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La vida bajo dos destellos cada quince segundos

La vida bajo dos destellos cada quince segundos

EFE

Madrid —

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Dos destellos cada quince segundos te sitúan en el Faro de Vilán, uno de los más emblemáticos de la navegación; en él trabaja Cristina Fernández, más de cuarenta años de oficio adosados a la espalda y la Costa de la Muerte, con toda su belleza pero también con todo su dolor, empotrada en la retina.

Su historia habla de soledad, de una soledad que le ha ayudado a sentirse libre pero que no le ha impedido sentir miedo y dolor cuando la Costa de la Muerte le ha demostrado por qué lleva ese nombre.

¿Puede alguien no sentir miedo cuando sabe que una ola de casi 30 metros va a romper contra la roca sobre la que se erige el faro? Le ocurrió la noche del 5 al 6 de enero de 2014, y Cristina Fernández confiesa que aquella noche sintió “terror”, “pánico” ante la fuerza del oleaje y el viento que azotaban su faro y su vivienda.

“Pensé que el faro desaparecía y que desaparecía también la farera; no fui capaz de coordinar el miedo, el terror que sentía por el oleaje”, ha confesado Cristina, y ha revelado que está “enamorada del mar, aunque el mar es también asesino”.

Interrumpe sus respuestas, se emociona recordando que fue farera contra la voluntad de su padre, que le advirtió de que era “oficio para hombres” (aprobó en 1972, en la primera oposición a la que pudieron concurrir mujeres); se emociona al acordarse de su marido, también farero pero ya fallecido, y al recordar que cada vieja pieza recuperada de algún faro responde al deseo que compartieron, como fareros y como pareja, de asegurar la memoria del oficio.

A su padre le demostró que no era un trabajo de hombres y sí un oficio de valientes; a su marido lo homenajea a diario con el museo que ha impulsado en el propio faro y en el que miles de personas conocen cada año cómo ha evolucionado esta tecnología.

Ella no siente que el oficio se extinga, y sí que evoluciona y que siempre va a resultar imprescindible. “Nadie puede saber la importancia que tiene un faro cuando te encuentras en la penumbra de la noche y las nubes cubren las estrellas, y ves aquella luz en el horizonte”.

Y aunque lamenta que la tecnología haya desplazado a muchos fareros y reducido su número, valora que los avances tecnológicos han mejorado la seguridad de la navegación y han reducido la siniestralidad en el mar.

El de Vilán, en el corazón de la Costa de la Muerte, se eleva a más de 100 metros del agua y fue el primero en España que funcionó, en el año 1896, con luz eléctrica; no fue casual, porque los naufragios que se sucedían frente a sus costas, y entre ellos el del “Serpent” de la Marina Británica -en el que murieron 172 personas en 1890- aceleraron su modernización.

Cristina señala en el horizonte el “cementerio de los ingleses”, donde reposan los restos de los marineros recuperados del mar, un lugar donde se respira una atmósfera especial, en el que han proliferado cientos de construcciones de piedra a modo de ofrenda y homenaje a todas las personas que murieron en la Costa de la Muerte.

Como farera siente la responsabilidad que impone Vilán, y comparte el sufrimiento y el dolor que ha causado ese mar; pero no acumula expedientes burocráticos y sí los nombres de las personas que han perdido la vida frente a su faro, y entre ellos algunos niños a los que acompañó de la mano y a los que enseñó a leer.

“Sientes una angustia terrible; son vecinos de tu pueblo, amigos, familiares muy cercanos que naufragan faenando. Cuando ves estas tragedias, que afectan a jóvenes y a niños tan cercanos a ti, te sientes mal, te sientes impotente por no haber podido ayudarles”.

Todos los faros fueron construidos para enfocar al mar; la luz de Vilán, una de las más potentes de Europa, es visible desde casi cuarenta millas. Pero parecería que éste se hubiera diseñado y construido para mirar también tierra adentro y para disfrutar de un paisaje espectacular y de una naturaleza imponente.

“Yo valoro mucho esa naturaleza, la flora, la fauna, la vegetación, y me siento una privilegiada por trabajar en este punto emblemático y estratégico de la costa”, confiesa Cristina, y reitera siempre que puede que este lugar paradisíaco y la soledad de su trabajo le proporcionan sensación de libertad.

Todos esos recursos naturales hacen que la de la farera sea una vida incrustada en la naturaleza, pero entre esos recursos ella se queda con el mar y revela que es su sonido el que añora cuando se encuentra lejos, y que es el silencio el que no le deja dormir cuando no está en el faro.

A un paso de la jubilación, asegura que nunca mira el reloj cuando está de guardia y que sigue disponible cuando no está de turno. “Están en juego vidas humanas, las vidas de mis vecinos, de personas que están en alta mar luchando; y si yo lo paso mal en un temporal, comparo, miro al mar y me siento como una reina... porque ellos están en un infierno”.

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