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Saturnalia, la cita de los romanos con la suerte y la diosa Fortuna

La doctora Pilar Caldera, conservadora del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida explica a Efe que los antiguos romanos también tenían una cita con la suerte y con la diosa Fortuna en la Saturnalia, la festividad con la que celebraban el solsticio de invierno.

EFE

Mérida —

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Los antiguos romanos también tenían una cita con la suerte y con la diosa Fortuna en la Saturnalia, la festividad con la que celebraban el solsticio de invierno y muchas de cuyas manifestaciones paganas han llegado hasta nuestros días en la celebración de la Navidad.

Los juegos de azar estaban prohibidos en Roma por Ley y solo se permitía jugar en tiempo de Saturnalia, la fiesta dedicada a Saturno, dios de la agricultura y de las cosechas, que originariamente se celebraba el 17 de diciembre pero que enraizó tanto en el pueblo que pasó a celebrarse durante una semana, del 17 al 23 de diciembre.

Se puede decir, por tanto, que mientras nosotros tenemos una cita con la Lotería Nacional cada 22 de diciembre, los romanos -algunos de los cuales jugaban de forma oculta durante el resto del año- tenían la costumbre generalizada de probar suerte en sus fiestas de invierno, que era cuando únicamente estaban autorizados los juegos de azar.

La doctora Pilar Caldera, conservadora del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, explica esta vertiente de las Saturnales en declaraciones a Efe, en las que pone de manifiesto que, entre los juegos de azar, el de los dados era el más significativo en el mundo romano y “donde más se podía apostar”.

“Se jugaba buscando la fortuna, el tener suerte y el ser agraciado con una recompensa”, en un concepto muy similar al que ahora existe de la lotería, según Caldera, quien especifica que estos juegos de azar tenían una doble vertiente: la oficial, cuando eran organizados por las autoridades de la ciudad con motivo de la fiesta, y la más íntima, cuando se celebraban en casa con la familia o con los amigos.

“En Saturnalia, los esclavos podían tener varios golpes de fortuna. Para empezar, recibían alimentos más refinados, algo que no comían habitualmente, y, sobre todo, más cantidad de vino, en algunos casos hasta tres litros y medio más”.

También recibían de sus señores dinero extra que podían ir guardando para comprar su propia libertad, al que se sumaban las cantidades que ganaran en los juegos de dados o de tabas.

Por su parte, los ciudadanos romanos podían tener igualmente golpes de suerte en Saturnalia y en ese sentido Caldera explica como una de las costumbres, cuando se celebraban juegos de gladiadores de cierta fama, era “tirar bolas al público que llevaban dentro regalos y que podían ser desde algunas monedas hasta una casa”, en lo que sería la versión más antigua, como ella misma recuerda, del apartamento en la playa del famoso programa televisivo “Un, dos, tres....responda otra vez”.

Fortuna, según relata esta experta, por otra parte, era la diosa romana de la felicidad y la abundancia, pero junto a ella aparece también siempre como contraposición otra divinidad, Némesis, la diosa de la justicia retributiva.

“Lo que concede la diosa Fortuna hay que tener cuidado de que Némesis no te lo quite”, pensaban los romanos, quienes trataban en todo momento de “mantener un equilibrio entre la parte buena y la menos buena de la vida”.

Por eso, según Pilar Caldera, “en los momentos de gran felicidad o suerte solían hacer también algunos gestos simbólicos para decir que no todo estaba bien” y así impedir que Némesis les arrebatara lo que les había concedido Fortuna.

La investigadora e historiadora emeritense señala también, por otro lado, que los números impares y los múltiplos de tres “eran especialmente queridos por los romanos”, al igual que ocurría en el mundo antiguo anterior a ellos, donde estos iban unidos a la magia, los ritos y el pensamiento religioso.

Aunque en Roma el juego estaba prohibido por ley, salvo en Saturnalia, es conocido que había personajes públicos que eran muy aficionados a los juegos y que “nunca renunciaban a los dados”, entre ellos Caldera cita al gran defensor de la moral romana, el emperador Augusto; o a uno de sus sucesores, Claudio, de quien se reconocía su “gran pericia”.

Por Jero Díaz Galán

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