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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

A Telde por vacaciones

Playa de Melenara

Héctor del Toro

Playa de Melenara. Protección Civil despliega un dispositivo especial en apoyo a la seguridad costera desde Ojos de Garza y hasta Bocabarranco. Es Semana Santa y la orilla de Telde está atestada de toallas, sombrillas y crema solar.

En la zona turística es imposible encontrar apartamento y la crisis obliga a muchos a coger el coche y disfrutar de vacaciones de ida y vuelta el mismo día. La jornada no es especialmente veraniega, pero como dice Lourdes Martín mientras hace deporte hacia Salinetas, “aunque haga malo, la cosa es venir y tirarse en la playa”.

Estar tumbado sobre la arena de Telde se ha convertido en la mejor opción para residentes dentro y fuera del municipio que admiran poco las aglomeraciones. Los capitalinos huyen del tráfico de Las Canteras, los valsequillenses están a tiro de piedra y los de las medianías encuentran aquí la tranquilidad a la que están acostumbrados.

Una bandera blanca anuncia peligro medusas y, por megafonía, se recomienda que extremen la precaución. El sonido también llega al mar, donde ya hay unos cuantos bañistas. A Paula Cedrés le han picado dos veces. Viene de Pino Santo. “¿Una viene de tan lejos y no va a disfrutar de la playa?”, comenta empapada ante sus hijos y recién salida de la oficina de Salvamento Playas, donde le han administrado una solución de agua salada y un 10% de vinagre. Cada día aparecen unas 30 aguavivas.

En la orilla, dos jóvenes y una bocina hacen acto de presencia. Venden helados sin mucho éxito por la suavidad del clima. En medio de un cobro, les interceptan dos agentes de la Policía Local y les preguntan por la documentación, ante la mirada de los curiosos.

Estos días, no todos están de vacaciones. Raquel Santana trabaja en una boutique de pan, donde “nos turnamos para que un día libre uno y otro día otro”, explica detrás de la barra del local donde se nota más afluencia a partir de las 11:00 horas, prueba evidente del escaso madrugón.

A Valentín Jorge Castellano también le toca trabajar. Es chófer de guagua, “una profesión que no entiende de vacaciones de Semana Santa ni de verano ni de navidades”, comenta junto al vehículo en el que ha transportado a 35 palmeros hasta el Barranco de los Cernícalos.

La montaña es la otra gran elección en días de fiesta, donde apenas si queda hueco para aparcar. Excursionistas puntuales, senderistas experimentados y familias llenan los rincones verdes con bastones improvisados para caminar o encendiendo las brasas para hacer un asadero.

“Estamos alucinando de la cantidad de gente que hay”, dice Virginia Santana, mientras su amiga opina que “parece un centro comercial”. Vienen con un grupo de Las Palmas de Gran Canaria a disfrutar de un día en el campo.

Los extremos no son buenos, pero en localizaciones de ocio la cosa parece cambiar: el centro de Telde aparece vacío y, sorprendentemente, se puede estacionar con facilidad. En el Parque Urbano de San Juan, María del Carmen González y su pareja prefieren “pasear y a casa”. Piensan acudir a la procesión, porque, al fin y al cabo, estamos en Semana Santa.

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