El misterioso conjunto de dólmenes y piedras erguidas que desconcierta a los arqueólogos en Jordania

Vista general del montículo central (Área 1) desde el norte, mostrando diferentes líneas de piedras verticales

Ada Sanuy

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A unos doce kilómetros al suroeste de Madaba, en Jordania, un conjunto de colinas salpicadas de tumbas megalíticas y piedras erguidas está revelando nuevas pistas sobre los orígenes de la vida ritual en Oriente Próximo. Se trata del yacimiento de Murayghat, un enclave de la Edad del Bronce temprana (en torno al 3700–3500 a.C.) que ha sido excavado por un equipo liderado por Susanne Kerner (Universidad de Copenhague). La arqueóloga, autora del estudio publicado en la revista Levant, sostiene que el lugar no fue un asentamiento doméstico, sino un espacio ceremonial y de encuentro intercomunitario, construido en un momento de crisis social tras el final del Calcolítico.

Así es el enclave

El paisaje de Murayghat impresiona por su densidad de monumentos: una colina central con estructuras de grandes piedras en pie rodeada por campos de dólmenes, círculos de piedra y terrazas artificiales que dominan el valle del Wadi Zerqa Main. En la actualidad se conservan más de noventa dólmenes identificados y documentados, aunque en el siglo XIX se contabilizaban más de 150. Muchos colapsaron por los terremotos y la extracción de piedra, pero los que sobreviven conservan una disposición precisa: se alinean a lo largo de las laderas y parecen orientarse hacia la colina central, que habría actuado como punto focal de los rituales. Este patrón sugiere que Murayghat no fue una aldea habitada, sino un santuario al aire libre visible desde los valles circundantes.

Plano general de Murayghat que muestra las diferentes Áreas 1 a 8. El Área 1 es el montículo central. Los números rojos indican la posición de las trincheras 1 a 11 (las 3 y 4 se han unido, la 7 se encuentra en el Área 7)

El estudio de Kerner encuadra este paisaje monumental en el contexto de un mundo en transformación. Hacia finales del IV milenio a.C., las sociedades del sur del Levante atravesaron un colapso de sus antiguas redes de intercambio y de sus jerarquías políticas. Los templos del Calcolítico, como los de Tuleilat Ghassul o Shiqmim, desaparecieron, y los objetos de prestigio fabricados en cobre dejaron de circular.

Los cambios climáticos, la reducción de las lluvias y la desintegración de los sistemas agrícolas agravaron la crisis. Según la autora, las comunidades buscaron nuevas formas de cohesión simbólica: erigieron monumentos visibles y transformaron el paisaje natural en un espacio de memoria y pertenencia. Según resumía Kerner, la gente necesitaba encontrar mecanismos para organizar la vida cuando los viejos valores ya no servían.

Los dólmenes

Los dólmenes (estructuras de piedra caliza formadas por losas verticales y una cubierta horizontal) se interpretan tradicionalmente como tumbas, aunque su función pudo ser más compleja. En Murayghat, muchos se alzan sobre plataformas o terrazas artificiales, y algunos conservan restos de muros o círculos de piedra que los conectan entre sí. Los más grandes, de hasta 4,5 metros de longitud, habrían sido visibles desde varios kilómetros. Su distribución en grupos y su orientación hacia la colina central refuerzan la idea de que el lugar combinaba enterramiento y ceremonia, un espacio para honrar a los antepasados y afirmar el control sobre la tierra. Para Kerner, la visibilidad es clave: “Los dólmenes y piedras erguidas expresan la apropiación del paisaje y la conversión de la naturaleza en cultura”.

Dolmen L.7008, plataforma construida a la izquierda, pared de conexión en la esquina inferior izquierda

Entre las estructuras más llamativas destaca la Hadjar al-Mansub, una piedra vertical de 2,4 metros de altura situada a menos de cien metros del grupo principal de dólmenes. Tallada en caliza y suavizada en sus caras frontal y posterior, se orienta hacia el valle, de espaldas a la colina. Otras piedras erguidas, alineadas o dispuestas en semicírculos, se integran en construcciones megalíticas con muros de ortostatos y recintos ovalados.

Hadjar al-Mansub, la más grande de las piedras en pie

En uno de ellos, los arqueólogos hallaron un gran bloque en posición vertical junto a un mortero de piedra caliza, probablemente usado durante ceremonias o banquetes. Este patrón se repite en diferentes zonas del yacimiento y enlaza con una larga tradición de monumentalidad ritual que se remonta al Neolítico, cuando los grupos pastorales del desierto ya levantaban piedras sagradas como marcadores de culto o reunión.

Carácter no doméstico del enclave

La excavación de las estructuras interiores refuerza el carácter no doméstico del sitio. Los muros, construidos con losas encajadas directamente sobre la roca, definen recintos de hasta 18 metros de diámetro, pero no presentan suelos de ocupación, hogares ni restos de viviendas. En cambio, se han encontrado fragmentos de grandes cuencos de piedra (algunos con capacidad para más de 25 litros), moliendas de basalto con restos de ocre, cuernos de cabra, pequeñas agujas de cobre y cerámicas típicas del Bronce Inicial. La presencia de pigmentos y utensilios no utilitarios sugiere actividades simbólicas, posiblemente relacionadas con el banquete ritual o la ofrenda colectiva, en lugar de la vida cotidiana.

El papel de Murayghat dentro de las transformaciones sociales

El estudio también revisa el papel de Murayghat dentro de las transformaciones sociales del Bronce Antiguo I. Frente al modelo calcolítico basado en templos y objetos de prestigio, el nuevo orden se organizó en torno a reuniones comunales y prácticas compartidas en lugares visibles. Los dólmenes y piedras erguidas habrían funcionado como símbolos de identidad colectiva en sociedades sin jerarquías fuertes, donde la cooperación y la memoria ancestral sustituyeron a las antiguas élites metalúrgicas. Kerner utiliza como analogía los cambios ideológicos tras el colapso del bloque soviético: una pérdida de referentes y la necesidad de crear nuevos símbolos de cohesión social.

Murayghat, resume la investigadora, fue probablemente un centro de encuentro regional más que un poblado. Allí se negociaban alianzas, se celebraban ritos de paso y se enterraban a los miembros de distintas comunidades. La ausencia de templos, la monumentalidad de los dólmenes y la diversidad de técnicas constructivas apuntan a una participación colectiva: distintos grupos aportaron sus tradiciones arquitectónicas y sus creencias en un espacio común. La arqueología, señala Kerner, permite así observar “cómo una sociedad sin jerarquías reimagina la relación entre los vivos, los muertos y el paisaje”.

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