Madeira, la isla del agua

'Canyoning' en uno de los descensos más prolongados de Madeira

Dácil Jiménez

Santa Cruz de Tenerife —

No, definitivamente Madeira no es igual que ir a La Palma. Si alguna vez ha planteado a sus amigos o familiares hacer un viaje a esta isla portuguesa, habrá escuchado casi con total seguridad aquello de que “es como esto, pero más pequeño”, o lo de que “se parece mucho a La Palma”. Por supuesto que tiene su parecido: no deja de ser una isla volcánica en la región de la Macaronesia, por lo que su aspecto, su orografía y su vegetación tienen mucho que ver con rincones de Canarias. Sin embargo, existen grandes diferencias que hacen de esa isla, y también del archipiélago del mismo nombre, un destino a tener en cuenta no solo para realizar escapadas de fin de semana, sino también para planificar un viaje más largo, en familia, con amigos o en pareja. Se trata de un destino con cualidades y virtudes propias que nada tienen que envidiar a las islas afortunadas. Más bien al contrario, ya que, inevitablemente, todo canario que la visite terminará pensando que Madeira es lo que Canarias pudo haber sido si hubiera optado por un modelo de desarrollo más respetuoso con el medio ambiente natural.

Madeira no es un destino de sol y playa, aunque su clima también sea suave todo el año. Por supuesto ofrece lugares magníficos en los que darse un baño, pero su mayor virtud se encuentra tierra adentro, en sus montañas y barrancos. A diferencia de Canarias, en Madeira el agua dulce es muy abundante y corre por sus bosques y gargantas de forma permanente, todo el año. De ahí que resulte una isla frondosa y exuberante nada más verla desde la ventanilla del avión, en un trayecto de menos de hora y media desde Gran Canaria. Incluso en su capital, Funchal, el color verde de la vegetación es el predominante, y eso que en agosto pasado un incendio en las cumbres de la capital cercó la ciudad y llegó a afectar a algunas de sus viviendas. Pero el fuego no pudo con la foresta y, varios meses después del suceso que tuvo en vilo a los madeirenses, los árboles vuelven a abrirse camino por las laderas de la ciudad, escarpadas y con unas imponentes vistas sobre el cercano puerto.

Cuando en el siglo XV los portugueses desembarcaron por primera vez en la isla, que entonces estaba completamente deshabitada, sus bosques llegaban hasta el mismo mar. No se complicaron mucho en buscarle un nombre a la nueva tierra, así que la llamaron isla de la madera, Madeira, por la abundancia de árboles. Sin embargo, tal y como explica Francisco Pereira, de Epic Madeira, una empresa dedicada al turismo activo en la isla, bien podrían haberla llamado “isla del agua, ya que tiene mucha y durante todo el año, lo que la convierte en un lugar fantástico para realizar actividades como el canyoning o el descenso de barrancos”.

Las condiciones para practicar este tipo de actividades son óptimas incluso en verano, y las opciones además son muy variadas, ya que existen diversos recorridos con distintos niveles de dificultad. Desde rutas nivel 1 aptas para niños, como Ribeiro Frío y Ribeira das Cales, hasta rutas nivel 4, máxima dificultad, como Ribeira do Virieiro y Ribeira da Hortelã.

Estos últimos recorridos se encuentran entre los más emblemáticos de Madeira, ya que poseen algunos de los descensos en rapel más largos, de más de 50 metros de caída por una paredes de roca plagadas de musgo que culminan en pozas oscuras y profundas. En total, recorrer todo el cañón de Riberia da Hortelã lleva más de cinco horas y no es apto para principiantes. Al mismo nivel de dificultad se encuentra la Ribeira do Virieiro, un recorrido que desciende 300 metros en solo medio kilómetro de camino y que destaca por tener la caída más vertical y larga de cuantas son accesibles a los turistas en Madeira: 60 metros de cascada.

Pero cualquiera de las rutas elegidas para hacer canyoning sorprenderá a los visitantes, sin importar su nivel de experiencia en este tipo de deportes, por sus inagotables cascadas, sus pequeños lagos, por la estrechez de sus cañones, sus abruptas caídas, su agua cristalina y su vegetación, frondosa, milenaria y tupida, a veces sombría, que convierte cada recodo del descenso en una imagen difícil de olvidar. El recuerdo que perdura tras uno de estos descensos es el color verde, vivo y brillante, y el frescor del agua, a 10º este marzo.

Levadas, los caminos del agua

La mayoría de las rutas para practicar canyoning se encuentran inmersas en el bosque de laurisilva madeirense, que es considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1999 y que tiene algunas peculiaridades respecto a la laurisilva canaria, como algunas especies animales y vegetales. Este bosque prehistórico, que en el pasado llegó a ocupar toda la superficie de la isla, abarca hoy el 22% del terreno insular, lo que convierte a Madeira en la isla con la mayor foresta de laurisilva de toda la Macaronesia. Casi toda se encuentra concentrada en el centro de la isla, donde se elevan además las cumbres, con 1.860 metros en su pico más alto.

Es aquí, en el bosque de Madeira, en el corazón de la isla, donde se esconde otro de los mayores atractivos de este destino turístico: las levadas. Son las antiguas acequias, que fueron construidas en el pasado para transportar el agua desde el norte hasta el sur de la isla y que hoy día sirven para recorrer más de 200 senderos diferentes. Siguiendo el trazado que en su día dibujaron quienes buscaban transportar el agua de la manera más eficiente, los visitantes, tanto extranjeros como madeirenses, caminan siguiendo estas viejas atarjeas, a ratos pisando su mismo lecho, a ratos atravesando senderos escondidos en el bosque, a ratos asomándose a enormes precipicios. Juntas suman casi 3.000 kilómetros de recorridos distintos, lo que da una idea del enorme trabajo que realizaron quienes las construyeron.

En Madeira también puede practicarse otra actividad nueva en la isla que combina rapel, escalada y natación: el coasteering, un deporte que consiste en recorrer la costa de la isla, en concreto la Baía d' Abra, en la Reserva Natural de Ponta de Säo Lourenço, y lanzarse al mar aprovechando salientes, rocas elevadas y riscos. Luego se vuelve a subir escalando y se busca un nuevo emplazamiento para realizar otro salto. Es una manera de practicar varios deportes al mismo tiempo y a la vez descubrir lugares a los que es imposible acceder por carretera.

El turismo como motor económico

Atractivos como estos son los que atrajeron a Madeira a más de 1.300.000 turistas por avión y unos 600.000 cruceristas en 2016, lo que ha convertido esa temporada en la mejor hasta la fecha. El turismo es también aquí el motor de la economía, ya que supone alrededor del 25% del PIB de la isla. Por eso Madeira está apostando fuerte por esta actividad, y en concreto por la vinculada a la aventura, ya que tiene oferta de sobra para hacerlo.

No es solo su mar, su bosque y sus montañas, sino también su infraestructura hotelera (más de 35.000 camas), su gastronomía (rica en vinos, pescados y pasteles) y su cultura. Además, es también un destino accesible, y no solo por su precio, sino porque está muy bien comunicado tanto con el continente europeo como con Canarias. El transporte entre estos dos archipiélagos está operado por la compañía canaria Binter que, además, acaba de ampliar su frecuencia con vuelos diarios desde Gran Canaria y, durante la temporada de verano, con tres vuelos semanales desde Tenerife.

Con este aumento (hasta ahora solo había dos vuelos semanales a Funchal desde Gran Canaria), la compañía espera transportar en 2017 a más de 13.000 pasajeros entre los dos archipiélagos, una oportunidad para estrechar lazos entre islas cercanas, parecidas, pero con personalidades propias que las hacen ser muy distintas.

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