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Ausencia en Berlín

indra

Indra Kishinchand López

He dicho tantas veces tu nombre

que he conseguido perderle el miedo,

pero no sé qué hacer con su rastro.

Seguro que me entiendes:

tú olvidaste para recordar

pero ahora no puedes encontrar el camino de vuelta.

Elvira Sastre

Era lunes por la tarde y viajé en una línea de metro vacía a las seis. Lloré en el vagón mientras leía a Miqui Otero porque recordé una ciudad en la que había vivido hace algún tiempo y tenía mar.

Era martes por la tarde y estuve horas en la sala de urgencias de un hospital frío de paredes blancas. Vi a una pareja joven. “No recuerdo haberte dicho que estaba enamorado”, aseguró él. Ella sonrió.

Era miércoles por la tarde y desayuné a las tres. Estuve toda la mañana trabajando en casa y había olvidado que el tiempo era más que un reloj.

Era jueves por la tarde y volví a la misma sala de urgencias con la nostalgia a cuestas. Aquella pareja joven ya no estaba. Puede que yo tampoco.

Era viernes por la tarde y celebré un cumpleaños sin cerveza.

Era sábado por la tarde y paseé por la Gran Vía mientras leía un libro de poemas. Escuché a Iván Ferreiro en la cola de un Zara y sí bebí cerveza, esta vez, sin alcohol.

Era domingo por la tarde y llovía. Salí de casa con destino pero sin rumbo. Vi por primera vez el Tribunal Supremo y me senté en un parque a esperar el color.

Es domingo por la noche y no tengo sueño. Es la resistencia a que se acaben las cosas que duelen. Es el pulso por ver quién tiene más valor por destruirse antes.

Son las dos y ya es lunes de nuevo, así que supongo que he ganado. Creo que he vencido al día y aún así lloro porque hace cuatro domingos empecé un año con el pasado a cuestas.

No sé qué día es hoy y no me importa. Ayer hice la maleta y la llené de libros y bolígrafos. Ahora camino como un vagabundo en su ciudad y en realidad ni siquiera sé cómo se llama este pueblo.

Hace tres años que me fui y sigo sin saber qué día es. Reuní algún dinero y me compré una cámara. Jamás había sido tan libre: ahora nadie me conoce y todos me juzgan. Yo, mientras, inmortalizo sus rostros en los hogares que me acogen y desaparezco con disimulo.

Mi memoria dice que estoy en Italia. Recuerdo haber venido cuando era joven. Conocí a un uruguayo en Vernazza durante el invierno, dormí en Riomaggiore y dejé unas cuantas palabras a la salida de un túnel. Viajé siempre en tren.

He perdido la cuenta del tiempo que llevo fuera y quiero regresar. Echo de menos mi mar y mi asfalto. Extraño los conciertos donde solo cabíamos veinte. Los festivales de verano. El tequila. Por eso quiero volver; si no lo hago ahora, sé que ya nunca seré capaz de irme de nuevo.

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