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Los yazidíes vuelven a casa, a pesar de las bombas, el EI y la pandemia

Varios refugiados yazidíes reúnen sus propiedades para su vuelta a la comarca de Sinyar al norte de Irak.  Ni los bombardeos de Turquía, ni los nuevos ataques del Estado Islámico (EI), ni siquiera la pandemia han impedido a los yazidíes volver a su patria milenaria en el norte de Irak, de la que tuvieron que huir tras el genocidio del que fueron víctimas hace casi seis años.

EFE

Redacción Internacional —

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Ni los bombardeos de Turquía, ni los nuevos ataques del Estado Islámico (EI), ni siquiera la pandemia han impedido a los yazidíes volver a su patria milenaria en el norte de Irak, de la que tuvieron que huir tras el genocidio del que fueron víctimas hace casi seis años.

Las cerca de 250 familias que en los últimos días se han atrevido a regresar a la comarca de Sinyar se han cansado de malvivir en campos de refugiados, en espera de una ayuda que no llega, y ahora confían en reanudar sus vidas, detenidas el 3 de agosto de 2014 por el brutal ataque de los yihadistas.

“Tendremos un buen futuro si se nos brinda seguridad”, dice a Efe Saad Hamad Mato, que a sus 58 años está “cansado de ser un desplazado” y sólo quiere “comenzar de nuevo”.

En 2014, Saad pasó ocho días vagando por el monte para escapar de los terroristas y allí vio “los cuerpos de muchos ancianos y niños yazidíes muertos por falta de agua y comida”.

EL GENOCIDIO

Aquel fatídico 3 de agosto, unos 6.500 yazidíes, la mayoría mujeres y niños, fueron secuestrados en el hogar ancestral de esta minoría religiosa, cuyas raíces se remontan a 2.000 años antes de Cristo y que ya ha sufrido 74 genocidios debido a su particular credo, basado en el zoroastrismo.

Los yihadistas separaron a los hombres, a los que ejecutaron (se calcula que al menos unos 5.000) junto a las ancianas, mientras que las mujeres jóvenes y las niñas fueron vendidas como esclavas sexuales y los niños, entrenados para matar.

Unos 400.000 huyeron y cientos o tal vez miles -la cifra real se desconoce- murieron de hambre y sed, cercados durante días por el EI en ese monte en el que intentaron refugiarse.

Saad y su familia lograron escapar a través de un corredor seguro abierto por combatientes kurdos, pero nunca olvidará “esos días y lo que les sucedió a las mujeres, niñas y niños yazidíes”.

Nada Selo Shekho, de 37 años y madre de cuatro hijos de 18, 15, 13 y 9 tampoco olvida: “estábamos aterrorizados”.

“El EI mató y esclavizó a muchos yazidíes, incluida mi hermana y sus hijos, además de 28 miembros de la familia de mi marido. No sabemos nada de ellos”, explica por correo electrónico.

PRESOS EN EL CORREDOR DE LA MUERTE

Desde entonces, su vida en unos campamentos masificados e infradotados, sin ayuda psicológica alguna tras el brutal trauma sufrido, ha sido una “lucha por la supervivencia”, como señala Saad, que añade: “todo el día pensando en nuestros hogares”.

“Éramos como presos esperando la ejecución”, explica gráficamente.

“Ha sido muy complicado, especialmente por el coronavirus (...) La gente esperaba un plan de reconstrucción para Sinyar, justicia y reconciliación, pero no ha pasado nada de eso”, explica Ahmed Khudida, director adjunto de Yazda, una ONG creada tras el genocidio para ayudar a las víctimas.

Y se han cansado de esperar: “Debíamos regresar y reiniciar nuestras vidas mientras reconstruíamos nuestras casas”, dice Nada, que se considera optimista por naturaleza.

Unos 350.000 yazidíes viven hacinados en los campos en Duhok, en el Kurdistán iraquí y en cuya universidad el psicólogo alemán Jan Ilhan Kizilhan, con más de 20 años de experiencia con personas traumatizadas en zonas de guerra, forma a expertos sobre el terreno.

“En las muchas conversaciones que tengo diariamente con los yazidíes en los campamentos veo que la disposición y la motivación para regresar a Sinyar es muy grande”, explica Kizilhan, que ha tratado a más de 1.400 jóvenes usadas como esclavas sexuales.

EL REGRESO, DEL SUEÑO A LA REALIDAD

Esa gran motivación es la que ha llevado a muchos yazidíes a emprender el camino de vuelta a casa en las últimas semanas, a pesar de no disponer de los servicios más básicos.

“Sinyar carece de electricidad, agua, educación,... Era una de las zonas más pobres de Irak incluso antes de los ataques del EI, ya que (los yazidíes) han sido perseguidos sistemáticamente ”, dice Khudida, cuya ONG tiene varios proyectos en la zona, como una clínica móvil, un centro para mujeres, ayuda psicosoacial y documentación del genocidio.

Por carecer, la comarca carece hasta de asistencia médica en plena pandemiade coronavirusl, pero Saad insiste: “es el único lugar que puede reunir a nuestras familias, vecinos y comunidad”, a pesar de “todos los obstáculos”.

Nada relata que “la mayoría de los hogares e instalaciones están destruidos” y pide “apoyo local e internacional para los que regresan, porque muchos de ellos no tienen ingresos” ni para comer.

La seguridad es la otra gran dificultad para el reasentamiento: Turquía lanzó el pasado 15 de junio una operación militar contra la guerrilla kurda con bombardeos que ya han matado a varios civiles en la zona, mientras el EI vuelve a atacar en el territorio iraquí.

“Nos preocupan mucho los recurrentes ataques turcos”, reconoce Saad, mientras Nada reclama: “ya es hora de detener la escalada (...) la comunidad internacional no debe permitir que Turquía nos bombardee (...) nuestra tierra no debe ser tierra de conflicto”.

“Necesitan seguridad y apoyo”, enfatiza Kizilhan, para quien “el establecimiento de tropas de la ONU durante un período sería necesario para que sepan que no están solos y que recibirán ayuda ante los ataques que el EI perpetra continuamente”.

La presencia de cascos azules en Sinyar es “una buena opción” también para Khudida, pues “evitará los bombardeos de Turquía, eliminará el papel de las milicias y disminuirá los ataques del EI”.

Y Saad lo tiene claro: “poner nuestras áreas bajo protección internacional es la mejor opción”.

UNA HERIDA SIN CERRAR

El futuro también pasa por conocer el destino de los 2.800 yazidíes que siguen desaparecidos, en su mayoría mujeres y niños, según datos del Ministerio de Asuntos Religiosos del Gobierno kurdo.

“Están en los campamentos con familias del EI, como Al Hol (en el territorio kurdosirio), pero también perdidos en comunidades en Irak y Siria, además de Turquía y otros países”, asegura Khudida.

Los desaparecidos y la indiferencia de la comunidad internacional son una dolorosa herida sin cerrar. “Observaron el genocidio sin intervenir, las fosas comunes quedaron sin exhumación y hay unos 3.000 desaparecidos bajo cautiverio del EI”, reprocha Saad.

“Reconstruir Sinyar, llevar a los criminales del EI ante la justicia, encontrar a los desaparecidos, proporcionar seguridad y prevenir futuros ataques” son las deudas que tiene el mundo con el pueblo yazidí, reivindica el director de Yazda.

El profesor Kizilhan pide, por su parte, “una comunidad de apoyo internacional, similar a la Conferencia de Afganistán, para proporcionar ayuda financiera y estructural y que regresen a sus hogares, reconstruyan su tierra natal y tengan unas perspectivas dignas”.

“Los Gobiernos iraquí y kurdo también deben hacer mucho más y apoyar a los yazidíes con las reparaciones necesarias. Es un deber político y moral”, añade.

A pesar de todo lo que queda pendiente, Nada, siempre optimista, confía en un futuro mejor ahora que ha regresado: “Me siento feliz porque al volver a casa he recuperado mis recuerdos”.

Marta Rullán

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