADES POR LA PANDEMIA

“Yo cuando no estoy trabajando en el campo, estoy aparcando coches para sacar algo para comer. Pero llevo un mes sin poder hacerlo y sin tener trabajo. La cosa se complica”, masculla Amadou. Profesor de instituto en su país de origen, embarcó en una patera para recalar en Canarias en 2006, y desde allí fue trasladado a Madrid.

Una vez en la Península, buscó a su tío, con el que quedó en Jaén. No apareció nadie. “Me dejó tirado”, asegura. Sin haber visto una aceituna en su vida, comenzó a trabajar en la recogida. Huelva (frutos rojos), Lleida (fruta de hueso), Logroño (uva) y Jaén (aceituna) forman parte de su “tour” anual por España como temporero, en función de las campañas.

“Lo que yo veo normalmente es que el sueldo depende del jefe. El convenio habla de un precio fijo (en torno a los 48 euros por día), pero a nosotros los sin papeles no nos hacen contrato y cobramos a veces 33, en otros sitios 38 euros...”, denuncia.

Sobre las medidas de protección para seguir sorteando el virus, Amadou asegura que cuenta con una mascarilla -“la lavo desde hace un mes”- y que respeta el confinamiento. Dice que no tiene miedo. Que busca trabajar. Que si lo consigue, será precavido.

En 2011, Amadou habló para un reportaje con el New York Times y reconocía que cuando dejó Gambia para aventurarse en Europa pensaba poder hacerse millonario. Casi una década después, sigue de temporero. Y sin papeles.

Por Oscar Tomasi

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