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Las dos vidas de Juan

La coordinadora de hogar en la Aldea de San Lorenzo de El Escorial de Aldeas Infantiles SOS, María Rivas (i) y Juan Sánchez, un joven que creció en la Aldea de San Lorenzo de El Escorial que ha asegurado que "En la casa de mis abuelos no teníamos ducha, recogíamos leña a diario para calentarnos en invierno y los gritos formaban parte de mi día a día... Se acabó cuando entré en la aldea y me crucé con María, en ella encontré la figura de apego que nunca representaron ni mi madre ni mi abuela".

EFE

Madrid —

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“En la casa de mis abuelos no teníamos ducha, recogíamos leña a diario para calentarnos en invierno y los gritos formaban parte de mi día a día... Se acabó cuando que entré en la aldea y me crucé con María, en ella encontré la figura de apego que nunca representaron ni mi madre ni mi abuela”.

Son las dos vidas de Juan, que entró en contacto con Aldeas Infantiles a los 17 años, después de vivir desde los 5 en casa de sus abuelos maternos, que asumieron su tutela cuando sus padres entraron en prisión acusados de malos tratos hacia él y su hermano.

Con motivo del 70 aniversario de Aldeas Infantiles, una organización internacional que se fundó en Austria tras las II Guerra Mundial para ofrecer un hogar a los niños que quedaron huérfanos y acoger a las mujeres que habían perdido a sus maridos e hijos, Juan Sánchez relata a Efe su experiencia.

Su vida nunca ha sido fácil. Tampoco lo fue cuando empezó a vivir con sus abuelos en una pequeña casa sin ducha ni calefacción en San Lorenzo de El Escorial (Madrid), compartiendo habitación con su hermano y entre los gritos e insultos de su abuela.

De su abuelo solo tiene buenos recuerdos. Es la persona “más importante” a la que más quiere “del mundo”.

Su difícil situación fue detectada en el instituto en el que Juan estudiaba 2º de Bachillerato y remitido a los servicios sociales, que determinaron que saliera de la casa de sus abuelos para intentar recomponer su vida en el programa de protección de Aldeas Infantiles.

LA LLEGADA A LA ALDEA, UN PUNTO DE INFLEXIÓN

Así, Juan comenzó a vivir en un piso tutelado, junto con otros 5 chavales y bajo el cuidado de María Rivas, coordinadora de hogar en la Aldea de San Lorenzo de El Escorial, que desde entonces se convirtió en mucho más que una orientadora. “Eso significó un punto de inflexión en mi vida y, desde entonces, no ha hecho más que mejorar”.

“En la casa había un persona (María) que garantizaba que cuando llegaras a casa comieras y, después de hacer un rato el vago, te decía: 'chicos a estudiar'”. Nunca había tenido un hábito de estudio ni nadie que se preocupara de cómo le iba en el instituto, de su bienestar emocional y de recomponer -con la ayuda de psicólogos y terapeutas- una vida que ningún niño debería tener.

“A Aldeas Infantiles llegan niños que han sufrido malos tratos físicos, psicológicos, abusos sexuales o negligencias porque los padres no son capaces de garantizarles sus necesidades básicas”, explica a Efe Mónica Revilla, directora de Comunicación de Aldeas Infantiles SOS.

Han tenido una infancia durísima que en la mayoría de los casos tienden a normalizar. Así, “lo primero que hay que hacer es que distingan lo que está bien de lo que está mal, porque si a ti te han estado pegando durante toda tu vida o han estado abusando de ti, lo das por normal”.

DEVOLVER LA CONFIANZA EN LOS ADULTOS

En Aldeas Infantiles uno de los objetivos más complicados que deben conseguir es romper esa dinámica y devolverles la confianza en los adultos, una confianza que han perdido “porque quien te tenía que proporcionar todo el cariño y todo el amor, te ha fallado”, y ésa es precisamente la labor de María.

Juan ha conseguido romper ese “ciclo de abandono” para lo cual -según explica Revilla- hay que sacar al menor del entono familiar y evitar que el patrón se repita. “La mayoría de menores a los que se separa de sus familias es para romper este ciclo y que, cuando tengan una familia, puedan dar todo el cariño y afecto que ellos no han tenido”.

Por eso, cuando entran en una 'aldea', María les tiene que llenar de amor y cariño y crear esa figura de apego.

“Me estaban proporcionando todo lo que no tenía antes. Y como la relación con mi madre y mi abuela nunca fue buena, siempre he sentido la carencia de una figura femenina que me arropara. Entré en la aldea y ahí estaba María”, recuerda Juan, que añade: “cómo vas a estar mal en un sitio en el que te cuidan y te dan un cariño que no has tenido nunca...”.

María -que lleva 21 años ejerciendo esta labor- explica que desde Aldeas Infantiles ofrecen a estos chavales “todo lo necesario para que lleguen donde quieran llegar” y así lo han hecho con Juan, que ella misma califica como un éxito porque siempre ha tenido las ideas muy claras.

ACOMPAÑAMIENTO TRAS LA MAYORÍA DE EDAD

A sus 21 años, Juan no se ha desvinculado de esta organización, que le sigue facilitando una vivienda -ahora en una habitación alquilada de una familia madrileña-, le costea los estudios de Turismo y le ofrece el apoyo de una terapeuta que le ha enseñado desde cómo abrir una cuenta corriente hasta cómo realizar la matrícula en la universidad.

“Es lo que cualquier padre enseñaría a su hijo”, resume Revilla, que destaca la importancia de acompañar a estos chavales también cunado llegan a la mayoría de edad y salen del sistema de protección de los servicios sociales.

Cuando cumplen 18 años “de nuevo se ven solos” y sienten ansiedad al pensar que los van a volver a abandonar. Es por esto que existe un programa que desde los 16 años los prepara para la vida adulta.

Juan saldrá de este programa de protección cuando encuentre un trabajo, pero asegura que nunca se desvinculará totalmente. “Me gustaría seguir relacionado con ellos para devolverles mínimamente todo lo que han hecho por mi”.

En España hay casi 48.000 niños como Juan. Están en el sistema de protección porque sus padres han perdido su tutela y esta cifra -advierte Revilla- aumenta año tras año. Además, desde Aldeas Infantiles calculan que 300.000 niños están en riesgo de perder la protección de sus padres.

Marta Ostiz

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