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Amor inconsciente

paisaje

César Martín

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En verano no todos los días son de un azul intenso. También hay algunos grises y otros de color verde sin esperanza. La tarde de aquel insípido julio supo que en aquella residencia de Madrid no se le había perdido nada. Menos aún encontraría alivio en el vuelo que partiría a la mañana siguiente. Hay vueltas que no siempre coinciden con la fecha adecuada.

Fue entonces cuando cambió el rumbo a golpe de impulso inesperado, una modulación que lo llevó a coger el primer avión que partía hacia otros brazos. No escatimó en recursos y a las pocas horas, cambió su triste y solitaria habitación por el aire del Mediterráneo. Había roto las reglas del juego.

No se conocían. Tampoco se pidieron nada y decidieron vivir aquella historia. Los presos de las palabras no necesitaron de ninguna para entender. El reclamo de una mirada hizo que se dieran las circunstancias para estar frente a frente. Deseo. Inevitable atracción.

La noche fue cómplice de los primeros compases y durmieron juntos, ambos lo habían soñado así. Los labios fueron los guías del conocimiento, aprendieron a conocer sus cuerpos antes que sus mentes. Fueron amantes prematuros.

El resto de los días transcurrieron de manera natural, como si hubieran vivido así desde hace mucho. En la cotidianeidad encontraron los placeres más elementales. Perfumaron los desayunos con aceite de oliva y café recién hecho; tomates, pan payés y sonrisas cómplices en la terraza, motivos más que suficientes para ser sin medir. Acicalaron las tareas más simples, convirtiendo el vaivén del aseo diario en un vals de cuerpos desnudos y ligeras prendas veraniegas. Enjuagaron las siestas con inusitados olores, impregnando el ambiente de otras emociones. Lograron ser para el otro: ella supo imaginar palabras nuevas, él supo mirar por la traslúcida ventana...

El tiempo que estuvieron juntos marchaba al calor de un abrazo piel con piel, suscitando paseos, conversaciones, lecturas, almuerzos de sushi y caricias... En cada rincón de la ciudad consumaban su estado de gracia: la mágica cafetería, la vieja librería, la zapatería de toda la vida, el bar del blues... Todo parecía estar hecho para ellos.

La última tarde buscaron pulsiones isla adentro. Recorrieron el interior, saboreando cada paisaje hasta llegar a la costa. El mar fue el bálsamo que precisaban. Aquella cala fue el rincón en el que ahogaron viejas heridas, un baño de frescas intenciones, la sensación de sentirse vivo los terminó inundando. Al ocaso, mientras el sol se fundía en el horizonte, crearon secretos que solo ellos conocerían.

De la despedida nada les contaré, solo les hablaré de los motivos por los que lograron amarse. Hallaron en la cadencia un nuevo ritmo. Descubrieron el sentido en un verso. Un libro selló el pacto para siempre. Fueron felices porque se amaron sencillamente.

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