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Protocolo para diagnosticar el dolor en personas que no pueden comunicarse

EFE

Madrid —

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En el mundo hay cerca de 47 millones de personas con demencia y el 80 % de ellas sufre algún tipo de dolor pero muchas de ellas, los casos más graves, no lo pueden expresar. Y hablamos solo de demencia: Si sumamos a los afectados por trastornos neurológicos que no pueden comunicarse, las cifras se disparan.

Numerosas investigaciones han documentado que las personas con deterioro cognitivo -en particular demencia- sufren enfermedades dolorosas pero, paradójicamente, reciben menos analgésicos que los pacientes con habilidades congnitivas intactas; la diferencia es que unos pacientes pueden describir su dolor y otros -los diagnosticados con demencia avanzada- no pueden.

Para ayudar a estas personas, un grupo de investigadores españoles ha diseñado un nuevo protocolo que ayudará a detectar dolencias en las personas que no pueden verbalizar su dolor y que les ayudará a evitar un sufrimiento que a menudo podría paliarse con analgésicos.

Publicado en la revista BMJ y desarrollado por científicos de la Universidad de Córdoba (UCO), del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic) y del Instituto de Salud Carlos III, el nuevo método combina el uso del sistema observacional del dolor 'Painad' con el uso de biomarcadores de saliva.

La escala Painad evalúa el dolor en personas con deterioro cognitivo e incapacidad de comunicarse verbalmente a partir de parámetros fisiológicos como la expresión facial, el comportamiento o las posturas corporales.

“Se trata de una escala observacional que evalúa cinco conductas asociadas al dolor que aumentan cuando se realiza una actividad potencialmente dolorosa y que descienden después de la administración de analgésicos. Sus puntuaciones van del 0 al 2”, explica a Efe Pilar Carrera, autora principal del estudio e investigadora en la Facultad de Medicina y Enfermería de la UCO.

Pero aunque la escala tiene cierta utilidad para diagnosticar el dolor, no deja de ser una herramienta observacional que “depende casi exclusivamente del lenguaje corporal del paciente”, advierte Vanesa Cantón Habas, coautora del trabajo e investigadora de la UCO.

El nuevo método propone complementarla con el uso de biomarcadores del dolor en la saliva, ya que, juntas, “ambas herramientas podrían considerarse formas prometedoras para establecer y cuantificar el dolor en personas incapaces de expresarlo”, agrega Carrera.

Igual que algunas moléculas, como la glucosa, ayudan a detectar la diabetes, otras sustancias se liberan cuando una persona sufre dolor y avisan de que está ocurriendo algo en el interior del organismo.

Estudios anteriores han determinado varias proteínas relacionadas con la intensidad del dolor en saliva y, de todas ellas, el estudio propone el uso de dos (SIgA y sTNF-RII), las que tienen mayor reproducibilidad y están asociadas a situaciones dolorosas.

Al contrario que estas dos sustancias, hay otras, como el cortisol, que están vinculadas al dolor, “pero también a otros procesos como el estrés, lo que las hace peores candidatas porque pueden llevar a equívocos”, explica Carrera González.

El nuevo método aún está en fase de desarrollo pero es una “herramienta prometedora, económica y no invasiva”, destaca Cantón.

Aunque el estudio está orientado a personas con demencia avanzada -uno de los grupos más subdiagnosticados-, las autoras de la investigación creen que también podría ser útil para otros colectivos como neonatos, personas que han sufrido un ictus y todas aquellas en las que la comunicación verbal no es eficaz.

El nuevo protocolo podría eliminar la incertidumbre que menudo rodea a los familiares de este tipo de pacientes y, sobretodo, a diagnosticar un dolor sufrido en silencio que, por distintas circunstancias, no puede comunicarse, concluye el estudio.

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